viernes, 23 de marzo de 2012

Wallenstein

                  Wallenstein - ¿el poder en la encrucijada?

Fürst Albrecht von Wallenstein, Herzog von Friedland,
Generalísimo de la Majestad Imperial Católica durante
La Guerra de los Treinta Años - y asesinado por orden
de esa misma Majestad en 1634 - sospechoso de alta
traición por pactar con el enemigo protestante, el Sueco.


<<Estrecho está este mundo / Y amplias son las ideas / Que juntas viven, una con otra / Pero las cosas con fuerza chocan / Donde una toma asiento, otra debe ceder/ Quien no expulsa, será expulsado / En esa pelea sólo la fuerza vence / Quien por esa vida anda sin deseos / Quien  se prohibe todo placer / Este se mantiene puro en el fuego / Como la salamanquesa que no se quema[1] / Yo estoy hecho de los elementos más burdos / A mí me atrae la tierra y la ambición / el espíritu malvado gobierna el mundo y no el bueno / Los divinos nos mandan ideales, bienes abstractos / No enriquecen a nadie / Poseerlos significa no tener nada propio / Los que buscamos el oro, las piedras preciosas / Hay que ganárselo a los poderes malvados / Y sin sacrificios nada se consigue / Y nadie en la vida, una vez hecho eso/ Sale con su alma limpia y pura / >>(palabras del general Wallenstein)

 En noviembre de 1796 Friedrich Schiller comenzó a redactar el drama Wallenstein y le dio estas palabras, dedicado al general y su trágico destino, un clásico de la literatura alemana, y su autor Schiller compuso palabras que hasta hoy son iluminantes:

¿Quién es el polítco moderno que presume no haber compartido este discurso del histórico Wallenstein ante una decisión a tomar:¿cumplir un compromiso o no?, ¿cometer traición o no?, ¿engañar o no a un superior o amigo?

Entonces, esa era la cuestión, cuando el balance de la contienda militar se había acercado a situación de empate con un relieve de desastre general sin vencedor ni vencido, con las reservas económicas agotadas para continuar esa guerra,  con un país destruido y una población sufrida. Nunca antes se había visto algo así.
Pero las ganas de poder y dominio de los combatientes aun eran vigentes y las pasiones vivas, aunque de ideas y creencias ya nadie hablaba. La causa original, católica o protestante, se había perdido de vista. Lo que contaba, era el poderío imperial o el rival ascendente.
Y en este macabro juego de la muerte se movían las fichas sobre el tablero para ganar o para perder. Y el general, después del primer paso hacia la traición, ya no podía volver atrás.

Muchos conflictos históricos se entienden conociendo situaciones similares: Pactar con el enemigo para evitar males peores, procurar que dentro de un conflicto ideológico se conserven los intereses propios, usar el cansancio y el agotamiento ajeno para obtener ventajas y salvar su imagen, traicionar al aliado y sugerir alianza con el enemigo para propio beneficio, ganar una guerra que en el fondo ya está perdida, cubrir de niebla la verdadera intención y engañar la opinión pública, no quemarse como la salamanquesa y enriquecerse a costo de otros:
Todo eso se llama <Realpolitik> en alemán, acción política indicada por su realismo y su utilidad, acción imprescindible e  inevitable. Y en este sentido siempre es citado el nombre de Wallenstein por no haberse dejado guiar por simpatía  ni aversión, sino por la sencilla razón del poder que evoluciona a ser razón de estado cuando en el nombre del estado se actúa.
Esa razón dominó en política interior y exterior durante siglos, y eso independiente de diferentes credos. Realpolitik era y es razón de ser del político que no se quema como la salamanquesa. Ningún fuego le puede hacer daño porque es el hábil dueño de las circunstancias.

¿Y el ejemplo actual?:  Esa misma razón es que mandará pactar con el enemigo en Afganistan, porque toda alternativa fundada en principios e ideales está destinada al fracaso. Para el político democrático no hay otro camino que arreglárselas como puede con el enemigo fanático, porque es imposible vencerlo: hay que respetar las reglas de moral y política válidas en democracia, porque al enemigo no se combate con sus propios métodos, secuestrar a inocentes, asesinar  a sospechosos, violar derechos humanos. Las luchas disparejas sugieren métodos que si son aplicadas traicionarían los mismos principios del ideal democrático.
¿Pero, qué alternativa hay, cuando la vida de individuos o el colectivo está en juego? se preguntan políticos modernos que quieren ser salamanquesas que no se queman en el fuego, consumidos en el ejercicio del poder.
Encrucijada a la que se enfrenta todo gobierno occidental como su antecesor: Albrecht von Wallenstein, Herzog von Friedland y ambicioso político que quiso ser rey de Bohemia. Sin embargo, al general Wallenstein lo asesinaron sus propios oficiales – una pica afilada lo atravesó en la ciudad de Eger / Cheb en Bohermia, la movió el mercenario irlandés Buttler y su ejecutor responsable Octavio Piccolomini fue recompensado con el título Fürst, el que llevaba el ahora muerto Wallenstein.
 Políticos modernos, salamanquesas, serán jubilados. Y sucede, a veces, que reciben el premio Nobel de la Paz.

friedrichmanfredpeter  23 de marzo de 2012 



[1]Salamanquesa, reptil que según esa creencia tradicional sobrevive la quema de los arbustos.  

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