No sólo
echamos en falta la referencia del pasado en la nueva constitución, lo cual es
bastante plausible comparando esa constituyente con las que existieron antes, y
que todas fueron revolucionarias en su tiempo.
Al proyecto le falta lo principal, que es la
descripción de la perspectiva que esa nueva Europa naciente desea para ella y
sus futuras generaciones. En vano buscamos “la filosofía“ que regirá nuestro
futuro común. Dar a Europa su alma, no sólo como programa cultural, sería la
cuestión.
A los miembros de la constituyente le han dicho
que hay una voluntad para construir la Europa unida, ¿Ha visto alguien esa
voluntad?
¿Para qué sirve Europa? Para evitar tensiones y
conflictos, rivalidades arcáicas que más de una vez han acabado en las
batallas; bien está eso, pero insuficiente.
¿Para dar empujones al producto social bruto?
Por ahora sólo es el Euro común y poco más. Todavía la legislación sobre
economía y fiscalía se rige a través de mil leyes diferentes; armonizarlas está bien, pero
insuficiente.
¿Para repartir beneficios y bienestar social de
un lado para otro, socorrer a los que lo necesitan, unificar los niveles de
vida? Bien sería hecho,sin los abusos, pero insuficiente.
¿Para pronunciar de vez en cuando eso de la individualidad
europea tan sonada y alabada en los discursos domingueros? Tampoco está mal,
pero insuficiente, ya que lo contrario - el nacionalismo regional - se cacarea
cada vez más.
¿Cuáles son las diferencias tan grandes entre
un pedacito de Europa y otro?
Eso parece que al público le interesa más que
Europa.
Además, ¿es verdad que los europeos somos tan
excepcionales como pretendemos?
¿Para crear un modesto refugio ante el reto de
la supremacia americana?
Realidad es, las naciones de Europa ponen la
relación con EEUU en el primer lugar del llamado interés nacional porque allí
está el poder, Europa sólo dispone de dinero.
Washington está mucho más “cerca“ que Bruselas.
Pobre e insuficiente es la presencia de Europa en el mundo, penoso y lamentable
el correteo por el favor imperial.
¿Entonces, para qué sirve Europa, para que
aprendamos todos inglés y comamos hamburguesas? ¿Para que se liberen todos los
que aun no están lo suficientemente liberados de reglas sociales, buen
comportamiento, educación y respeto al medio ambiente y a los demás?
Progresemos juntos, pero ¿hacia dónde?
¿Qué Europa
queremos tener o mejor dicho, qué Europa nos fastidia y que tendríamos
que impedir? esa es la cuestión. Esa “cuestión“, nadie discute sobre ella; lo
que hay es indiferencia general.
¿Europa como caricatura, nos gusta eso? Es
divertidísimo: -- hay más de veinte idiomas “oficiales“ y se piden más -- ¡escuchen una vez políticos de España y de
Italia hablando inglés entre ellos! --
¡miles de disposiciones y reglamentaciones, con frecuencia contradictorias
entre si, que ni los comisarios los entienden!
-- un sistema administrativo que nutre la eurocracia voluminosa que
reside en Bruselas y Estrasburgo y se aburre durante la mayoría del tiempo.
Así, la Constitución no les interesa a los
europeos, porque no contesta a ninguna pregunta fundamental. Es la creación de
unos burócratas, que ya tienen nombre, son productos de la Eurocracia, los
eurócratas.
¿ Será para ellos que se construirá Europa?
¡Valiente perspectiva!
Las naciones europeas ratificarán ese tratado,
y en algunos casos la decisión será tomada por la vía del plebiscito. Las
decisiones resultarán de los fríos cálculos sobre ventajas o desventajas
económicas o de reparto de poder e influencias - o peor - serán provocadas por
los eternos clichés vigentes y prejuicios tradicionales.
