“Era costumbre entre estos naturales, que el que
había de ser sucesor y heredero del señorío o cacicazgo --- ir a la gran
laguna de Guatavita a ofrecer y sacrificar al demonio, que tenían por su dios
y señor. La ceremonia que en esto había era que en aquella laguna se hacía
una gran balsa de juncos, aderezábanla y adornábanla todo lo más vistoso que
podían; --- A este tiempo desnudaban al heredero --- y lo untaban con una
tierra pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvo y molido de tal manera que
iba cubierto de este metal. Metíanle en la balsa, en la cual iba parado y a
los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su
dios. Entraban con él en la balsa cuatro caciques, los más principales, sus
sujetos muy aderezados de plumería, coronas de oro, brazales y chagualas y
orejeras de oro.--- Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro
que llevaba a los pies en medio de la laguna, y los demás caciques que iban
con él y le acompñaban, hacían lo propio; lo cual acabado, abatían la
bandera, que en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento, la tenían
levantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos
con muy largos corros de bailes y danzas a su modo; con la cual ceremonia
recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor príncipe.---
En el Pirú fue donde sonó primero este nombre
Dorado.---De aquí corrió la voz a Castilla y a las demás partes de Indias.”
( Juan Rodriguez Freyle,
Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada. Edición: Jaime Delgado.
Historia 16, 1986. Madrid. Escrito en 1636 bajo el título El Carnero, en
Bogotá.)
Primera voz:
–Ya estoy yo aquí. Desde
el 2 de Febrero de 1529 estamos aquí, primeramente Ambrosio Alfinger, después
Jorge Hohermut a quien llaman Spira y yo, Nicolás Federmann, el Teniente. Somos alemanes, representantes de la casa banquera Welser
con el privilegio dado por el mismo Emperador Carlos V, porque Carlos es
emperador gracias a nuestro dinero y el de la casa Fugger. Y debido a ello ha
ganado autoridad como Rey de España. Poseemos factorías en Santo Domingo y en
Sevilla. Pero esta nueva tierra huele a oro y hemos traido capataces de
minería alemanes a Santo Domingo que esperan su oportunidad y esta tierra
venezolana nos sirve de paso, buscamos El Dorado. Nos han cedido la
gobernación de Venezuela. Pero somos pocos y dependemos de los españoles y
eso es difícil. Yo no me dejo guiar por nadie y organicé mi propia
expedición para ver adónde podría llegar: partimos de Coro hacia el
interior, siempre al mediodía. Me llevé ciento diez infantes españoles, diez
y seis caballos y cien indios del país. La marcha fue difícil, agotadora,
peligrosa y todo lo relaté minuciosamente que en un libro fue publicado en
Alemania. El que viene de Europa, dificilmente puede imaginar lo que aquí le
espera. Nos encontramos “a gente que habitan esas montañas y son enemigos,
comen carne humana, y me daban víveres y oro porque no podían hacer otra
cosa. Si hubiesen sabido organizarse, si hubieran sido más hábiles para
resistirnos, fácilmente podrían haber acabado con nosotros y si la gracia de
Dios no nos hubiera preservado. Solamente de lejos disparan sus flechas y no
resisten el enfrentamiento. Pero prefieren la resistencia desesperada y antes
de ser atacados destruyen por si mismos sus propiedades y provisiones. Y si no
nos recibían como amigos los perseguía devastando campos y destruyendo el
país. Y les hice bautizar, explicándoles la doctrina cristiana a retazos,
¿por qué predicarles largamente y perder el tiempo con ellos, cuando por la
fuerza se les obliga a abjurar?” ( N. Federmann, U.Schmidl,
Alemanes en América. Historia16,1985,Madrid. p.66)
Es cierto, tengo fama de
luterano, pero hasta aquí no llega la Santa Inquisición. También dí regalos
que otros me habían dado, cuchillos y tijeras a los caciques con la condición
que se declararan vasallos de S.M Imperial. Tomé esclavos para reemplazar a
los que fallaron. Pero no es cierta la fama de haber ordenado cortar las
cabezas de esclavos débiles o enfermos para quitar los hierros más
facilmente. Al fin, la sumisión de los indios a Su Majestad y la alianza sólo
duran hasta que no pueden obrar de otro modo. Pero nuestro principal problema
no eran los indios: eran los obstáculos naturales, el calor, los arroyos
crecidos de un momento a otro, la falta de caminos, los animales salvajes.
Perdimos a hombres y caballos por picaduras de culebras y la mitad de los
hombres se enfermó de fiebre. Yo mismo me encontraba más muerto que vivo y
todos acabamos vistiendo túnicas indias en vez de de los retazos de ropa que
habíamos traido. En la selva casi no es posible cazar nada. Se oyen los
animales pero no se ven. Lo único que cazamos era un viejo tigre cuyo carne se
parecía a la suela de zapatos que también habían dejado de existir. Ahora
calzamos alpargatas indias. Cuando al fin con menos de la mitad de la tropa y
con ninguno de los esclavos indios del inicio de la marcha volvimos a Coro,
todos enfermos y exhaustos y sin caballos, yo llevando varios flechazos en el
cuerpo, me acusaron de abuso de poder y amenaza de destitución. Tuve que
volver a Augsburgo para entrevistarme con mis superiores Welser. Volví
satisfecho y reinstalado y comencé la segunda y decisiva expedición hacia El
Dorado donde espero encontrar recompensa de las penurias sufridas.
