La revolución es ----¿eso?
--Mi corazón late por aquellos pueblos que se levantan en ira como olas del mar cuando sufren; pero también siento lo dulce que será guiar a los hombres con el látigo como al ganado.--
Lo dice Gustave Flaubert en su diario del viaje a Italia en 1845. Poco ha cambiado desde entonces, y el noticiero diariamente verifica aquella sabia sentencia. Son las revoluciones que nos hacen acelerar el ritmo de batidas del corazón y son las represiones que discretamente obtienen nuestro consentimiento. En el fondo aplaudimos la propia comodidad cuando estamos lejos de los sucesos que causan dolor y muerte a otros.
--Claro, cómo no admirar a Guevara. Pero sorda y tristemente algo le murmuraba que en 1917 la Revolución rusa también había sido romántica, grandes poetas la habían cantado. Porque toda revolución, por pura que sea, y sobre todo si lo es, está destinada a convertirse en una sucia y policial burocracia, mientras los mejores espíritus concluyen en las mazmorras o en los manicomios.
Sí, todo eso era amargamente cierto.—
Lo dice Ernesto Sabato en ‘Abbadón el exterminador’ en 1974, y su admiración se hundió en la depresión que la realidad imponía. Pues, era suficiente dirigir una mirada claro y atenta a los eventos producidos por el entusiasmo revolucionario no se podía llegar a otra conclusión que esa: La fantasía romántica que debería ser construido un mundo nuevo con la labor de hombres nuevos acabó en un horrible festín de miseria y muerte violento. En la obra de Carlos Marx no encontramos ningún estímulo insinuando sacrificio y muerte. Sin embargo lo hallamos y sigue siendo el mensaje fundamental del cristianismo: “Hay que morir para revivir!” dicen los evangelios, porque en este ‘Valle de Lágrimas’ no hay vida perfecta y durable. La fe del cristiano trata de anticipar lo que en el futuro le espera (¡ojalá que tan pronto no llegue!!); la revolución mete mano a los pilares que sostienen su mundo, los derriba para levantar otros nuevos. Y será ‘el Hombre Nuevo’ quien con fuerza mágica sería capacitado para hacer lo que dioses y Dios no han hecho. Ya Prometeo lo intentó hacer bajando el fuego a la tierra y Goethe le dedicó un poema magistral pero el mito de Sísyphus nos enseña la dimensión real que vivimos. Este ‘Hombre Nuevo’ también fue diseñado en la profunda selva de Bolivia por el Che y sigue presente en las fantasías de educadores y múltiples apóstoles políticos. En la ciudad de Barranquilla permanece viva la imagen del profesor Albert Assa y alrededor de ella florece una hagiografía melancólica. Yo estoy convencido que ningún mensaje de estos jamás ha superado las tragedias griegas: en la fiesta de Dionisio los humanos se estrellan contra la realidad, en los escenarios Edipo o Antígona admirablemente cumplen su destino cuando perecen, se hunden y el público aplaude satisfecho, no hay promesa ni plan de redención, ni proyecto salvador.
¿Qué queda del Che, el ‘Hombre Nuevo ‘ argentino, latino americano?
Ernesto Sabato revela una fuente, testimonio de quien lo mató:
--Cuando llegué al aula, el Che se incorporó y me dijo:
--Usted ha venido a matarme.
Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder.
--Qué han dicho los otros? – me preguntó.
Le respondí que nada.
No me atrevía a disparar. En este momento vi al Che muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentí que se me echaba encima y me dio un mareo.
--Póngase sereno ---me dijo---. Apunte bien.
Así murió el ‘Hombre Nuevo’ americano. Otros menos valientes que él se dedicarán a construir monstros burocráticos, no para mejora sino para redención y satisfacer sueños in-Maduros, ganas de dominar o simplemente de robar.
friedrichmanfredpeter
Edición anavictoria
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