“Ya
sabemos que los franceses son antipáticos y de los alemanes no se puede uno
fiar, lo del “Reich“ no se les quita nunca, -- y los polacos sólo vienen para
ocupar nuestros puestos de trabajo,-- y los griegos engañan a todo el mundo,--
y los italianos no tienen gobierno sino la mafia,-- y nos van a salvar los
ingleses, porque ellos tampoco quieren esa Europa, ya Churchill nos salvó una
vez de los alemanes,-- etc. etc. etc.“
Si mal no recuerdo, Ortega dijo que de amores y
de política todos entendíamos o al menos pretendemos entender.
Max Weber describió al político como un
profesional de los asuntos públicos. La realidad actual parece que le da la
razón, la gran mayoría de los políticos son funcionarios públicos, expertos en
asuntos sociales, abogados. Existe una nueva clase social, los políticos, que
también conoce el hábito hereditario, similar al feudalismo. La gran mayoría de
ellos se mueven en el ambiente político
de por vida. Con diferencia a otros expertos profesionales, el político
moderno no pasa por ningún examen u oposición. Su selección sucede en la
oscuridad de relaciones amistosas o de parentezco, se cuece en la intimidad de
un compadreo provinciano entre tertulias y la promoción social se hace con los
mismos medios publicitarios que usan para
vender cualquier artículo mercantil. El político se vuelve protagonista,
actor - y a veces ni autor - de su propia imagen publicitaria y esa es la que
convence a los electores.
De ahí una condición fundamental: los electores
deben reconocerse ellos mismos en la imagen a la que deben votar. Por eso es
fundamental ser mediocre, carecer de actitudes sobresalientes que solo
desorientarían causando confusión, creando desconfianza y como consecuencia
producirán el voto negativo. La programática no es tan decisiva como pretenden
los que generalmente se encuentran en segunda o tercera línea de acción. Los
electores no suelen interesarse mucho por ello. Las imágenes y los gestos son
decisivos - la imprecisión y la vaguedad de los argumentos son la consecuencia inmediata de ello. El
político profesional debe ser listo y astuto, de mediana inteligencia. El
público suele perdonar generosamente cualquier lapsus de desinformación o
torpeza, pero nunca cometa el error de violar lo políticamente correcto, que es
considerado consenso general inviolable.
Gente así ocupan los escenarios en Berlín y
Madrid, en Estrasburgo y en Bruselas y ellos son los responsables del proyecto
actual europeo. Y es por ellos que ese proyecto carece de toda visión para el
futuro de la Unión. Se han apartado del plan visionario de Schuman, De Gasperi
y Adenauer de superar definitivamente cualquier forma de nacionalismo que era
la “salsa de nuestra religión patriótica“ (B.H.Lévy).
Por eso el tratado interestatal que llaman
Constitución Europea carece de lo fundamental que justificaría llamarlo
Constitución que debería ser la voz del soberano y auténtico pueblo europeo que
se pronuncia através de su Constituyente. Tiene plena razón Jimenez Lozano
cuando dice que no sabemos a qué votamos. Ya sabemos que el pacto entre un
número aún indefinido de naciones tendrá un carácter social y liberal y será
garante de derechos humanos.
Todo eso lo dicen ya las constituciones
nacionales y las cartas magnas autonómicas.
¿Qué más quiere ser Europa? Leyendo el proyecto
de la Constitución no me he enterado.
Además, está clarísimo que el proyecto no será
aprobado por todos los miembros de la Unión. Se negociará de nuevo y lo que es
llamado a ser La Carta Magna Europea acabará siendo un simple tratado entre
gobiernos.
Los que nos sentimos más europeos nos
quedaremos atrás. Los que queremos más Europa tendremos algo que sólo tendrá un
lejano parecido de lo que aspiramos.
Pero, a la gente en el fondo le da igual y no
quiere otra cosa.
Dar un alma a Europa, es la cuestión.
¿Quién se lo dará, y cuándo?
FManfred Peter en 2004
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