Germania, los pueblos ahora te
odian/
Pero yo nunca te dejaré /
Traicionarte - ¿cómo odiarte a ti?
/
Mi estrella, tu luz me ilumina /
Mi amor a ti es entera /
Porque amar a medias no aprendí /
Más sabia , mágica, profunda /
No hay otra como tu , rica dotada/
Lorelay, dejaste a tu navegante
embrujada /
Estos versos, traducidos del alemán
¿de quién serán? Los he extraido de un poema con el título "An
Deutschland".1
No son de Heinrich Heine, de ningún
romántico alemán. Los escribió una poeta rusa: Marina Zwetajewa
en diciembre de 1914, durante la primera guerra "mundial",
cuando los ejércitos alemán y ruso se enfrentaron en batallas
sangrientas. La propaganda oficial en ambos paises pintaron al
enemigo lo más abominable: los rusos bárbaros, salvajes, los
alemanes petulantes, agresivos.
Esa declaración de amor rompe estos
clichés. El padre de la autora fue director del museo de arte
europeo de Moscú y ella hizo viajes y completó estudios en
Alemania, Francia y Suiza. Después de la Revolución de Octubre
vivió como inmigrante en extrema pobreza en Berlín, Praga y Paris.
Estos versos no se destacan por belleza
poética, ni por su mensaje especial y singular; son expresión de
una actitud mental sorprendente: no se espera que eso se diga entre
"enemigos" y menos en medio de una confrontación
sangrienta.
¿Fué excepcional?
En el momento de su creación, sí lo
fué; pero vista desde la perspectiva histórica no es tan extraño.
Y eso lo demuestra la obra de Wladimir Kaminer, berlinés, joven
escritor alemán y "en privado"-lo dice él - ruso. Muchas
vidas se han cruzado durante tantos siglos. Ciudades como San
Petersburgo y Moscú tuvieron sus barriadas habitadas por población
Nemeç, "mudos" o "forasteros", como se llamaban
los alemanes inmigrantes desde siglos atrás; y eso es su nombre
hasta hoy. No llevan nombres como españoles o franceses, son
simplemente forasteros "mudos" por no hablar con
naturalidad el idioma local eslavo. Además eran cristianos de otro
color, protestante o católico romano. También formaron islas de
repoblación, donde su número alcanzó varios millones. Duraron
hasta la invasión nazi, cuando Stalin ordenó su deportación a
Siberia. De allí en permanente goteo los sobrevivientes regresan al
país de sus antepasados, a Alemania. No pudieron reiniciar esa vida
autónoma iniciada siglos atrás por iniciativa de Catalina La
Grande, zarina y una dama alemana.
Esa coexistencia fue fértil y
provechosa, pero problemática y conflictiva. Existían el aprecio,
la admiración, pero también el menosprecio, la rivalidad entre
estas etnias. Y todos sabemos, cuánta violencia ha cruzado nuestro
camino.
Sin embargo, dos guerras vivas y una
guerra fría, los millones de muertos y los crímenes cometidos sin
fin, no acabaron con esta relación especial que tiene su reflejo en
los versos citados. Todo encuentro arrastra una larga cola atrás,
nos perdonamos, pero nunca olvidaremos. ¡Basta!
Confieso que me siento harto de la
discusión infinita y poco relevante sobre las medidas actuales en
política por el presidente ruso Putin.
Recomiendo prudencia y también respeto
hacia un vecino tan importante nuestro que es Rusia. Con ella y no
con Putin Alemania tiene una larga historia sentimental en común, y
lleva una responsabilidad ante el juicio de la historia. No somos
llamados a exportar nuestro sistema político y nuestro modo de ser a
un vecino que es autónomo, independiente y muy celoso de su manera
de vivir y organizar sus asuntos.
Los conflictos, también el de Ucrania,
tienen varias caras, según cómo se miran, y cuáles son los
intereses abiertos y secretos respectivos. ¡Dejemos de imponernos
como "maestros" del mundo!
Eso no es mi tema.
Pero seguro estoy que la soberbia nunca
fue pacificadora, y a los rusos hay que escucharlos, aunque nos
llamen "mudos" a los alemanes y en su voz popular todos
somos "fritz", dicho con tono entre simpatía e irónica
tolerancia; y si a alguien escuchan, entonces es a un "fritz"
- actualmente se llama Angela.
friedrichmanfredpeter diciembre14
1
Publicado en FAZ - 1 de diciembre 2014.
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