miércoles, 15 de septiembre de 2004

¿La Izquierda cambiará el curso de la historia?

Partiendo de la famosa sentencia de Carlos Marx, que los filósofos sólo habían interpretado la historia cuando era necesario cambiar su curso, numerosos grupos políticos y sociales se han dedicado a eso, a cambiar la historia. Marx y Engels también supieron a quién dedicar la tarea de ese cambio definitivo y final: al proletariado.
Sin embargo, el deseo de cambiar la historia tiene numerosos padres ilustres más:

  • romper la servidumbre librando el hombre de las cadenas que le impone la injusticia social (Jean Jacques Rousseau)
  • o Ilustración (Aufklärung) como proceso de salida del hombre de la dependencia para encontrar la autonomía de su ser y actuar (Imanuel Kant).
  • o tantas profecías y utopías (dos o tres en cada época de la historia) inspirados en el mensaje bíblico que los pobres de la tierra serán elegidos para el reino de Dios.

Si bien es cierto que la historia cambió desde que fueron proclamados tales nobles proyectos, también ocurrió que - a pesar de los cambios, técnicos, materiales e institucionales, las cadenas que imponen la sociedad, la pasión por poder y riqueza y la comodidad e ignorancia de los hombres no se han roto. Al contrario, parecen más firmes y sólidas que nunca. Es más, el noble proyecto de cambiar la historia para bien de los hombres  ha sido responsable de nueva y vergonzante esclavitud:
La proclama de “libertad, igualdad y fraternidad“ hecha por Maximilien Robespierre hizo correr ríos de sangre por toda Europa y en los inviernos /infiernos de los Gulag estalinistas se congelaba la sangre de los que no eran considerados útiles para tal profético cambio histórico. La Revolución igual que Saturno comió a sus propios hijos (visión de Goya), a millones de ellos.
–Toda ideología acaba en alguna forma de estalinismo - dicen unos- continuará el progreso y algún día se realizará lo que tantas veces sólo era un sueño;
–No– contestan otros–es ese mismo sueño de la razón que produce los monstruos (Goya),¡qué cambios! ¡qué historia! ¡cuántas lágrimas y dolor!

