Estamos convencidos de vivir en democracias modernas. Participamos en
elecciones, tenemos las ideas que queremos, las expresamos libremente si lo
deseamos; una censura oficial sobre lo que se dice o escribe no existe. Podemos
intervenir activamente en política y nadie nos reclama si de eso nos abstenemos
para vivir a nuestro aire, sin molestar a los demás. Todo está en orden, así
parece.
Pero luego nos enteramos que los órganos de nuestro estado obedecen a
reglas muy complicadas y que no son tan libres o democráticas como parecen. No
hay nada perfecto, nos dice el refrán y - en todas partes cocen habas - ya
decía mi abuela. Y es más, sabemos que debemos huir a los que proclaman
perfección: si alguien llegara a mi casa y me prometiese hacerme el máximo
bien, yo huiría de él. ¡Ya basta, los embusteros sobran!
Sin embargo, y a pesar de ser muy realistas y poco exigentes de
perfección, ya que tampoco somos perfectos, hay motivos para llenarnos de
indignación: ¿Cómo ha sido posible ese cúmulo de cohechos, prevaricaciones,
enriquecimientos ilegales, fraudes y
engaños multimillonarios que diariamente nos sirve la prensa libre?, ¡menos mal
que la hay - libre!
Y me pregunto, si realmente se trata de los clásicos desperfectos que
tenemos que aguantar o de algo mucho más importante, de un fallo fundamental de
la organización social de la vida: ¿los grupos sociales, partidos, sindicatos,
viven la democracia o se aprovechan de ella? ¿Es la democracia su fin o es un medio para
lograr fines extrademocráticos, conservar o lograr privilegios o negárselos a
otros, a los enemigos? ¿Es el rival en democracia realmente el adversario en
competencia para obrar el bien común, o es el enemigo a combatir? ¿En
votaciones, se elige el proyecto mejor o se vota contra el opositor, concebido
ya anticipadamente sin detenerse en oir sus argumentos?
La psicología nos informa que los prejuicios predominan sobre los
juicios. Los hombres nacemos con las convicciones preconcebidas, solemos adorar
lo que nos es familiar y repudiamos lo ajeno sin realmente molestarnos a
conocerlo.
Ser demócrata es hacer el esfuerzo contrario a esa tendencia y penetrar
en la causa que mueve el que nos contradice, porque es posible que tenga razón.
Rosa Luxemburg, por ejemplo, criticaba a
Lenin y su proyecto soviético diciendo que en el faltaba la voz contraria y el
diálogo con la gente, y que ella lucharía para que las voces conrarias a la
suya pudieran pronunciarse, porque “libertad es siempre oir la voz del
disidente“. El proyecto político de Lenin era de otro calibre. Era totalitario:
“¡Todo el poder para los Soviets!“ y que se escuchara una sola voz, un solo
grito, el de la revolución: ¿Para qué se necesitaba la libertad de opiniones
cuando todos eran iguales y todos opinaban lo mismo, y el partido único
defendía la línea del pensamiento correcto. Toda alteración de esa “verdad“
nada más podía ser error o obra de conspiración del enemigo de siempre.
Cuando dentro de unos pocos días veremos renacer ese espíritu
revolucionario en España bajo el nombre de Huelga General, presenciaremos a los
activistas camaradas en piquetes armados de palos y piedras para dictar reglas
a obedecer a toda la sociedad, ¿observaremos un renacer tardío del Octubre Rojo
decadente, disfrazado de colores flamencos?
Pero ¡tranquilo!- no se tratará de ninguna revolución, sólo es teatro,
un asunto de “feudocracia“. ¿Qué es eso?: demostración extroparlamentaria para conservar privilegios y prebendas
adquiridas durante tiempos pasados tradicionales y semifeudales porque surgen
de hábitos, costumbres y tradiciones heredadas opuestas a las decisiones del
parlamento democráticamente elegido.
Observaremos un espíritu de carácter feudal en combate contra la
democracia moderna. Espíritu que se pronuncia así: Democracia nos conviene cuando
tenemos mayoría que hace lo que nos beneficia;
cuando en minoría quedamos el parlamento ya no nos es útil.
Parlamentarismo democrático como medio, no como fin en sí y digno de respetar,
también cuando nos contradice.
El partido socialista más antiguo del continente europeo es el SPD
alemán. Cuando después de la persecución sufrida por Bismarck, el SPD entró
triunfalmente en el Reichstag, con un número crecido de diputados formando el
grupo mayor, estos discutieron, cómo deberían actuar: ¿como revolucionarios que
somos o vestidos de postín como nuestros adversarios?
August Bebel decidió que el atuendo debiese ser de máximo respeto, de
corbata y bombín, porque el parlamento del Reichstag representaba la nación, la
máxima autoridad para un demócrata, independiente de su proyecto político. Se trataba
de conseguirel triunfo de la libertad en este símbolo de la democracia. “Esa es
nuestra revolución“, dijo Bebel; y después de terribles y trágicos eventos,
sólo cien años después se consiguió. Mientras tanto los alemanes tuvimos que
soportar experiencias con movimientos callejeros que con botas armadas
comenzaron en las calles, para instalarse vociferantes y uniformados en lo que
había quedado del Reichstag después de quemado. La revolución nazi se sirvió de
métodos tales haciendo abuso de supuestos derechos. Recuerdo la frase de Horkheimer
en Frankfurt que anoté en un cuaderno: ¡Órganos y procedimientos del estado
democrático deben ser intocables!
Conclusión: La democracia hay que cuidarla y desconfiar de remedios
callejeros incompetentes y pasados de tiempo.
¡Democracia, sí; feudocracia, no!
friedrichmanfredpeter
18 de marzo de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario