¿En qué consiste su
singularidad?
-Su fundamento ideológico: el racismo
seudocientífico
( materialismo biológico ) define “judío“ como elemento
opuesto al “ario“ cuyo defensa exige la eliminación de aquel como acto
purificador. Esa actitud es consecuencia del “antisemitismo“. El programa
antisemita es justificado por la intromisión indebida de los judíos como
pervertidores de los demás pueblos. La utopía de una jerarquía de razas en el
lugar de una sola humanidad tiene numerosas fuentes político ideológicas, entre
ellas el darwinismo social producto de la sociedad europea transformada por la
industrialización y el proceso del colonialismo. El racismo era la ideología
que acompañaba el imperialismo europeo justificando la expansión a otros
continentes marcando rivalidad y confrontación entre las naciones.
El “antijudaismo“ tradicional de la era preindustrial y presente en la
mentalidad popular se transformó en antisemitismo con argumentos
seudocientíficos.
La ideología nazi no inventó nada. El pensamiento extremista
antidemocrático se cultivaba en oscuros círculos esotéricos, como p.ej. la
asociación “Thule“ y en esa oscuridad habría permanecido si la crisis social y
política provocada por la Primera Guerra Mundial no hubiese movilizado las
peores fantasías sectarias.
-La disposición mental de
los principales actores:
Los escenarios de los campos de batalla de Verdun, Somme e Ypres se
parecían a campos de exterminio, incluida la muerte por el uso de gas veneno,
arma química desconocida hasta entonces. El soldado se vio reducido a carne de
cañón y transformado en carroña desechable. El general von Falkenhayn utilizaba
el término “Blutpumpe“ para ilustrar su plan estratégico: una “bomba de
sangre“, al estilo Drácula tecnificado, deberá extraer la esencia vital del
enemigo y la estrategia consistía en invertir sangre propia para derramar más
sangre ajena. Así por ejemplo, en unos pocos kilómetros cuadrados del campo de
Verdun se desangraron más de un millón de hombres que allí quedaron
despedezados y mezclados entre fango y arena.
¿Y los sobrevivientes? Mutilados de cuerpo y alma se vieron reducidos a
inútiles, desperdicios que nadie quería recordar.
La despiadada y desalmada actitud de muchos nazi no se puede entender
sin esa experiencia vital de la generación llamada “Jahrhundertkohorte“
(“batallón secular“), los que habían nacido próximos al cambio del siglo
--1899/1900.
Adolf Hitler en “Mein Kampf“, sin darse cuenta de ello, retrata la
sicopatalología del sobreviviente mutilado y sicópata de la Gran Guerra quien
ahora encuentra en el destruir el elemento fundamental de su actuar político.
-El método tecnificado del
asesinato colectivo:
Para realizar el plan de exterminio de los judíos que se encontraban
bajo el dominio del gobierno alemán nazi en Alemania y en las zonas ocupadas
por el ejército alemán el sistema tradicional “pogrom“ no era practicable. Así
decidió la reunión de jefes nazi ( Wannsee - Konferenz) al instalar un sistema
de exterminio tecnificado. Se había visto que no era posible movilizar la
población alemana para colaborar activamente con la obsesión antisemita del
gobierno, quien había conseguido el poder legalmente siendo el partido más
votado pero no había obtenido la mayoría parlamentaria.
La mayoría de sus electores como aqellos grupos rivales que finalmente
les apoyaron no fueron adictos al programa extremista ideológico nazi;
esperaron que aquellos, una vez en el poder, abandonarían el sectarismo
extremista para dedicarse a revisar el odiado tratado de Versalles e iniciar un
proceso de reconstrucción nacional con tendencia neomonárquica. Se equivocaron.
El proyecto de exterminar “la raza judía“ seguía ocupando el lugar
central en la política nazi, no había asunto de mayor importancia. Por eso se
movilizaron los medios operativos: la SS y la Gestapo, con colaboración activa
de la policía y del ejército ordinario, el sistema de transporte, los recursos
administrativos e industriales, desde el sector de la construcción hasta la
industria armamenticia y naturalmente la industria química ya experimentada en
la fabricación de gas tóxico para uso militar.