¿Pero, cómo se nos presenta ese proyecto milenario en la actualidad? ¿Se sigue proclamando cambiar la historia? ¿Cómo se manifiesta y quién lo pronuncia y quiénes lo creen?
Para intentar contestar estas preguntas con la mayor objetividad posible, limitémonos a observar el mundo que nos rodea, cómo se manifiesta en los medios de información que nos invaden diariamente: “progresista“ en ese adjetivo se resume todo un abanico de proyectos sociales, políticos e ideológicos. El sustantivo que le corresponde no es progreso sino “progresismo“. El progresista no sólo mira hacia adelante fijándose metas hacia el futuro, como es propio de toda actitud responsable. Al progresista no le acompañan la duda y el análisis prudente en los proyectos que propone; él de antemano ya sabe  que son  correctos y fiables y como el misionero predica la vía que todos deberían tomar hacia ese cambio histórico que su ideología hecha de retazos históricos le sugiere. Para alcanzar la atención general utiliza una retórica emocional apasionada. Sus asuntos si bien son racionalistas no se apoyan en la razón crítica y los conocimientos amplios. Son tecnocráticos: “¿Se puede hacer? - Sí - ¡Entonces, que se haga!“ El progresista lucha, insistente y pacíficamente, para ocupar la opinión general; por eso busca el apoyo de la calle que es su escenario preferido. Necesariamente tiene que definir a un adversario, necesita al enemigo para poder pronunciarse. Es contra el retrógrada, contra el poder de la tradición, contra los fantasmas del ayer que dirige su discurso.
Cuando en tiempos pasados el izquierdista era antitotalitario, el progresista moderno excluye a sus enemistades del respeto y de la tolerancia que merecen sus opiniones contrarias. Su discurso es de principios, es total de tendencia totalitaria. Por eso suele dudar de la integridad moral del adversario:
“Son la ceguera, la mala voluntad o los intereses perversos que motivan al retógrada“ y por eso no comparte la visión progresista.
Para muchos progresistas el mundo suele dividirse en un campamento de los buenos, el suyo, y el contrario, el de los malos. Ese maniqueismo ha creado un fundamentalismo moderno que está a mil leguas de la tradición creada por la ilustración o por el mismo marxismo histórico, esa fuente lejana y casi olvidada.
Observamos como ese tipo de progresismo está invadiendo todas las áreas de la sociedad, desde la educación a la legislación que regula cuestiones como la familia, medidas eugénicas como el aborto y la eutanasia, la investigación, finalmente la constitución de la vida política misma. Contrario a los conceptos revolucionarios del pasado generalmente encuentra un eco positivo en las diferentes capas de la sociedad, y ese hecho a sus opositores frecuentemente les hace callarse resignadamente.
El triunfo de la tecnocracia en casi todas las áreas de la sociedad parece imparable, porque la tecnología suele presentarse con la pretensión de ser ciencia exacta.
¿Quién se atreverá a oponerse al especialista genético o al pedagogo progresistas?
“Acércate con la mente crítica muy despierta a todo lo que te presentan como una verdad, aunque sea la sentencia dos y dos son cuatro“ había dicho Lichtenberg, ilustrado contemporáneo de Kant, un izquierdista por cierto, pero ¿ serviría como progresista?
El progresista es crítico contra el adversario, definido así de antemano. Lo suyo se encuentra más allá de razonamiento crítico. Se ha asociado al “homo oeconomicus“ al técnico de pensamiento unidimensional descrito por Horkheimer y Adorno. No tiene noción del antagonismo del progreso mismo. Ambos pensadores lo han revelado ya hace muchos años atrás, en 1947 : “Dialektik der Aufklärung“
(Dialéctica de la Ilustración): todo progreso es contradictorio consigo mismo, cada avance desata poderes que amenazan la libertad y la autonomía del hombre. Pero el progresismo no se ha enterado de ello, “es cuestión de intelectuales, que se queden con sus manías sofisticadas“. Ya lo habían demostrado esas progres jovencitas que interrupieron a Adorno dictando clase con un show exhibicionista. “Cállate viejo carca!“ ---Así es, que hoy de todas las capas sociales se reclutan los adeptos de la nueva fe que pretende hacerse la ley general -- y ya casi lo ha logrado.

“antirracista“ es el adjectivo que se enfrenta al sustantivo racismo que se usa como sinónimo de nazismo. En la antigua República Democrática Alemana estaba prohibido descifrar ese código abreviado: nazi = nacionalsocialismo. El nazismo de ningún modo debía oscurecer la diáfana metáfora del socialismo, pura y solemne.
El antirracista moderno mantiene ese tabú. Nazismo es todo lo que contradice las esperanzas de un cambio a un mundo mejor: el racismo de los enemigos, el carácter fascistoide de su hablar y pensar revelan el nazismo escondido que llevan dentro. Ese término subraya su peligrosidad y justifica la lucha contra ellos, de adversarios se transforman en enemigos de la civilización misma. Una vez más se verifica la visión maniquéa del mundo: los buenos antirracistas contra el eterno enemigo de la humanidad, el nazismo. El término ya no está anclado en la historia real, es simplemente el superlativo del mal en política y sociedad. Bajo ese término se encuentran reunidos p. ej., el presidente de EEUU y el estado de Israel, además todos los que de alguna forma los apoyan.

