Era un triste día de Noviembre en 1.811 cuando Heinrich von Kleist puso
fin a su vida a orillas de un insignificante lago de la Mark Brandenburg,
región céntrica de Prusia, Alemania.
Hasta este instante poco había sido publicado de sus escritos y más
había destruido él en autodefés de desesperada resignación.
Para suicidarse había buscado otra vez la forma de romper la soledad
que le acompañaba desde niño hasta soldado, filósofo, poeta.