lunes, 2 de agosto de 2010

¿Ha sido “dorado” El Dorado?

“Era costumbre entre estos naturales, que el que había de ser sucesor y heredero del señorío o cacicazgo --- ir a la gran laguna de Guatavita a ofrecer y sacrificar al demonio, que tenían por su dios y señor. La ceremonia que en esto había era que en aquella laguna se hacía una gran balsa de juncos, aderezábanla y adornábanla todo lo más vistoso que podían; --- A este tiempo desnudaban al heredero --- y lo untaban con una tierra pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvo y molido de tal manera que iba cubierto de este metal. Metíanle en la balsa, en la cual iba parado y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la balsa cuatro caciques, los más principales, sus sujetos muy aderezados de plumería, coronas de oro, brazales y chagualas y orejeras de oro.--- Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies en medio de la laguna, y los demás caciques que iban con él y le acompñaban, hacían lo propio; lo cual acabado, abatían la bandera, que en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento, la tenían levantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos con muy largos corros de bailes y danzas a su modo; con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor príncipe.---


En el Pirú fue donde sonó primero este nombre Dorado.---De aquí corrió la voz a Castilla y a las demás partes de Indias.”
 ( Juan Rodriguez Freyle, Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada. Edición: Jaime Delgado. Historia 16, 1986. Madrid. Escrito en 1636 bajo el título El Carnero, en Bogotá.)

Primera voz:
–Ya estoy yo aquí. Desde el 2 de Febrero de 1529 estamos aquí, primeramente Ambrosio Alfinger, después Jorge Hohermut a quien llaman Spira y yo, Nicolás Federmann, el Teniente. Somos alemanes, representantes de la casa banquera Welser con el privilegio dado por el mismo Emperador Carlos V, porque Carlos es emperador gracias a nuestro dinero y el de la casa Fugger. Y debido a ello ha ganado autoridad como Rey de España. Poseemos factorías en Santo Domingo y en Sevilla. Pero esta nueva tierra huele a oro y hemos traido capataces de minería alemanes a Santo Domingo que esperan su oportunidad y esta tierra venezolana nos sirve de paso, buscamos El Dorado. Nos han cedido la gobernación de Venezuela. Pero somos pocos y dependemos de los españoles y eso es difícil. Yo no me dejo guiar por nadie y organicé mi propia expedición para ver adónde podría llegar: partimos de Coro hacia el interior, siempre al mediodía. Me llevé ciento diez infantes españoles, diez y seis caballos y cien indios del país. La marcha fue difícil, agotadora, peligrosa y todo lo relaté minuciosamente que en un libro fue publicado en Alemania. El que viene de Europa, dificilmente puede imaginar lo que aquí le espera. Nos encontramos “a gente que habitan esas montañas y son enemigos, comen carne humana, y me daban víveres y oro porque no podían hacer otra cosa. Si hubiesen sabido organizarse, si hubieran sido más hábiles para resistirnos, fácilmente podrían haber acabado con nosotros y si la gracia de Dios no nos hubiera preservado. Solamente de lejos disparan sus flechas y no resisten el enfrentamiento. Pero prefieren la resistencia desesperada y antes de ser atacados destruyen por si mismos sus propiedades y provisiones. Y si no nos recibían como amigos los perseguía devastando campos y destruyendo el país. Y les hice bautizar, explicándoles la doctrina cristiana a retazos, ¿por qué predicarles largamente y perder el tiempo con ellos, cuando por la fuerza se les obliga a abjurar?” ( N. Federmann, U.Schmidl, Alemanes en América. Historia16,1985,Madrid. p.66)
Es cierto, tengo fama de luterano, pero hasta aquí no llega la Santa Inquisición. También dí regalos que otros me habían dado, cuchillos y tijeras a los caciques con la condición que se declararan vasallos de S.M Imperial. Tomé esclavos para reemplazar a los que fallaron. Pero no es cierta la fama de haber ordenado cortar las cabezas de esclavos débiles o enfermos para quitar los hierros más facilmente. Al fin, la sumisión de los indios a Su Majestad y la alianza sólo duran hasta que no pueden obrar de otro modo. Pero nuestro principal problema no eran los indios: eran los obstáculos naturales, el calor, los arroyos crecidos de un momento a otro, la falta de caminos, los animales salvajes. Perdimos a hombres y caballos por picaduras de culebras y la mitad de los hombres se enfermó de fiebre. Yo mismo me encontraba más muerto que vivo y todos acabamos vistiendo túnicas indias en vez de de los retazos de ropa que habíamos traido. En la selva casi no es posible cazar nada. Se oyen los animales pero no se ven. Lo único que cazamos era un viejo tigre cuyo carne se parecía a la suela de zapatos que también habían dejado de existir. Ahora calzamos alpargatas indias. Cuando al fin con menos de la mitad de la tropa y con ninguno de los esclavos indios del inicio de la marcha volvimos a Coro, todos enfermos y exhaustos y sin caballos, yo llevando varios flechazos en el cuerpo, me acusaron de abuso de poder y amenaza de destitución. Tuve que volver a Augsburgo para entrevistarme con mis superiores Welser. Volví satisfecho y reinstalado y comencé la segunda y decisiva expedición hacia El Dorado donde espero encontrar recompensa de las penurias sufridas.