Sin embargo, los terroristas modernos, tanto nacionales como internacionales no están ubicados allí. Al terrorista se le considera un personaje trágico, perdido entre
una motivación aceptada por un lado y métodos erróneos de lucha por el otro. Así p. ej., buenos son los fines de la guerrilla en Colombia - son anticapitalistas, antiglobalizadores, antiamericanos, progresistas - pero malos son sus métodos porque asesinan y secuestran a inocentes.
El gobierno colombiano y la sociedad, agredidos despiadadamente, siguen bajo sospecha de  practicar el fascismo, proteger a los violentas de la derecha y ser de tendencia nazi.

Así, no es de extrañar que bajo la sombra del antirracismo izquierdista se ha revivido el antisemitismo. Se considera culpables sólo a los judíos que persiguen a los indefensos árabes y estos a la vez son disculpados de los horrores que cometen. El supuesto carácter nazi del estado de Israel ocupa el lugar del judío errante de antes, supuestamente culpable de los desastres históricos. La crítica, una vez más, es fundamental y no política porque se dirije contra un ser considerado maligno.
El  análisis es simple y  no reconoce el carácter trágico de aquel conflicto en el Oriente Medio.
¿Quién es culpable, Creonte o Antígona, en el drama de Sófocles? El público griego hace más de dos mil años y medio entendió mejor  lo que significa un conflicto entre visiones opuestas e intenciones contrariadas, ambas pueden reclamar justificación.
Para el antirracista convencido siempre está claro, quien tiene la culpa. Por eso no encuentra contradicción en apoyar la causa del fundamentalismo islámico y a la vez combatir la influencia del elemento católico en la educación. Lo primero es considerado manifestación de una conciencia históricamente oprimida y por eso merece apoyo, mientras los principios láicos exigen revisar la tradición católica del pasado, porque hay que cambiar la historia. Aplauso.

“pacifista“ no corresponde al sustantivo paz, porque si fuera así tendría que ser pacífico. Pero el pacifista no es pacífico sino antibélico o antibelicista. No le gustan las guerras para nada en absoluto, lo cual de por sí es banal porque fuera de unos pocos perturbados mentales las guerras nunca han gustado a nadie. Por eso siempre ha sido necesario justificarlas de alguna manera. Así, el viejo Catón en el senado romano en cada sesión repetía su famoso “ceterum censeo Cartaginem esse delendam– Hay que destruir Cartago, aunque yo y ustedes no queramos porque no nos gusta hacerlo“. Al más belicista no le gustaba la guerra.
Era Lenin, quien diferenciaba entre guerras buenas y malas. Las malas eran las guerras imperialistas, buenas eran las guerras liberadoras, aquellas donde con banderas desplegadas se anuncia el principio de una nueva era. Los caidos serán los mártires de la causa más justa posible, el final de todas las guerras y el comienzo del paraiso definitivo sobre la tierra.
El viejo Catón era más realista y práctico, Roma no debería repartir el poder con Cartago en el Mediterráneo, y punto.
Tal vez, Lenin también era igual de práctico, sin embargo no manifestaba que el triunfo militar sobre los Blancos significaría la instalación del gobierno revolucionario presidido por él y sin contar más nunca con ninguna oposición. ¿Lenin, el nuevo zar, todo solito sin temor a posibles rivales? - ¡Error!:
El principal de ellos, muy sumiso, escondiéndose debajo de su misma sombra: Stalin.
No, al pacifista moderno no le preocupan los detalles ni la experiencia histórica. Está convencido que su “No a la guerra“ pronunciado por millones de voces creará un ambiente donde no podrá prosperar la guerra. Lo malo es que el agresor en potencia no suele enterarse de ello, o lo interpreta como señal de debilidad y de apoyo indirecto. La historia  no conoce ningún ejemplo donde un agresor armado se haya desarmado debido a presiones pacíficas.
El complejo orígen de los conflictos siempre se escapa a la intervención tan sencilla y simple de gente de buen corazón. Hay manifestaciones que rozan el kitsch estético:
Durante la primera Guerra del Golfo he visto desfilar en Alemania jóvenes maestras de educación preescolar con los peques que exhibieron pañuelos blancos y letreros que decían:
–¡Sangre vale más que petróleo!
Una frase contundente realmente digna de la didáctica para pequeños.
Sin embargo, al pacifista no le perturba el resultado negativo de su intervención, se siente portador de una mensaje que le enorgullece por sentirse bueno contra los malos. Por todas estas razones el pacifista hace una selección de los conflictos que provocan su indignación. El efecto de la publicidad de su enfado es importante: las sangrientas matanzas de cientos de miles de vidas en el oscuro continente africano no le interesan mucho.