La segunda voz:
-No sé porque este
alemán no se queda en Venezuela. La vía terrestre es casi intransitable. Eso
nos enseñó su primera expedición. Nosotros optamos por la vía del mar y del
río. Soy el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, natural de Granada y teniente de gobernador de Santa Marta. Nosotros fuimos
por el río arriba de la Magdalena. Por cuaresma del año 1537 partimos,
ochocientos soldados con sus capitanes y oficiales, en cinco bergantines. ( Nave de dos mastiles con vela cuadrada o redonda para navegar en aguas poco
profundas.)
Para entrar en la boca
del río de la Magdalena nos encontramos ante un peligro grande. Las olas del
mar al enfrentarse a las aguas del río provocan fuerte oleaje que casi nos
hundieron y muchos soldados se ahogaron. Superada esta penuria comenzó un largo
viaje que duró casi un año. Sin guías y casi sin ayuda de vientos favorables
subimos el río a fuerza de remos y bogas y para eso tuvimos que ir cerca de la
orilla bajo la permanente amenaza de las flechas indias. Murieron en el camino
hasta llegar a este Reino de El Dorado más de seiscientos soldados y nos
quedaron ciento sesenta y siete. Teníamos grandísimo temor cuando pisamos
tierra y muchos fueron comidos por tigres o caimanes, otros picados por
culebras, cayeron en trampas mortales y el mal de país, la fiebre, nos
devoraba a todos. En realidad vimos a pocos indios; pero sus flechas de hierba
y ponzoña nos mataban. No tuvimos guía, pero se presentó el momento de la
gran suerte cuando un indio quien nos traía panes de sal nos llevaba y llegamos
en medio de una guerra que llevaban los caciques indios de Bogotá con el de
Guatavita,la que los de Bogotá lograron ganar. Eso nos convenía, ya que
éramos tan pocos. Pero los arcabuces hicieron su efecto, y los pocos caballos
ayudaron en eso.
¿Y el oro, dónde estaba
ese oro que tanta fama tenía?
“Hallaron las dispensas bien provistas de sustento,
muchas mantas y camisetas; que de las mantas hicieron vestir a los soldados,
que andaban ya muchos de ellos desnudos. ---hicieron alpargatas y calcetas con
las que se remediaran; y junto a este cercado, en la misma plaza, sacaron un
santuario, donde se hallaron más de veinte mil pesos de buen oro, según la
fama; y no era este el santuario grande que los indios decían, porque este era
de sólo el Cacique Bogotá; el otro estaba en la sierra, a donde todos
acudían a ofrecer, entrando por una cueva que nunca los conquistadores
pudieron descubrir.” (JuanRodriguez Freyle, El
Carnero,p.88.)
No encontramos lo que
pudiera recompensar nuestros esfuerzos y lo que obtuvimos quedaba lejos de
nuestros sueños y esperanzas. Y en esta ocasión, que era el año 1539 de los
indios más cercanos a los llanos se tuvo la noticia que llegaban otros
españoles. Este era el maldito alemán Nicolás de Federmán que venía en
compañía de su capitán Limpias que habían cogido diferentes rutas. Sin
embargo, los recibimos bien porque a mí, a Gonzalo Jiménez de Quesada,
natural de Granada, le corresponde el título de descubridor y de haber llegado
primero de ser el fundador de esta ciudad de Santa Fe de Bogotá en el Nuevo
Reino de Granada. Sí, Granada, para honrar a mi lejana patria. Y Federmán
sólo traía cien hombres, todos los demás los había dejado en los llanos,
muertos y devorados.
La tercera voz:
-Por fin hemos llegado.
¡Pero, qué sorpresa! Somos los últimos en pisar este Reino de El Dorado. Yo
soy Sebastián de Benalcázar quien primero había dado
la voz de alerta sobre la presencia de un reino rebosante de oro, aun más que
el Pirú. Y aquí estoy con muy buena gente, bien armados y dispuestos a que la
fortuna se nos presente, si era la voluntad de Dios. Pero estamos aquí, tres
generales, y el oro se nos convirtió en risas. En un principio nos mirábamos
por encima de la mira de los arcabuces. Pero el día seis de agosto de 1531,
día de la Transfiguración de Nuestro Señor, se nos pasaron los celos
milagrosamente y se convirtieron en bromas. Y quedamos amigos, los capitanes,
oficiales y soldados; y en el nombre de Carlos V, nuestro Rey y señor natural,
fundamos esta ciudad Santa Fe de Bogotá; y señalamos el solar donde se
construirá la iglesia catedral, que será la primera de este Nuevo Reino de
Granada. Y al capitán Gonzalo Jiménez de Quesada por ser natural de Granada y
ser el primero en la conquista de este Reino le corresponden honor y
preferencia. Y los tres capitanes generales decidimos volver a España para
presentarnos a la Majestad Imperial. ( Nicolás Federmann no
volverá; muere en Valladolid. La casa banquera de los Welser (Belizares)
suspende toda actividad en las Indias en 1556. Con eso termina la presencia
fugaz de los alemanes en aquel continente.)
La cuarta voz:
(habla un indio) : ¿ ¿ ¿ ---- ???
2 de agosto de 2010
La quinta voz:
Manfred Peter
Nota: el texto va
acompañado de una foto de un grupo de tallas en madera mías que lleva el
título El Dorado.
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