jueves, 6 de marzo de 2014

1914: Otra historia era posible

Después del armisticio de 11 de noviembre de 1918 que marcó la derrota militar de Alemania y  sus aliados comenzó la conferencia de los vencedores, a la que posteriormente fueron citados los vencidos a distintos escenarios. Para la delegación alemana fue escogida la sala de los espejos del palacio de Versailles. No fue casualidad. Allí casi cincuenta años antes había sido proclamado el Reich de Otto von Bismarck después de la victoria sobre el Imperio Francés del tercer Napoleón. Austriacos, Húngaros, Búlgaros y Turcos fueron citados a otros lugares cercanos a Paris para recibir su respectivo dictado de paz.

¿Llegó la hora del desquite, hora también de venganza después de años de sufrimiento?
Las condiciones del tratado de paz fueron dictados por vencedores en pleno desacuerdo entre ellos mismos. El presidente americano Wilson se había pronunciado por una paz sin vencedores ni vencidos, con el pleno derecho a la autodeterminación de los pueblos y el movimiento libre de capital y mercancías. Y Alemania habría sido beneficiada, porque ya era un estado nación, aunque incompleto a pesar de su dimensión predominante.
Pero el francés Clemenceau quiso completar  la derrota alemana definitivamente: obtener la frontera del Rín, eliminar    la potencia del eterno enemigo y recibir recompensas por los daños materiales sufridos.
El inglés Lloyd George miraba más allá de fronteras continentales, su  <ballance of power>, el equlibrio entre poderes continentales, exigía garantías para que Bretaña siguiera siendo reina de los mares. Y a la vez desconfiaba de su aliado francés.
Nació un tratado en si contradictorio: nuevas fronteras alemanas, desarmamento, destrucción de la capacidad industrial, pago de reparaciones durante los próximos cuarenta y dos años, coronado por el artículo 231 que declaraba Alemania única culpable de la guerra.
Un solo grito de desesperación sacudió Alemania y a sus representantes reunidos en este instante en la Asamblea Constituyente en Weimar; y hasta hoy el texto no se lee como un tratado de paz sino como una sentencia dictada por un tribunal criminal.
La comisión alemana se negó a firmar. Philipp Scheidemann (SPD), el recien elegido canciller de la nueva República Alemana, renunció: „¡La mano que firma este documento debería secarse!“ Y el Marescal Foch francés afirmaba: „¡No se trata de paz, es un armisticio que no durará veinte años!“
Pero la coalición vencedora manifestó este ultimátum:
Si  en cinco días, a partir del 12 de junio de 1919 no se firmara, serían bloqueados todos los puertos de mar y serían reiniciadas las operaciones militares. Alemania sería invadida más allá de la zona del Rín y las ciudades cercanas que ya fueron ocupadas.

Pero pasaron 16 días cuando se presentó una comisión compuesta por secretarios de estado en Versailles para ejecutar la decisión tomada por la Asamblea Constituyente en Weimar: <¡para evitar males peores!>.
En presencia de las delegaciones de veintisiete naciones que habían intervenido en la guerra contra Alemania[1], en la sala de los espejos de Versailles, los representantes alemanes humillados – ningún militar presente  – bajo protesta firmaron lo que llamaron  <un tratado de la vergüenza>.
Sólo el  Congreso americano rechazó la ratificación; y el gobierno americano decidió retirarse del escenario europeo, decepcionado y harto de los conflictos entre las naciones europeas. Decisión, difícil de entender, porque la intervención americana había decidido la guerra a favor de los occidentales.
Y asi sucedió lo predicho: veinte años después, la guerra nuevamente estalló.
¿Era eso inevitable?
No, pero solamente la fantasía permite construir una alternativa. ¡Dejemos guiarnos por ella! Y ¡tomemos por real lo que fue probable o al menos no imposible; podía haber sucedido y la historia habría tomado otro rumbo!

¿Qué nos dice la fantasía?
¡Soñemos!

