viernes, 23 de diciembre de 2011

Una mirada atrás

Carmen Pulin Ferrer describe los sucesos después de la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva de los vencidos:
¡Vea adjuntos!
Quisiera agregar unas observaciones:


Está correctamente relatado lo que pasó al final de la Segunda Guerra Mundial. Yo - contrario a muchos otros niños de mi edad - no fui expulsado de mi casa ni de mi pueblo cerca de Frankfurt. Fuimos afortunados, porque era zona americana. Pero esta zona tuvo que recibir la gran mayoría de los expulsados desde el este. Muchos nunca habían estado en Alemania, su “culpa” era que eran alemanes, nada más. Fueron expulsados en condiciones de máxima humillación. En mi curso de colegio estuvieron presentes al menos diez o quince de los 35 que éramos al principio. Mi casa estuvo repleta de fugitivos, pero no del este sino del mismo Frankfurt, donde habían perdido todo por los bombardeos.
Es un gran mérito de la autora del texto relatar algo que en Europa de hoy no está políticamente correcto. Los alemanes debemos ocupar el puesto de culpables hasta el final de los tiempos.
Naturalmente es correcto denunciar la agresión militar alemana a sus vecinos como explosión criminal de imperialismo y de delirio racista. Fue llevado a cabo por un gobierno enloquecido y ciego por su proyecto ideológico, pero lo compartieron muchos que en un principio no eran seguidores de Hitler. El éxito momentáneo engañó a la gente y en la fase de triunfo media Europa lo admiraba. Así pudo pasar casi inadvertido lo que ocurrió a los compatriotas judíos, a gitanos y a los adversarios políticos del régimen nazi y nadie lamentó el triste destino de Polonia bajo la férula de las SS.
Los Aliados pretendían restituir el orden democrático y hacer valer los derechos humanos. ¡Ya ve, cómo pusieron en práctica este noble proyecto! Hitler fue su mejor “aliado” para acabar con Alemania. En las reuniones de Casablanca y después en Yalta determinaron lo que iban a hacer con la Alemania vencida. Entonces las tropas alemanas aun ocupaban casi toda Europa. Pero Churchill dejó claro. Únicamente será aceptada la rendición incondicional. Ningún patriota alemán podía aguantar esa condición. Por eso los aliados rechazaron todos los intentos de la resistencia alemana antinazi y no apoyaron el complot contra la jefatura nazi. La resistencia alemana se quedó sola. Los generales prusianos les parecían tan enemigos como los nazi.
El proyecto de Churchill era viejo y no era ninguna medida de pacificación para vencer a Hitler. Había que acabar con la rivalidad histórica y reducir a Alemania a su justo puesto para hacer respetar los intereses de Gran Bretaña. La primera medida de ocupación era la desindustrialización forzada. Lo que las bombas habían dejado, ahora lo eliminó la dinamita. Pero cuando vieron que la gente moría, comprendieron que no servía para nada crear un vacío en el centro de Europa, que además sería consumido pronto por los rusos, que ahora se habían transformado de aliados en rivales y enemigos.
La política cambió hasta llegar al imperdonable perdón a muchos exnazis porque los necesitaban como a todos nosotros;  y - como hoy se ve - al mismo tiempo nos temen. Pero ahora ya no es el soldado que les asusta, ahora es la economía. Margaret Thatcher rechazó la reunificación de Alemania: “¡Un par de veces vencidos, y ahí están otra vez!” – dijo.
El tratado europeo – el gran logro de los políticos Adenauer, Schumann y De Gasperi -  debía haber controlado esa resurrección del vencido, que el esfuerzo unido de medio mundo había sido necesario para lograrlo.  Y el Euro fue inventado para mantener a Alemania dentro del concierto europeo y al mismo tiempo para vigilarla. Sólo por eso Gran Bretaña se unió a la Unión sin compartir riesgos ni necesidades. El “No” de Cameron lo demostró de nuevo. La unión no resultó. ¿Y ahora qué?
No lo sé. Espero que el desenlace sea un acuerdo que beneficia a todos los europeos y que los gobiernos alemanes sean prudentes y respetuosos en el uso de su poder crecido.

Sé que muchos de mis compañeros de entonces no hemos olvidado lo que nos pasó. Sabemos que en nuestro nombre han cometido barbaridades. ¿Merecíamos sufrir lo mismo?
Mi compañero y amigo Mattis, cuatro años mayor que yo, fue cogido en la calle a la edad de 16 años por un comando soviético en lo que hoy es Chequia. Fue llevado a las ruinas de Stalingrado, al principio para desarmar municiones perdidas, desactivar minas, y después como peón de albañil. Un esclavo al borde de morir por hambre y extenuación. Sin embargo, nunca tuvo queja del trato por el pueblo ruso, hambriento también. Volvió a la edad de 22 años, comenzó a estudiar matemáticas. Se hizo un buen profesor y director de un instituto. Perdió toda la familia. Nunca supo que ha sido de ellos. No sobrevivieron la purga.
Hace unos años murió. Así se entierran muchas biografías y los recuerdos mueren con ellas.
Hemos decidido a comenzar de nuevo. No es la primera vez en nuestra historia. Yo digo con lo que han dicho los obispos polacos, “perdonamos y pedimos perdón”. Para nada sirve levantar las lozas que cubren los sepulcros; y las fronteras nuevas – por el bien de todos – permanezcan intocables. Sólo así podemos vivir unidos y aprender unos de otros.Todos tenemos espacio suficiente en esta Europa que es nuestra patria común.
---Ese tema no me deja dormir.

friedrichmanfredpeter        viernes 23 de diciembre de 2011


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