¡Hay que
rescatar el Euro! Es el común acuerdo de los europeos. ¿Pero cómo? Esa es la
cuestión y el Ser o No Ser de la Unión.
Entre el
concierto polifónico de los economistas de renombre se destaca la voz del
desaparecido premio Nobel James Tobin:
“Las deudas son
el Talón de Aquiles del capitalismo” y, en efecto, alrededor de las deudas
acumuladas gira el drama de la crisis.
Pero hay voces
divergentes en la Unión:
-los que
defienden el crecimiento a todo costo consideran la deuda pública y la privada
como justa medida;
-los que
proclaman la estabilidad denuncian el endeudamiento como medida irresponsable y
engañosa.
Por eso, el
Banco Central Europeo se encuentra en una encrucijada. Unos quieren dinero
fácil, otros exigen una práctica de restricciones para evitar el peligro de la
inflación. Mayor es el peligro de la deflación, dicen aquellos que están
enfrentados a una realidad de crecimiento nulo y al masivo paro en el mercado laboral y esperan que el Banco
Central Europeo cambie su política.
Pero el BCE no
es un instrumento de política económica, es una institución de la Unión, no
comparable con los bancos centrales de naciones soberanas. Su función es
garantizar la estabilidad monetaria de las 17 naciones asociadas. Ese concepto
lo defiende la canciller Merkel con el apoyo de la inmensa mayoría de los
alemanes que no temen el paro – porque no lo sufren – pero temen la inflación y
con ella la devaluación de sus ahorros. Para quien está endeudado, la inflación
no le hace daño, el volumen real de su deuda inclusive decrecerá.
Así, el
conflicto está servido: Ocho de cada diez españoles viven en vivienda propia,
pero tienen un alto promedio de deudas – hipotecas a pagar, etc.; solamente
cuatro de cada diez alemanes poseen casa propia, pero disponen de ahorros
reservados para malos tiempos y a la vejez. Exponer estas reservas a riesgos
para sacar a otros socios de la crisis, criada por aquellos mismos, les parece
inaceptable y ningún político alemán podrá atreverse a tanto, tocar las huchas
de la gente. Es algo sagrado en Alemania. La experiencia de inflación y
devaluación del dinero ha marcado su memoria histórica colectiva y mencionar
eso causa escalofríos.
Así es:
mientras unos proclaman el endeudamiento como motor para vencer la crisis,
otros lo denuncian como el principio de desastres y James Tobin les da la
razón. El estado como operador económico, sólo temporalmente puede usar la
medida de subvenciones para desatascar la productividad latente. Así actuaba el
Plan Marshall después de la Segunda Guerra Mundial, eliminó las barreras que
impedían el desarrollo económico que ya estuvo palpable - - había que
reconstruir un continente devastado. Pero invertir dinero, donde nada existe,
donde faltan infraestructura y preparo
de la mano de obra, nada puede crecer; los proyectos audaces solamente dejarán
huellas que se pierden en la arena. Es más, la subvención en forma de regalos
paraliza en vez de crear iniciativas. La deuda es la trampa, el Talón de
Aquiles: una vez rescatados, el rescate crea hábito, costumbre y derechos bajo
la sombra administrativa de una economía dirigida y no de libre mercado; se
anuncia un cambio sustancial irrevocable a corto o mediano plazo.
El historiador
Baring opina que ha llegado el momento de preparar la disolución de la unión
monetaria porque cree que los caminos de nuestras economías han de separarse
porque sus premisas son incompatibles.
Yo temo las
consencuencias políticas de una evolución en este sentido. Ya aumentan las
voces que renuevan vieja hostilidad
entre las naciones europeas. Los clichés y prejuicios no faltan y es fácil
movilizar reproches en una situación cuando la crisis aun no ha tocado fondo y
se busca a un culpable.
Para remediar
eso, se requiere templanza y moderación, además de paciencia, virtudes que en
la vida política no son corrientes.
friedrichmanfredpeter
5 de enero de
2012
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