Cuando llegó el NO de la Asamblea Constituyente Alemana a Paris, ya había pasado el ultimátum. En el fondo habían temido esa respuesta. Los ejércitos estaban en plena demovilización, las masas eufóricas habían celebrado victoria en Londres, en Paris y Nueva York. Las madres querían ver de vuelta sanos y salvos a sus hijos, y las familias deseaban ver entrar a la casa el padre ausente de tantos años, años perdidos a la vida y al amor. Los que habían sobrevivido la carnicería deseaban decir adios a las armas, deshacerse del odiado uniforme, rehacer sus vidas. Y ahora, nuevamente estos alemanes no se rinden. Surgieron la incredulidad, la rabia, el rechazo a unos políticos incapaces de arreglar los asuntos pacíficamente. ¿Morir por nuevas fronteras, dinero, poder? ¡Nunca más!
El ejército alemán, igual que el austrohúngaro se había disuelto. En los cuarteles quedaban armas y uniformes. El nuevo gobierno de la república proclamaba la resistencia pasiva civil ante la amenaza de invadir y extender la zona de ocupación aliada. Ya estaba claro que los americanos no participarían, ya estaban en el camino a su casa.
Sin embargo, existía <die Reichswehr> cuatrocientos mil soldados, el núcleo duro del ejército tradicional prusiano y todavía no habían terminado las acciones de guerra: Polonia renació de las cenizas, pero ¿cuál sería su frontera definitiva con Alemania? Surgió una zona de conflictos, imposible de pacificar. Y la vecina Rusia, en plena revolución y guerra civil. Tropas alemanas garantizaban la existencia de las pequeñas naciones bálticas que habían abandonado el imperio de los zares y que no querían compartir la revolución de Lenin. Resultó que los alemanes si eran vencidos, al mismo tiempo eran imprescindibles e insustituibles. La cosa era complicada.
A pesar de todo eso, Clemenceau decidió avanzar y partir a Alemania en dos, separar norte y sur por la línea del río Main para unirse con las tropas de la recien creada república checa y eslovaca fragmento del imperio austrohúngaro en desintegración. ¿No podía darse marcha atrás y disolver ese monstruo en el centro de Europa, creado por Bismarck bajo poder prusiano? Y los alemanes del sur: ¿no estarían mejor guardados bajo la tutela de Viena que de Berlín?  Eran estas intenciones cariciadas por los políticos ingleses también y manifestadas abiertamente por W. Churchill. Dos Alemanias serían mejor que una, ya que no se podía evitar su molesta presencia en Europa.
Los ingleses se limitaron a ocupar los puertos de mar sin encontrar resistencia. La flota alemana se había autoeliminada hundiéndose en el Atlántico y Mar Báltico.
Para ocupar militarmente toda Alemania carecían de medios y de perspectiva: ¿qué harían después?
El NO de la Constituyente había cambiado completamente la situación en Alemania. Los demócratas que habían promovido la revolución contra la autocracia imperial ya no podían ser acusados de traición. Ahora defendían la causa común de la patria contra invasores. Los enemigos de la democracia ya no tuvieron material de difamación; los verdaderos defensores no eran los vociferantes ideólogos, sectarios y resentidos imperialistas. Las figuras crípticas y semilocas como Hitler no se necesitaban.
Los aliados pronto comprendían que no se podían imponer estructuras políticas desde fuera. La presencia de Alemania era una necesidad política y económica como muro de contención contra la aventura soviética. Las condiciones del Tratado de Versailles poco a poco se suavizaron y la idea paneuropea lentamente se concretizó.
De aquel cabo demovilizado de la Gran Guerra, Hitler, no se sabía más nada; murió como indigente en el lugar donde había pasado su juventud, en Viena.

friedrichmanfredpeter --Dienstag, 17. April 2012





[1] España se había quedado al margen, oficialmente neutral, moral- y materialmente apoyaba la alianza contra Alemania.

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