Carmen Pulin
Ferrer describe los sucesos después de la Segunda Guerra Mundial desde la
perspectiva de los vencidos:
¡Vea adjuntos!
Quisiera
agregar unas observaciones:
Está
correctamente relatado lo que pasó al final de la Segunda Guerra Mundial. Yo -
contrario a muchos otros niños de mi edad - no fui expulsado de mi casa ni de
mi pueblo cerca de Frankfurt. Fuimos afortunados, porque era zona americana.
Pero esta zona tuvo que recibir la gran mayoría de los expulsados desde el este.
Muchos nunca habían estado en Alemania, su “culpa” era que eran alemanes, nada
más. Fueron expulsados en condiciones de máxima humillación. En mi curso de
colegio estuvieron presentes al menos diez o quince de los 35 que éramos al
principio. Mi casa estuvo repleta de fugitivos, pero no del este sino del mismo
Frankfurt, donde habían perdido todo por los bombardeos.
Es
un gran mérito de la autora del texto relatar algo que en Europa de hoy no está
políticamente correcto. Los alemanes debemos ocupar el puesto de culpables
hasta el final de los tiempos.
Naturalmente
es correcto denunciar la agresión militar alemana a sus vecinos como explosión
criminal de imperialismo y de delirio racista. Fue llevado a cabo por un
gobierno enloquecido y ciego por su proyecto ideológico, pero lo compartieron
muchos que en un principio no eran seguidores de Hitler. El éxito momentáneo
engañó a la gente y en la fase de triunfo media Europa lo admiraba. Así pudo
pasar casi inadvertido lo que ocurrió a los compatriotas judíos, a gitanos y a
los adversarios políticos del régimen nazi y nadie lamentó el triste destino de
Polonia bajo la férula de las SS.
Los
Aliados pretendían restituir el orden democrático y hacer valer los derechos
humanos. ¡Ya ve, cómo pusieron en práctica este noble proyecto! Hitler fue su
mejor “aliado” para acabar con Alemania. En las reuniones de Casablanca y
después en Yalta determinaron lo que iban a hacer con la Alemania vencida.
Entonces las tropas alemanas aun ocupaban casi toda Europa. Pero Churchill dejó
claro. Únicamente será aceptada la rendición incondicional.
Ningún patriota alemán podía aguantar esa condición. Por eso los aliados
rechazaron todos los intentos de la resistencia alemana antinazi y no apoyaron
el complot contra la jefatura nazi. La resistencia alemana se quedó sola. Los
generales prusianos les parecían tan enemigos como los nazi.
El
proyecto de Churchill era viejo y no era ninguna medida de pacificación para
vencer a Hitler. Había que acabar con la rivalidad histórica y reducir a Alemania
a su justo puesto para hacer respetar los intereses de Gran Bretaña. La primera
medida de ocupación era la desindustrialización forzada. Lo que las bombas
habían dejado, ahora lo eliminó la dinamita. Pero cuando vieron que la gente
moría, comprendieron que no servía para nada crear un vacío en el centro de
Europa, que además sería consumido pronto por los rusos, que ahora se habían
transformado de aliados en rivales y enemigos.
La
política cambió hasta llegar al imperdonable perdón a muchos exnazis porque los
necesitaban como a todos nosotros; y -
como hoy se ve - al mismo tiempo nos temen. Pero ahora ya no es el soldado que
les asusta, ahora es la economía. Margaret Thatcher rechazó la reunificación de
Alemania: “¡Un par de veces vencidos, y ahí están otra vez!” – dijo.
El
tratado europeo – el gran logro de los políticos Adenauer, Schumann y De
Gasperi - debía haber controlado esa
resurrección del vencido, que el esfuerzo unido de medio mundo había sido
necesario para lograrlo. Y el Euro fue
inventado para mantener a Alemania dentro del concierto europeo y al mismo
tiempo para vigilarla. Sólo por eso Gran Bretaña se unió a la Unión sin
compartir riesgos ni necesidades. El “No” de Cameron lo demostró de nuevo. La
unión no resultó. ¿Y ahora qué?
No
lo sé. Espero que el desenlace sea un acuerdo que beneficia a todos los
europeos y que los gobiernos alemanes sean prudentes y respetuosos en el uso de
su poder crecido.
Sé
que muchos de mis compañeros de entonces no hemos olvidado lo que nos pasó.
Sabemos que en nuestro nombre han cometido barbaridades. ¿Merecíamos sufrir lo
mismo?
Mi
compañero y amigo Mattis, cuatro años mayor que yo, fue cogido en la calle a la
edad de 16 años por un comando soviético en lo que hoy es Chequia. Fue llevado
a las ruinas de Stalingrado, al principio para desarmar municiones perdidas,
desactivar minas, y después como peón de albañil. Un esclavo al borde de morir
por hambre y extenuación. Sin embargo, nunca tuvo queja del trato por el pueblo
ruso, hambriento también. Volvió a la edad de 22 años, comenzó a estudiar
matemáticas. Se hizo un buen profesor y director de un instituto. Perdió toda
la familia. Nunca supo que ha sido de ellos. No sobrevivieron la purga.
Hace
unos años murió. Así se entierran muchas biografías y los recuerdos mueren con
ellas.
Hemos
decidido a comenzar de nuevo. No es la primera vez en nuestra historia. Yo digo
con lo que han dicho los obispos polacos, “perdonamos y pedimos perdón”. Para
nada sirve levantar las lozas que cubren los sepulcros; y las fronteras nuevas
– por el bien de todos – permanezcan intocables. Sólo así podemos vivir unidos
y aprender unos de otros.Todos tenemos espacio suficiente en esta Europa que es
nuestra patria común.
---Ese
tema no me deja dormir.
friedrichmanfredpeter
viernes 23 de diciembre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario