<Yo soy un ‘Hombre Nuevo’, estoy en Roma. Quiero el consulado para mi. Estos dos puntos lo dicen todo. Soy un ‘Hombre Nuevo’; estoy solo con unos amigos que me ayudan. Nos encontramos en Roma y no en obra teórica o filosófica alguna. Roma la ciudad gloriosa, está construida sobre un basurero. Y yo quiero el oficio que para mí significa la inmortalidad: el consulado. ¿Hay una razón mejor para luchar?
Me respondo: Sí, porque voy a defender la causa de mi enemigo Catilina si fuere necesario, y romperé con él en cuanto pueda. Y él haría exactamente lo mismo conmigo. En este mundo es que vivimos.”
Cicerónse inclinó hacia atrás, levantó ambas manos: “Esto es Roma” dijo.>
(Robert Harris, Imperium, Múnich 2006, p.370)
“Esto es Washington”, digo yo, reemplazando el consulado por la presidencia de USA, nos encontramos ante un panorama jurídico estatal con poder presidencial, similar al que diseña el novelista Harris cuando habla de Roma.
‘Impérium’, el juego de dados por el ‘poder’ es ejecutado maravillosamente por el ‘hombre nuevo’ de nombre Cicerón.
Luchar hasta triunfar en la vida pública y social, iniciar un capítulo – aunque sea breve – de innovaciones, salir de la invisibilidad para transformarse en el hombre público de mayor importancia, eso lo comparten los dos escenarios muy parecidos entre ellos, Roma antigua y Washington moderna.
Levantados con cal y piedras sobre basureros, lucen, brillan, enamoran a la humanidad. Son ellos los dueños – al menos se toman como tales – buscando ser venerados, imitados, solicitados y están condenados a suprimir, a hacer invisible las huellas del basurero sobre el que se han levantado muy orgullosos.
Si bien es cierto que ‘imperios’ hay más… hay otros muchos, generalmente se erigen sobre códigos diferentes. Suelen ser caracterizados como dictaduras, tiranías fundamentalistas. Ninguna de estas haría posible una vida como la que Cicerón diseñaba hace ya más de dos mil años. Una vida entregada a rivalidades y ambiciones amorales.
Como si fuera un juego de dados ruedan las piezas, todo es negociable, aunque parezca un sublime engaño; amistad con enemistad se mezclan y alternan.
“¿Vale la pena vivir así?” se preguntaría el esclavo que en el pórtico de la casa mueve la escoba para eliminar el polvo de la entrada.
Sí, replicaría otro esclavo, que ejerce de secretario del maestro Cicerón. “Hemos triunfado sin derramar una gota de sangre; nuestro triunfo está fundado sobre la habilidad, sobre el saber hacer las cosas a la perfección; ¡aplaudan por favor!”
Y es cierto, el resto de la humanidad así lo hace. Mentiras van, engaños vienen, pero ahí sobre restos de estiércol luce Washington alías Roma.
¿Eternas?
friedrichmanfred y anavictoria nov. 2019
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