Se procuraba que en esa inmensa maquinaria de la muerte sólo
tuvieran responsabilidad en mínima parte los que colaboraban con ella. La labor del exterminio estuvo
perfectamente organizada y dividida y el resultado final de la operación tan
sofísticada era el asesinato de millones de seres humanos sin dejar huellas
atrás, sus cenizas serían repartidas sobre un vasto territorio. Nadie se
acordaría de ellos. Se equivocaron.
-El carácter apocalíptico de los
hechos:
Entre los muchos millones de muertos que provocaba la Segunda Guerra
Mundial pasaría casi inadvertida la desaparición de los millones de judíos
europeos que habían quedado prisioneros bajo el dominio nazi al no haber podido
huir a tiempo a otros continentes. Eso era el simple cálculo de los
responsables. Por ello decretaron la ley de silencio sobre los hechos cometidos
y acelerados masivamente en el transcurso de la guerra. Calcularon también que
la gran mayoría de los colaboradores, espectadores voluntarios o forzados
permanecerían callados por muchas razones personales. La guerra se tragaba
vidas de alemanes por millares diariamente en los frentes y en las ciudades
bajo las alfombras del bombardeo. ¿Quién, en estas circunstancias, se
preocuparía del triste destino de las personas enjauladas en miserables vagones
de trenes de carga que cruzaban el país con un destino incierto, hacia el Este?
Se cruzaron con trenes repletos de heridos, fugitivos y damnificados
alemanes. Todos sabían que en este momento Alemania se jugaba su existencia
misma y cada rincón parecía un hervidero de temores y angustias.
La palabra “Auschwitz“ no se conocía y nunca se mencionaba.
Sin embargo, había un saber, más allá de la sospecha o de los rumores
que corrían, una certeza de estar presentes ante unos hechos que como una
catástrofe natural, un terremoto,
sacudía los estamentos mismos de la vida civilizada.
Todos que pensaban que las fichas de la historia se moverían como en el
juego del ajedrez por cálculos e intereses razonados veían atónitos que la
máquinaria de la muerte continuaba funcionando hasta el último momento que el
régimen nazi poseía aliento. Y ahora se exhibía sin pudor: Ante el avance
rápido de los aliados y tras el derrumbe de los frentes militares empezaron a
evacuarse los campos de concentración y se veía el estado de miseria de los que
habían estado allí encerrados; ahora muchos eran fusilados de los que quedaron
atrás en la vía pública delante los ojos atónitos de personas que antes habrían
llamado a la policía cuando unos niños les robaban manzanas.
Cuando - bajo un criterio racional - hubiese sido necesario reunir
todas las reservas para fortalecer la defensa, los nazi aceleraron su programa
de exterminio de sus indefensos enemigos, judíos, pero también tantos otros.
Es esa orgia de la sinrazón desatada que me ha hecho ver la presencia
real del mal como un elemento materialmente presente entre los hombres. El
testamento que el Führer dejó cierra el camino hacia ese final apocalíptico.
Hitler elogia el hecho de haber logrado la casi destrucción del pueblo
judío y al mismo tiempo considera justa la desaparición de Alemania bajo la
represalia de los vencedores:“El pueblo alemán se ha mostrado inferior y débil,
merece desaparecer.“
“Nunca hemos escondido nuestras intenciones“ - así se despide el
ministro de propaganda Joseph Goebbels -“¿por qué nos eligieron? Ahora se les
cortará un poquito los cuellecitos; cerraremos la puerta detrás de nosotros que
retumbarán los siglos“.
¿Se equivocaron estas voces?
¿Hay referencias de estos
hechos a otros similares?
