En el año de 1.190
se inicia la Tercera Cruzada - los europeos, unánimes - para
reconquistar la ciudad santa de Jerusalén que había sido capturada por el musulmán
Saladín, después de únicamente un siglo de dominio cristiano. Y nunca más, los
cristianos europeos lograrían cumplir con éxitos sus numerosas cruzadas para
hacer de Palestina tierra santa cristiana nuevamente.
Participó
Friedrich Barbarossa, der Kaiser Rotbart, emperador de Sacro Imperio alemán,
gobernante e ídolo de los alemanes. Pues Barbaroja no volvió, se ahogó en el río Saleph (Turquía) durante un baño en aguas frías. La noticia
fue un impacto en el Sacro Imperio Alemán, la gente se negaba a creerlo. Y tenía motivos para ello. Porque
después de esa fecha todo aparecía cambiado.
EL mundo conocido había dado un vuelco total: donde antes reinaba la paz,
irrumpió la guerra, donde prosperaban el
trigo y los viñedos, ahora solo imperaba lo frío y seco, donde antes había ley y orden, ahora
gobernaron los violentos. Hambre, peste, caos. El grito “¡Pobre de mí!” se hizo general, comenzó el tiempo sin Barbaroja, tiempo terrible sin su sabio gobierno, (“Es kam die kaiserlose, die schreckliche
Zeit”). Se creó entonces la
leyenda de que Barbaroja no estaba
muerto y podría volver, que tal vez continuaba vivo durmiendo, que sólo él podría detener el caos reinante.
Esa leyenda se transformó en mito, un mito fundamental y
duradero en el subconsciente colectivo. Sin este relato reproducido millones de veces durante siglos
en cuentos y narraciones para que los niños duerman, o para darles “salero” y gravedad a
las reuniones, la historia de Alemania no se entiende totalmente.
Mucho después, en el siglo XIX durante la era
de la constitución del Imperio Alemán moderno, le fue construido un monumento
gigantesco a Barbaroja en la montaña del Harz, sobre el monte Kyffhäuser.
Yo conocí esa
leyenda a través de la voz de mi abuela, muchas veces.
Durante siglos
se podía escuchar la narración oral sobre el poderoso Barbaroja y su esperado
regreso por voces actorales profesionales que en aquel entonces se encargaron
de que nadie olvidara. En efecto, en los lugares públicos, en mercados y
fiestas donde se reuniera gente, mujeres ancianas narradoras (nunca un hombre) rodeadas
del público; su profesión era contar cuentos tan antiguos como aquellos que los Hermanos Grimm recopilaran.
Sin embargo, la
historia de Barbaroja era un tema especial por su carácter misterioso y sobre
todo por la secreta profecía de que algo definitivo habría de suceder. (Heinrich
Heine, en tránsito por su amada Alemania –su exilio parisino duraría hasta la
muerte-escuchó a una de estas narradoras y escribió en un bello poema lo que la
anciana le había comunicado y así Barbaroja también saltaría a la literatura
universal).
Nació una
especie de mesianismo laico entre los
alemanes que empezaron a creer que un redentor tenía que aparecer para
cambiarlo todo y para refundar la nación. Yo opino que para entender la historia de este país,
los exabruptos y vuelcos que daba, hay que conocer ese fenómeno social mítico
transcendental, sin saber de eso no nos entenderán. Ya durante el siglo XIX los
emperadores Guillermo I y Guillermo II del renovado Imperio Alemán habían
tratado de aprovechar este mensaje de quien consideraban su mítico antecesor:
Barbaroja, y mandaron erigir el monumento del hombre-mito.
Anualmente recibe miles de visitantes.
¿Por qué fue tan exitosa esta leyenda?
Es muy sencillo: porque corresponde al pensamiento común y simple desde
siempre. Los pueblos que carecen de documentos escritos, suelen conservar
recuerdos históricos en forma de mitos y leyendas. Los mitos son “discos
grabados” de sucesos históricos cuyo origen real ha caído en el olvido. El mito elimina tiempo
y lugar de lo que pasó, los mezcla y los funde con otras tradiciones, toma
prestados elementos de cuentos y se establece por encima de la misma realidad
creando otra verdad nueva. Solamente un estudio serio histórico es capaz de
revelar parte de su real contenido. Por eso se presta para la manipulación como
instrumento más de la propaganda
política moderna.
El montaje de publicidad que más impresionó con falsos gestos e
indumentaria fue el movimiento de Adolfo Hitler. Como surgido de la nada, se parecía
este hombre a un redentor secular, personaje excepcional dotado de una especie
de magia que se gana a un público de mente sencilla; la máquina propagandística
nazi no tardó en explotar esa fuente para exigir adoración y culto.
Lo que hoy resultaría
ridículo y cómico, ha sido real; presentar al político aventurero, surgido
entre el caos social y político, disfrazado de caballero medieval con
estandarte y metido en armadura montado sobre caballo; debió interpretar la
ascensión al poder de Hitler como la resurrección del imperio medieval. Por eso
se inventó el término del Tercer REICH que sugiere el fin de los tiempos, tras
un imaginado “Ocaso de los Dioses”.
Bobadas, pensará el lector, y tiene razón. Pero la historia advierte
que tales bobadas poseen fuerza real y no debemos subestimar el poder de los
mitos. Las convicciones políticas sólo en parte son razonadas y transportadas
de la mente ilustrada a la esfera del poder social y real. Antes de razonar la
emoción humana está dispuesta a refugiarse a imágenes escondidas en mitos y
leyendas. La fuerza de tal convicción
radica precisamente en el misterio, en lo que está oculto, lo que nos quita la
respiración temporalmente y que nos obliga a creer antes que a entender y saber.
Para apoyar a un “Mesías” somos capaces de olvidar nuestros propios intereses,
votar en contra de nosotros mismos.
En este sentido, el mito de Barbaroja no es únicamente expresión de
una creencia infantil o la práctica turística corriente de hacerse unas fotos
en la cumbre del monte Kyffhäuser, posiblemente un poco emocionados, porque allá abajo están esperando fantasmas
de ayer y de anteayer para invadirnos de nuevo.
Y yo como alemán me pregunto: ¿En qué otro país de la tierra han
levantado, un monumento a lo inexistente, a una imagen mítica del poder?
Y saco esa conclusión:
¡Cuidado con los mitos! Falsear la realidad siempre crea usos y
perversiones y siempre proclama soluciones definitivas, que acaban siendo
violentas.
fmpeter junio 2017
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