La segunda voz:
-No sé porque este alemán no se queda en Venezuela. La vía terrestre es casi intransitable. Eso nos enseñó su primera expedición. Nosotros optamos por la vía del mar y del río. Soy el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, natural de Granada y teniente de gobernador de Santa Marta. Nosotros fuimos por el río arriba de la Magdalena. Por cuaresma del año 1537 partimos, ochocientos soldados con sus capitanes y oficiales, en cinco bergantines. ( Nave de dos mastiles con vela cuadrada o redonda para navegar en aguas poco profundas.)
Para entrar en la boca del río de la Magdalena nos encontramos ante un peligro grande. Las olas del mar al enfrentarse a las aguas del río provocan fuerte oleaje que casi nos hundieron y muchos soldados se ahogaron. Superada esta penuria comenzó un largo viaje que duró casi un año. Sin guías y casi sin ayuda de vientos favorables subimos el río a fuerza de remos y bogas y para eso tuvimos que ir cerca de la orilla bajo la permanente amenaza de las flechas indias. Murieron en el camino hasta llegar a este Reino de El Dorado más de seiscientos soldados y nos quedaron ciento sesenta y siete. Teníamos grandísimo temor cuando pisamos tierra y muchos fueron comidos por tigres o caimanes, otros picados por culebras, cayeron en trampas mortales y el mal de país, la fiebre, nos devoraba a todos. En realidad vimos a pocos indios; pero sus flechas de hierba y ponzoña nos mataban. No tuvimos guía, pero se presentó el momento de la gran suerte cuando un indio quien nos traía panes de sal nos llevaba y llegamos en medio de una guerra que llevaban los caciques indios de Bogotá con el de Guatavita,la que los de Bogotá lograron ganar. Eso nos convenía, ya que éramos tan pocos. Pero los arcabuces hicieron su efecto, y los pocos caballos ayudaron en eso.
¿Y el oro, dónde estaba ese oro que tanta fama tenía?
“Hallaron las dispensas bien provistas de sustento, muchas mantas y camisetas; que de las mantas hicieron vestir a los soldados, que andaban ya muchos de ellos desnudos. ---hicieron alpargatas y calcetas con las que se remediaran; y junto a este cercado, en la misma plaza, sacaron un santuario, donde se hallaron más de veinte mil pesos de buen oro, según la fama; y no era este el santuario grande que los indios decían, porque este era de sólo el Cacique Bogotá; el otro estaba en la sierra, a donde todos acudían a ofrecer, entrando por una cueva que nunca los conquistadores pudieron descubrir.” (JuanRodriguez Freyle, El Carnero,p.88.)
No encontramos lo que pudiera recompensar nuestros esfuerzos y lo que obtuvimos quedaba lejos de nuestros sueños y esperanzas. Y en esta ocasión, que era el año 1539 de los indios más cercanos a los llanos se tuvo la noticia que llegaban otros españoles. Este era el maldito alemán Nicolás de Federmán que venía en compañía de su capitán Limpias que habían cogido diferentes rutas. Sin embargo, los recibimos bien porque a mí, a Gonzalo Jiménez de Quesada, natural de Granada, le corresponde el título de descubridor y de haber llegado primero de ser el fundador de esta ciudad de Santa Fe de Bogotá en el Nuevo Reino de Granada. Sí, Granada, para honrar a mi lejana patria. Y Federmán sólo traía cien hombres, todos los demás los había dejado en los llanos, muertos y devorados.