Se destaca con razón la singularidad de los terribles crímenes contra
humanidad aunque cada evento histórico suele tener su singularidad y en este
sentido consiste su carácter irrepetible. Manifiesto dudas acerca de la frase
tan frecuentemente mencionada que “hay que aprender de la historia para evitar
tener que repetirla“.
El asesinato de millones de judíos y de otros grupos más, gitanos,
prisioneros soviéticos, opositores alemanes u oriundos de casi todas las
naciones europeas ha tenido antecedentes históricos, tuvo sucesos similares y
paralelos en su tiempo, y sus perversos principios continúan siendo vigentes en
muchos eventos en la actualidad.
Los genocidios acompañaron la historia de la modernidad y la gama de
argumentos ideológicos para su justificación ha sido siempre variada según los
respectivos intereses de los maestros asesinos.
“La Muerte es un maestro de Alemania“ escribía Paul Celan.
Pero ese Maestro antes había sido turco y sacrificaba a armenios o
soviético que mandó a morir al campesinado autónomo. Esa Muerte uniformada
generalmente suele usar toda una parafernalia de símbolos, gorros, banderas,
medallas de cruces, soles y estrellas; la Muerte genocida lleva muchos nombres
y generalmente anda disfrazada bajo una letanía de invocaciones de sufrimientos
pasados por derechos alienados e injusticias sufridas, patrias perdidas y
tierras arrebatadas. Su voz proclama una luz que brotaría al final de las
tinieblas donde esperan falsas utopías.
Muy sonada está la disputa entre los historiadores alemanes, si los
nazi aprendieron de Stalin o si ha sido al revés.
Y no falta quien justifica los principios que motivaron al asesino
caucásico considerando justa defensa causar la muerte a millones de inocentes.
Realidad es que ningún evento está aislado y no debe analizarse por si sólo y
en esto consiste lo que es aprender al contemplar lo sucedido a través de la
distancia de sesenta años pasados. En ese aprender hay todo lo aprehensible,
pero no olvidemos rogar:
“Ne nos inducas in
tentationem“ y “libera nos a malo“, que
significa que no nos veamos puestos delante tal reto existencial y tener que elegir entre la
conservación de principios o de la
propia vida.
¿Cómo entender esos sucesos?
¿Hacen falta más interpretaciones?
El proceso de Nuremberg contra los criminales nazi levantó la cortina
que hasta entonces había cubierto los hechos escalofriantes. Su importancia
histórica no está en la condena de unos pocos de los principales culpables sino
en la creación de un nuevo derecho internacional que limita la soberanía de las
naciones al hacer vigente la declaración de los derechos humanos como base de
una legislación positiva de las naciones.
Sin embargo, para llegar a entender lo que había pasado tenía que pasar
más de una generación.
El publicista Eugen Kogon preso en el campo de concentración de Dachau
había comenzado ya durante la estadía allí su famoso libro “Der SS - Staat“ (
El Estado de la SS ) que fue publicado muy pronto después de la guerra, un
libro fundamental que acompañaba mis estudios de bachillerato.
Kogon destaca la importancia de la SS como organización privilegiada
nazi que disponía de los bienes robados a sus víctimas además del trabajo esclavizado
de ellos. Fue así que parte de la sociedad civil bajo el dominio nazi se aprovechaba indirectamente de esos
crímenes, tanto en la misma Alemania como en las zonas ocupadas.
Pero fue Hannah Arendt, alumna del filósofo Martin Heidegger cuyo tendencia
temporal pronazi es conocida, quien analizó los sucesos y forjó el término
“totalitarismo“ para caracterizar los regímenes de opresión y control
totalitarios modernos; teoría que incluye nazismo y estalinismo soviético a la
vez.
Sin embargo, sólo muy lentamente y después de muchos años de silencio
comenzó a activarse la memoria de víctimas y testigos sobrevivientes.
Más de quince años después de la guerra se inició el “Proceso
Auschwitz“ en Frankfurt contra un grupo de sobrevivientes colaboradores activos
en aquel campo de exterminio. Pude observar este proceso de cerca y observé la
chocante normalidad exhibida por unos asesinos que en sus vidas privadas no
eran más que simples y ordinarios obreros, comerciantes y empleados con caras
que parecían máscaras frías e inocentes.
