Reflexiones sobre el orígen de la fobia racista
La etiqueta “racista” se pega actualmente con facilidad a una postura
considerada contraria a la reglamentada. En primer plano se ven los musulmanes
como víctimas. Y eso parece plausible: la aversión contra el elemento
extranjero, considerado peligroso desde el punto de vista etnocéntrico, es
parte de la sociedad moderna europea y alimenta los movimientos sectarios que
van en busca de conflictos. ¿Pero, se trata realmente de auténtico racismo o es
xenofobia alimentada por el carácter cada vez más más etnocéntrico del ambiente en que vivimos? Pues el egoismo y el etnocentrismo se han fundido.
Muchos investigadores niegan la existencia de un auténtico racismo como fuente
de inspiración de estos grupos radicales que odian a minorías como judíos, africanos
o inmigrantes en general; o a todos que se atreven a ser distintos a ellos. Su
móvil principal es el resentimiento y la ignorancia cuando pretenden actuar en
defensa de lo propio contra lo desconocido. ¿Pero son por ello racistas?
La historia ha conocido cientos de sociedades marcadas por el
esclavismo, cuyo carácter es la mayor
distancia social posible, la que hay entre hombres libres y esclavos. Y en toda
sociedad esclavista se trata de justificar esta distancia definiendo a los
esclavos como seres aparte, distintos, incompatibles con el ser de los libres.
“Omnes homines jure naturali aequales et liberi sunt”. Esta sentencia
del derecho romano no refleja la realidad social romana pero es antirracista.
Los esclavos provenían de las zonas marginales del Imperio, del Norte y Este, y
en su gran mayoría eran blancos. Para justificar esa reducción a esclavos se
aplicaba la ley de guerra o se hacía
responsable el destino individual. Esclavos eran imprescindibles para mantener
la economía vigente, y así su servicio era considerado de utilidad general,
hasta para ellos mismos; pero la Ley abría las puertas para otra vida: la
de los libertos. El color del esclavo no importaba. Por cierto existían
esclavos negros, presentes en escasa minoría en toda la zona mediterránea, pero
la gran mayoría de estos “etíopes” eran libres. La imagen clásica del
esclavo era pelirrojo y blanco. Corresponde
a Aristóteles el haber definido el esclavo como un ser inferior por naturaleza:
es el clima frío que ha teñido los bárbaros en pieles blancas con el pelo rubio
y de escasa capacidad mental para el razonamiento planificador. Y los amos benefician
a estos siervos gracias a su innata superioridad. Para Platón no hay duda, que para el bien de
todos, la esclavitud es necesaria y deseada por la misma naturaleza. En otros
continentes encontramos similar justificación. Cuando no son disponibles los seres de otras etnias, se reducen a
“animales que hablan” a los miembros de la propia población atribuyéndoles
inferioridad innata. Continúan en forma
de costumbres sociales hasta hoy en las castas indias o en apellidos heredados
de antepasados esclavos. Pero todo eso
aun no es un concepto racista teórico; todo esclavismo como régimen material
produce automáticamente su justificación. Así pudo ser aceptado y duró durante
milenios.
Así, casi invisible para el observador europeo durante los siglos IX al
XII se producen una evolución de una magnitud imponente y un cambio sustancial:
entra el Islam en el escenario sacudiendo como un terremoto la zona
mediterránea y eso tiene consecuencias en profundidad y afecta la dimensión del
régimen esclavista general que le
acompaña. A partir de ahora, el esclavo tiene un color: es negro. Es el
antropólogo Bernard Lewis quien describe la importancia de este hecho. La
ciencia árabe de estos siglos ha sido considerada como un renacimiento de la
antigüedad griega, con justa razón. Pero este hecho admirado esconde una
realidad escalofriante, poco mencionada entre historiadores. Dice Lewis que
existe un alud de textos que justifican la esclavitud del negro africano por su
inferioridad innata desde el orígen. Están implicados todos los nombres grandes
de la cultura hispano – musulmana de la época. Al negro se le reprocha no
solamente su creencia animista, sino también su inferioridad intelectual y
deficiencia moral. En total, su negritud le hace ser un hombre inferior, nacido
para ser esclavo. La conquista árabe del continente africano había abierto el
portón para esclavizar a millones de individuos destruyendo etnias
completamente y cambiando el destino del continente durante los siglos
venideros. Esta conquista árabe fue tan virulenta que dejó su marca imborrable.
Fueron los árabes que iniciaron el horrible saquéo de “material humano” de
África. Las cifras se calculan entre 17 a 20 millones, muy superiores a las que
se registran en la trata de negros a América después de Colón.
Claro está, no es la teoría racista que conduce al esclavismo, no son
autores los filósofos de El Cairo o de Córdoba; es la realidad del sistema
productivo esclavista que crea el racismo. Y tampoco es correcto acusar exclusivamente
a cristianismo o judaismo de ser responsables directamente o de forma
indirecta, tolerando la mayor aberración histórica conocida. ¿Es casualidad que
en la discusión sobre la escasez de mano de obra en Las Indias recien
conquistadas enseguida se menciona el “negro africano”, cuyo esclavización ya
era práctica corriente de los mercaderes árabes. Los traficantes europeos no
hicieron otra cosa que seguir el modelo existente árabe. Es el Islam que hoy
tiene todo el peso de una responsabilidad histórica, y tiene bastante en
recordar el peso de su propia historia antes de reclamar que otros se arrepienten de la suya.
Manfred Peter
agosto de 2010
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