Los fundadores
de una nueva religión nunca “surgen de
la nada”… son el producto del tiempo que les toca vivir y de las circunstancias.
Sin embargo, sus miradas se extienden más lejos que sus tiempos, tal el caso de
Mohamed fundador de una nueva religión
intensamente relacionada con la Mekka. Estaba convencido de que su tribu, la de los Quaraisch, era llamada a guiar a todos
los árabes. Igual que todos los miembros de esa tribu él también estaba
convencido de la importancia singular de la Kaaba, ese lugar sagrado de un auténtico monoteísmo, y de que su fe
era la verdadera fe de Abraham.
Pensaba
que la auténtica fe ya se había perdido durante siglos de olvido y abandono.
Los habitantes de la Mekka habían rodeado la Kaaba con falsos ídolos, llamados “las hijas de Dios”, adoradas como
intermediarias entre Dios y los hombres.
Tales
“errores” no deberían prolongarse porque el mundo temporal de Mohamed estaba en
llamas. Bizantinos y persas, dos imperios estuvieron envueltos en una inmensa e
interminable guerra que arrastraba el
mundo entero y que culminaría en la saga del fin del mundo cuando Cristo
volvería y los muertos resucitarían. Los bizantinos eran cristianos y Dios
combatía en su ayuda, así lo creían. Los enemigos serian hundidos en el infierno.
Y si los árabes no volvían a la auténtica y verdadera fe de su ancestro Abraham
también acabarían en el infierno. La salvación para los árabes tendría que
venir de los Quaraisch quienes constituían élites entre los árabes; en el
centro de todo se hallaba La Kaaba.
En aquel
tiempo Mohamed no fue el único que pronosticara el fin del mundo, ni el primero
en proclamar el regreso a la fe de Abraham; tampoco el único al denunciar los
rituales paganos alrededor de la Kaaba. Los habitantes de la Mekka bien
conocían eso y se rieron de él y de sus seguidores. Hay indicios que Mohamed
estuvo dispuesto a hacer compromisos. Pero eso no duraba mucho tiempo, pronto
volvió al dogma inicial: Sólo existe un solo Dios y no hay dioses menores ni
hijas. No convenció y Mohamed tuvo que abandonar la Mekka y refugiarse en
Medina.
Y fue en
Medina donde Mohamed se transformó en el líder espiritual y real; convenció a
los medinenses y les estimuló a unirse a la lucha contra la gente de la Mekka. Fueron
principalmente los judíos quienes no
quisieron seguirle negando además su
autoridad como representante de Dios; Mohamed con extrema dureza mandó proceder
en contra de ellos.
Las
“revelaciones” de Dios a Mohamed en este momento eran sumamente crueles y
violentas y Mohamed amenazó a sus enemigos con los castigos que Dios les tenía
reservados. Y sería el mismo Dios el que mandaría a ejecutar este castigo
contra sus enemigos: Mohamed sería simplemente el ejecutor designado.
Después
de meses de combate y de tratos Mohamed entró triunfante en la Mekka, purificó
los alrededores de la Kaaba y en adelante sólo sería la fe de Abraham la que se
veneraría en aquel sagrado lugar. Todas las imágenes fueron destruidas.
Mohamed
había logrado su destino, era “el rey” de un imponente imperio; murió poco
después, y fueron sus sucesores Abu Bakr
y Omar quienes continuaron esa segunda parte del programa: unificar todas las
otra tribus árabes bajo la nueva fe. Lograron organizar un ejército imponente
que se dirigió hacia el norte, allí donde les esperaban poder y riquezas.
Encontraron un fácil éxito contra un imperio bizantino debilitado por las
guerras eternas.
Mohamed
en tiempos difíciles era el hombre justo en el justo momento. Moviéndose
hábilmente entre adversarios obtuvo lo
que era su misión: fundar una nueva religión para los árabes y el mundo.
¿Fue
acaso el árabe más importante que jamás viviera? Millones están convencidos de
eso.
fmpeter
( síntesis del extenso libro de Marcel Huispas, Mohamed, WBG Darmstadt 2015)
septiembre 2017
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