La tercera voz:
-Por fin hemos llegado. ¡Pero, qué sorpresa! Somos los últimos en pisar este Reino de El Dorado. Yo soy Sebastián de Benalcázar quien primero había dado la voz de alerta sobre la presencia de un reino rebosante de oro, aun más que el Pirú. Y aquí estoy con muy buena gente, bien armados y dispuestos a que la fortuna se nos presente, si era la voluntad de Dios. Pero estamos aquí, tres generales, y el oro se nos convirtió en risas. En un principio nos mirábamos por encima de la mira de los arcabuces. Pero el día seis de agosto de 1531, día de la Transfiguración de Nuestro Señor, se nos pasaron los celos milagrosamente y se convirtieron en bromas. Y quedamos amigos, los capitanes, oficiales y soldados; y en el nombre de Carlos V, nuestro Rey y señor natural, fundamos esta ciudad Santa Fe de Bogotá; y señalamos el solar donde se construirá la iglesia catedral, que será la primera de este Nuevo Reino de Granada. Y al capitán Gonzalo Jiménez de Quesada por ser natural de Granada y ser el primero en la conquista de este Reino le corresponden honor y preferencia. Y los tres capitanes generales decidimos volver a España para presentarnos a la Majestad Imperial. ( Nicolás Federmann no volverá; muere en Valladolid. La casa banquera de los Welser (Belizares) suspende toda actividad en las Indias en 1556. Con eso termina la presencia fugaz de los alemanes en aquel continente.)
  
La cuarta voz:

-Sí, soy de Sevilla, me llamo Juan Pinto y me enteré de la fama que tiene El Dorado de las Indias escuchando a un hombre que regresó de allí. Era un pobre viejo sin dientes diciendo que había perdido todo en el mar. Pero juraba que el oro crecía allí como los racimos de uva y que aquellos nativos no le tenían ningún aprecio y que era libre de tomarlo cualquiera que quisiera. Y yo no tardé en alistarme aunque no estoy muy dispuesto a la espada. Pero me asignaron a la pica. Y me fui engañado. Aquí hay zancudos tan grandes como pajaritos y murciélagos vampiros que te chupan la sangre y que parecen palomas volando. Ves pájaros y resulta que son mariposas y hay mariposas que en realidad son pájaros. Culebras hay que pueden tragar un caballo y hormigas grandes que los indios se los comen como gambas. Y estos indios, madre mía, en todas partes están con sus venenos y artimañas. A mí las indias me gustan, están bien puestas. Y el oro que nos prometieron; lo poco que nos tocaba lo guardábamos en las mochilas indias y de noche las amarrábamos en lo alto de una estaca para que no nos lo robaran. Y esto eran los racimos de oro del viejo mentiroso. Pero yo, que digo la pura verdad siempre, pienso que El Dorado si existe. Aun no hemos dado con él, pero si Dios me da fuerza alguna vez volveré a Sevilla, hecho todo un caballero, Amén.
(habla un indio) : ¿ ¿ ¿ ---- ???

2 de agosto de 2010


La quinta voz:

Manfred Peter

Nota: el texto va acompañado de una foto de un grupo de tallas en madera mías que lleva el título El Dorado.

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