“solidario“ se supone que proviene de solidaridad, y sólido era el frente común de la clase obrera en defensa del derecho del trabajador a ser tratado como persona. Las primeras organizaciones de los obreros se dedicaron al aprendizaje y a la enseñanza.
La jornada de diez o doce horas no dejaba tiempo para estudiar e informarse mejor.
“Lo que necesitamos es tiempo“, así dice una vieja canción de sindicalistas, tiempo para recrearse y prepararse mejor. Solidaridad vivida y practicada diariamente. Sólo después llegaba la hora de la organización política y en algunos casos, ahí está p. ej. el caso del Partido Laborista inglés, hasta la época moderna los sindicatos seguían siendo básicos, el partido no era más que su brazo político. La solidaridad sindical se mantenía vigorosa y firme a través de una autonomía financiera mantenida por los pagos de los mismos afiliados, orgullosa de su independencia de la política estatal.

Este sistema tradicional está en crisis  en toda Europa y la causa fundamental es la desaparición de la clase obrera. Se cambió la camisa azul por la del cuello blanco y con ella se disolvió la conciencia de clase. Se puede decir también que el obrero moderno se emancipó de la tutela de su clase social y se ha hecho ciudadano en la democracia moderna. Es un ser instruido e imprescindible, la verdadera riqueza de una nación. Todo un éxito histórico y nada por lamentarse. 

¿Cómo se presenta la solidaridad en el ambiente en el que vivimos? ¿Qué significa solidario en boca de los que tan frecuentemente así lo proclaman?

Es el término que abunda en el lenguaje de los que piden subvenciones, subsidios, ayudas financieras, intervención por parte de entidades públicas  nacionales o europeas. Nada de autonomías, se apela a la responsabilidad del colectivo para remediar los males reales o construidos del propio gremio. Algodoneros, aceituneros, astilleros, jornaleros, etc, etc, mantienen sus líneas de contacto con Sevilla, Madrid o Bruselas y la palabra que más pasará por estas líneas será la de la solidaridad. Pero, a todo sindicalista le debería molestar el abuso que se hace del término clave del pasado sindical que así se transforma en el poco honroso clamor por ayudas de dinero público, que es dinero que otras áreas prósperas de la economía nacional o europea han producido y donde los que piden subvenciones no han intervenido y debido a las subvenciones en un tiempo previsible tampoco lo harán. Nada de autonomías en este sentido, apoyados en la “solidaridad colectiva“ así seguirán, pidiendo.
Aquí encontramos el cuadro psicológico del resentimiento con la retórica de lucha de clases ( “contra la derecha“), pero cuyo objetivo principal es, hacerse dueño del poder público para disponer libremente del caudal de subvenciones. Surge una nueva clase dirigente que no aprovecha los recursos del capital privado sino decide sobre el reparto de los voluminosos recursos públicos tanto nacionales como europeos. La sociología habla de nuevos privilegiados porque son poseedores del poder político, social y cultural, poder que se mantiene através del dominio sobre la opinión pública. Para asegurar ese poder es necesario tapar la realidad socio - política que lo sostiene levantando frentes de lucha progresista en pro de reformas dirigidas contra reglas establecidas por la tradición. Se levanta un velo que esconde problemas y conflictos reales. La política de las reformas busca escenarios patéticos y teatrales; parece que los ha encontrado.

