Sucedió que iba para recoger al amigo que vendría en lancha por el
río arriba. Sacó el Landrover y al salir de de su finca dejó la puerta
abierta del portal de la entrada.
–Volveré
pronto, decía, no conviene parar aquí para abrir puerta. Y con la mano
derecha se aseguró que la pistola estaba en su sitio.
Pronto
volvió con el amigo al lado charlando con risas de mejores tiempos pasados.
Cuando de pronto paró bruscamente el carro:
–¡Cerrada
está, la dejé abierta! Y- el amigo con cara de asombro al lado – echó marcha
atrás bruscamente dejando un reguero de pedruscos y piedras atrás.
–Quié
pasa, qué haces, ¿adónde vamos?
No
hubo respuesta. Después de una violenta carrera por trochas y senderos
llegaron al paso por donde entra el ganado. Y al final:
–¡Ahí
está, ya llegamos! –¡Dime!, ¿qué ha pasado?
–Yo
la había dejado abierta, alguien la cerró, pudo ser una trampa; te bajas del
carro y ¡chass!.
–¡Pero
quién?
–¡Ellos!
–¿No tienen nombre? –No, para mí no, son ellos. –Voy a subir aquella loma.¿Te acuerdas, cómo jugábamos allí, dos niños felices? –Bien, pero llévate el fierro este.
–¿Qué hago yo con una pistola? No la puedo manejar.
–¡No puedes ir desnudo por el campo! Cualquiera te puede matar.
–¿Pero quién y por qué?
–Ellos no te lo dirán. No te enterarías.
Sucedió que el día siguiente el amigo decidió dar un paseo:
Manfred
Peter, agosto de 2010
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