Ninguno de los acusados se declaraba culpable de lo que se le acusaba.
A ninguno le perturbaba la presencia de testigos sobrevivientes que con frecuencia necesitaban
asistencia médica para soportar la confrontación con sus torturadores delante
el tribunal.
Comprendí el significado del término “banalidad del mal“. El mal
omnipresente en los campos de exterminio estaba vestido de la más ordinaria
normalidad. No lejos de las cámaras de gas y de los crematorios siempre
humeantes jugaban los hijos de los guardianes con sus perritos, se preocupaban
los guardianes en sus horas libres del bienestar de sus familiares.
“La Muerte es un maestro de
Alemania“. Así comienza el poema famoso de Paul Celan, poeta y sobreviviente del
campo de Auschwitz. Aquel maestro escribe una carta a la mujer amada y dice: “Tu pelo dorado Margarita“
y a cien metros de distancia se encontraba: “Tu pelo de ceniza Sulamid“, tanto o más bella que Margarita que en
este momento había encontrado “su tumba
en el aire“.
Normalidad de lo inaceptable, presencia real de la perversión. Paul
Celan reproduce la frase sádica de guarda SS:“allí - en el aire - estáis
cómodos“.
Así, durante el proceso Auschwitz no había ningún arrepentimiento,
ninguna compasión, sólo lloriqueo y lastimeo por el propio destino por haber
tenido que cumplir órdenes que otros y personalmente desconocidos habían dado.
Asquerosa condición humana esa.
Las mismas impresiones se repetirían durante el proceso contra Adolf
Eichmann delante el tribunal israeli en Jerusalén. El hombre que organizó el
transporte de cientos de miles hacia las cámaras de gas se declara inocente
respecto a la muerte de ellos confirmando así la horrible normalidad del
terror. Hubo la esperanza que del proceso saldrían algunas revelaciones o al
menos nuevas impresiones sobre la motivación destructiva de los actores. Nada
de eso sucedió. Al final fue condenado a la pena máxima y ahorcado un individuo
con la conciencia infantil del niño que es atrapado torturando insectos.
Sin embargo, durante los sesenta años que han pasado fueron numerosos
los ensayos, libros y documentación en busca del sentido escondido detrás del
terror y no faltaban teorías que hasta negaban los mismos hechos reales y
documentados.
Preguntas inquietantes han sido formuladas: ¿En qué medida colaboraban
la población alemana y la de otras naciones ocupadas por la Wehrmacht para
atrapar a las víctimas y entregarlas a sus verdugos? ¿Se ha cumplido así un
odio secular antijudío alemán? Preguntas que se discuten hasta en la actualidad
sin encontrar respuestas claras y contundentes.
Hace años atrás y en la continuación de nuevas formas de publicación,
en los medios de cine y televisión se han encontrado nuevas denominaciones para
estos hechos.
Se habla de “Shoah“y de “Holocausto“, hebreo el primero y griego el
segundo término. Ambos términos definen la muerte masificada como un
sacrificio, dando así un carácter religioso a la muerte violenta de millones de
seres humanos.
Veo en eso el reflejo del respeto que rinden nuevas generaciones a las
víctimas inocentes de aquel crímen histórico. ¿Interpretan adecuadamente la
realidad?
Esa realidad nos perturba profundamente los que vivimos embutidos en el
proceso imparable de progreso técnico y social.¿No repesenta Auschwitz la cara
negativa de lo que adoramos?
¿Somos capaces de enfrentarnos a la barbarie y a la inhumanidad en
nuestro alrededor cuando eso nos lo justifican como progreso y avance?
¿Somos hoy más responsables y respetamos más la vida de otros que
aquella generación que ha visto pasar los transportes hacia la muerte?
¿Quién es Maestro de la Muerte hoy?
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