“antiglobalizadores“ ...mucha tinta se ha derramado para describir y para denunciar la nueva e irrevocable realidad de un mundo con cada vez menos fronteras económicas. Lo que a primera vista parece un bien, en realidad causa un sinfin de problemas que otros y más competentes han analizado y han encontrado una dinámica que realmente se parece a la dinamita que sacude los estamentos más firmes de los sistemas económicos tradicionales.
Analistas serios están de acuerdo que luchar contra ese terremoto es tiempo perdido.
Sin embargo, el antiglobalizador pretende hacer precisamente eso, apoyado en el bonito lema “un mundo mejor es posible“ exige que la economía acepte las reglas que la voluntad del ideólogo trata de imponerle.
Los mismos analistas críticos indican vías de corrección de un proceso que siendo creado por hombres y mantenido por la labor humana siempre será corregible.
Son vías de acción que al movimiento antiglobalizador no le interesan mucho. Su aversión contra la evolución del “sistema capitalista“ es fundamental, su crítica fulminante, brillante a veces de agudos sofismas y su preocupación por la permanencia en la pobreza del desfavorecido Sur del planeta es creible.
Lo que ha conseguido hacer en realidad hasta ahora sólo es crear una subcultura de la protesta errante, que se mueve por toda la geografía del planete como cola que acompaña un meteoro, siempre detrás de las cumbres que celebran los representantes de las potencias económicas.
El escenario se parece hasta en detalles a las protestas de los papás y abuelos de los actuales antiglobalizadores en aquel  - ya casi olvidado- movimiento de  rebelión que se originó en mayo de 1968. La diferencia es que entonces, los que protestaron iban en bus o bicicleta al escenario previsto para manifestarse, mientras sus hijos y nietos antiglobalizadores suelen usar el avión o el coche propio. Los tiempos cambiaron.
Sería interesante, observar lo que será de los que hoy protestan dentro de 30 años, porque algunos de los que protestaron en el 68 hoy son ministros y hasta jefes de gobierno, socialistas o verdes. Supongo que algo similar pasará, antiglobalizadores de hoy, globalizadores de mañana.
No sabré nunca si mi pronóstico será cierto.

“coqueteo con el nacionalismo regionalista“ llamo la actitud aberrante de socialistas de rendir homenaje a conceptos desfasados y cargados de experiencias negativas del pasado. Existe el real peligro de una balcanización de España, con consecuencias que a todo observador deberían preocupar. El socialismo se acerca con nuevo “talante“ a ello proponiendo diálogo a la vez de callar la propia posición - si la tiene.
Pero esta reflexión la continúe mejor el lector español que a él le incumbe.

Conclusión:
El cuadro fragmentado subsumido bajo el término de la Izquierda se presenta de un modo desconcertante y confuso. El inmenso y rico caudal que la tradición del socialismo europeo ofrece parece reducido a clichés que, sin embargo, a mucha gente satisfacen; hasta tal medida que estos clichés lograron ocupar el escenario de la opinión pública y se volvieron el pensamiento correcto actual.
¿Quién se atrevería poner en duda p.ej. la justificación de la escuela láica del estado,  la investigación moderna en el campo de la medicina, la legislación nueva familiar o el subvencionismo enraizado y justificado de modo general?
Sería tomado por antimoderno y retrógrada incorregible como sucederá al autor de este escrito. Sin embargo, pienso que dentro del panorama de la democracia plural debería renacer el espíritu auténtico de la Ilustración que es una de las fuentes de la modernidad y espero que el socialismo se acuerde de ello:
“Las frases que más nos convencen deben ser interrogadas y criticadas intensamente, para ver si no nos equivocamos“. Eso dijo el ilustrado Georg Christoph Lichtenberg, filósofo y físico alemán del siglo XVIII. Era jorobado y de bajísima estatura, un enano corporal con un espíritu de gigante.
Yo le doy la razón y trato de seguirle, ¿y usted estimado lector? 
 
FMPeter, Sept. 2004

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