Releyendo los ensayos de Jacob
Burckhardt, Die Kultur der Renaissance in Italien,
me llama la atención la aparición de una figura nueva en el escenario político
italiano de los siglos XIV y XV, el aventurero, el hombre salido de la nada o
de la noche del día. Al iniciar su carrera política carece de todo, no proviene
de familia noble, no tiene dinero, no posee facultades sobresalientes, ni
estudios.
¿A qué es debido entonces su ascenso veloz, su triunfo fulminante?
Es un hombre de suerte, sin escrúpulos, un valiente, quien se lo juega
todo, todos los días. No ama nada y a nadie, no aprecia las cosas, es un
narciso, sólo ama a si mismo.
¿Y la cultura, la religión? Las
respeta porque le conviene hacer uso de ellas. Así fueron, individuos destacados,
rodeados de “bravi”; los Malatesta, Manfreddi, Baglioni adoraron al dios Marte, y sus espadas o
puñales alcanzaron a cualquiera. Nadie
debía vivir en seguridad, porque a quien vive se le puede matar. Todos trataron
de dejar atrás su imagen en bronce, cubiertos de fama y gloria llevando su
sobrenombre con orgullo: Gattamelata de Padua, por ejemplo, bronce de
Donatello. (Vea página 4 de este texto)
Algunos de esta casta supieron alejarse de su orígen oscuro y
violento: los Sforza y los Medici de Florencia, optaron por el elemento más poderoso que espadas y
puñales: el dinero, el veradero maestro de la historia.
Por esa presencia fulminante del dinero, se ha identificado esta fase
de la historia occidental con el primer capitalismo, una forma de experimento
para éxito posterior.
Es muy cuestionable esta sentencia, porque dinero, sí se acumulaba por
la tiranía administrativa. Pero la reinversión, el auténtico reciclaje que
transforma dinero en capital, este proceso sólo se practicaba escasamente, en
el caso de Venecia.
Dinero se quemaba al ser nutritivo de la gloria y del permanente presumir
del tiranuelo, quien a diario tenía que vigilar su escasa autoridad, no
teniendo más remedio que comprarla a veces.