miércoles, 10 de agosto de 2011

Emigrar

Emigrar, la mirada del poeta:
Ich hatte einst ein schoenes Vaterland.
Der Eichenbaum
Wuchs dort so hoch, die Veilchen nickten sanft.
Es war ein Traum.[1]

Así habla Heinrich Heine desde su exilio como emigrante en Paris; es el año 1834. Son versos fascinantes, casi embriagantes, para ser recitados en situaciones de extrema tensión. Eso pasó y así lo comenta Hannah, una anciana judía alemana, cuando finalmente iba a pisar la tierra santa de Palestina, tierra de su salvación; fue el año 1938. La mujer, entonces una joven de veinte años, había logrado lo que a su familia le fue imposible: salvarse del crematorio de Auschwitz. Cien años habían pasado desde que Heinrich Heine, judío alemán de Düsseldorf, había pronunciado las mismas palabras.  Hannah no miraba hacia delante como otros, dirigió su mirada atrás y llorando pronunció ese adios a la bella patria  que ahora quedó reducida a “ein Traum”, un sueño. Ese sueño fue construido por numerosos poetas alemanes: entre los robles altos de Hoelderlin (der Eichenbaum) y la flor de la violeta de Goethe(das Veilchen), y grabado está en tantos versos, define la imagen poética de patria alemana. Nada política. Esencia poético filosófica por la que se llora cuando perdida está y la realidad nos revela que nunca ha sido real, siempre era un sueño, tanto para Heine como para Hannah. Realidad fue, que ambos sufrieron un doble destierro, el primero en la propia Alemania por la discriminación y el aislamiento social, el segundo por la huida y el sufrimiento de tener que marcharse. Y mientras todos cantaron y bailaron sobre cubierta, cuando el buque se aproximaba a Haifa, Hannah se escondió y llorando proclamó las palabras de Heine: “Ich hatte einst ein schoenes Vaterland”.
A diferencia de Hannah, la vida de Heine no corría peligro en su país de orígen, él iba en busca de la luz de libre expresión, esencial para un escritor crítico; por eso se refugió a Paris.    ¿Y ese escritor Heine, cómo se expresaba, bajo el cielo galo? ¿Se volvió francés, tal como se había vuelto Harry Heine en Heinrich Heine después del bautizo cristiano siendo estudiante en Göttingen?[2] – Sin conocimiento de la familia naturalmente, ya que su tío y mecenas Salomón era fiel visitante de la sinagoga. – Nada de afrancesarse. A Heinrich le quedaban terribles pesadillas nocturnas, “die Nachtgedanken”. Pero su mujer francesa y la luz radiante parisina “ lächeln fort die deutschen Sorgen”, eliminan sonrientes esas preocupaciones alemanas, hasta que durante la noche de nuevo le espantan . De vivir así, nace otro verso mágico del genial poeta:
Denk ich an Deutschland in der Nacht,
Dann bin ich um den Schlaf gebracht,
Ich kann nicht mehr die Augen schlieszen,
Und meine heiszen Tränen flieszen.[3]
¡Qué musicalidad en estos versos! Cada línea  una melodía inconfundible y Hannah, la joven emigrante, ahora miembro activo de un kibuz israeli, así lo ha vivido y así lo cuenta porque se reconoce en las palabras de Heine. No fue capaz de aprender el hebreo a fondo porque su conciencia había quedado marcada por el ritmo, la melodía de la lengua alemana. Sucedió, tal vez sea difícil de comprender, había abandonado un país, pero conservado una patria, la lengua,  su madre patria. Y sabemos que a una madre, aunque nos haga daño, la queremos. Heine vivía en terreno exterritorial francés marcado por las penas alemanas hasta su muerte.[4]
Y tal vez, más allá de ella, porque otro verso describe el inmenso ataud que sería necesario para dar cabida a todo el amor y el dolor por el sueño perdido: – Ich leg´auch meine Liebe und meinen Schmerz hinein.

friedrichmanfredpeter, 10 de agosto de 2011




[1] Antes tenía yo una bella patria. El roble crecía allí tan alto, las violetas se inclinaban suaves. Era un sueño.
[2] He visto el lugar, donde Harry entró y Heinrich salió.
[3] Pensar en Alemania por la noche, me roba el sueño. Ya no puedo cerrar los ojos y mis lágrimas ardientes corren.
[4] Heine siempre rechazó adoptar la ciudadanía francesa y vivía más años en Francia que en Alemania.

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