sábado, 6 de abril de 2013

La France a Peur

Francia  tiene miedo, escribe el historiador Michel Winock al comparar la situación actual que padece Francia con lo que sucedió durante los años treinta del siglo pasado.[1]
Este miedo lo demuestra una encuesta reciente; y en este país las encuestas tienen un peso enorme. Según esta, la gran mayoría de los franceses parecen tener miedo a todo: al desempleo creciente, al descenso de la economía, a la globalización, a los inmigrantes demasiado numerosos, a la Unión Europea, al islam crecido e intolerante, a la falta de autoridad y el desorden público.
Noche tras noche arden cientos de coches en las calles de las ciudades, fiesta incendiaria de jóvenes sin empleo ni perspectivas. ¿Símbolo de lo que ha de venir?

95% ven su país en un descenso  económico; 87% creen que su país ha perdido autoridad  y credibilidad y desean que un verdadero jefe ponga remedio; 70% creen que hay demasiados extranjeros en su país; el mismo número acusa el islam de ser incompatible con los valores de la República; 75% quieren más competencias para el gobierno nacional y menos para la UE.
Sin embargo, 72% quieren mantener el euro como moneda y sólo 28% quieren volver al franco. Es una contradicción, por un lado no quieren las instituciones de Europa, por el otro, aprecian el dinero europeo.

Son indicios de preocupación y confusión extraordinarios.Y sin exagerarlo, la conclusión es, Francia se encuentra en un momento de crisis nacional, tal como había sucedido en los años treinta, cuando sonaba el eslogan <¡Francia para los Franceses!>  y el fascismo tocaba a la puerta.
La llegada de judíos alemanes, huyendo el régimen nazi de su país, entonces hacía el papel de los inmigrantes africanos en la actualidad. <C´est Pétain qu´il nous faut> fue el grito de guerra de una masa popular profascista, y Pétain era el deseado jefe, hombre fuerte, quien años después firmó el pacto con los nazi alemanes.

Invito al lector de acompañarme a un paseo, tal vez hallamos elementos para un diagnóstico de esta situación que me parece de histéricos.

La primera escena que se nos presenta es Francia antes de la Gran Revolución de 1789. Años sin veranos, persistentes fríos, falta de pan y de cajas vacías, y años de <la Grande Peur>. Un miedo causante de pánico y terror había invadido la campiña. La gente vivía convencidos que pronto serían víctimas de bandas de Bagaudes que vendrían de la nada y están al acecho para saquear, asesinar, violar. Como los zombies de película, muertos con vida, saldrían sin encontrar resistencia. Era  imposible contrarrestar esta fobia colectiva. El estado, la iglesia, se mostraron impotentes ante la avalancha de los temores. Siempre había alguien  que manifestó ser testigo de actos terribles. Comarcas enteras vivían bajo asalto de los eventos crueles inimaginables que habrían de venir.
Pero el terror llegó de otra parte.
Lo que realmente se apoderó de la escena pública, fue la guillotina, y no la movieron Bagaudes salidos de la nada, sino fieles hijos iluminados de la Revolución. El movimiento jacobino  triunfó en el país, reemplazó la flor de lis por la bandera tricolor e hizo cantar la Marseillesa de miles de voces en el campo de batalla de Valmy, triunfo de la revolución sobre la prepotencia del pasado.
Gran parte de Europa les siguió, admirados, sometidos a un mito profundo e inmortal, la Revolución.

La segunda escena nos lleva a nombres como Wagram, Jena, Austerlitz. No se trata de estaciones de Metro de Paris donde persisten más de doscientos años depués de los eventos sangrientos que proclaman estos nombres. Son triunfos de un solo hombre y de un solo principio: el corso Napoleón Bonaparte y <la levée en masse>, el levantamiento en masa del pueblo en armas: Voluntarios armados contra mercenarios pagados, no hay duda, quien vencerá.
Hasta que el enemigo odiado reaccionara e imitara este mismo principio, dirigiéndolo contra sus inventores jacobinos. El prusiano Clausewitz contra el corso Napoleón. Guerra ganada, causa perdida, se puede resumir y millones de muertos sobre los trigales de Europa esparcidos.
<La levée, c´est de la folie> Es cosa de locos, dice el observador moderno. ¡Se acabó la Revolución!  Nooo.
<La lucha continúa> se transformó en el lema secular que invadirá practicamente el mundo entero, desde las selvas tropicales hasta las heladas estepas del norte. Es el aporte de los jacobinos franceses a la modernidad.

La tercera escena: Francia administra una cultura del evento, anclada sólidamente en escenarios específicos. El acto simbólico de cada <Catorze Juillet>, la toma de la Bastille y el baile en las calles con antecedentes, como son, juramentos en público, manifestaciones y desfiles. Existe la arquitectura de la Revolución, desde la primera Constituyente en la Salle du Jeu de Paume hasta la transformación del palacio del Louvre en museo de obras de arte liberadas - o secuestradas. Todo obedece a un signo particular de interpretar el mundo real a través de la perspectiva francesa. Los jacobinos en acción, en realidad pretendieron crear el mundo de nuevo y eso era sacralizar los eventos políticos del día, abrir para ellos el camino al futuro, ser innovadores en permanencia.
<¡La fantasía al poder!>, el grito de lucha de la generación del 68, es la fiel expresión de esta tradición. El espíritu de la Revolución en el fondo era una nueva religión secular, que pregoniza la democratización de la suerte en el nombre de la igualdad. El inmigrante afrancesado Heinrich Heine así lo proclamó: <Zuckererbsen fuer jedermann!> que se podría interpretar: <¡Bien vivir a gusto para todos!>.
La experiencia nos dice que los puestos lucrativos para bien vivir después de toda revolución siguen siendo raros. Un sueño así choca de frente con la realidad y deja frustración. Pero la Gauche, la izquierda francesa, mantiene este sueño aun después de aterrizar. No tiene opción, es su destino. No evolucionó hacia la socialdemocracia alemana o nórdica. Compromiso es considerado traición.
Repartir los bienes de los ricos no hace ricos a los pobres. Es una opción descartada además por el Moisés de la teoría económica Karl Marx. El marxismo en Francia por eso ha recibido una transformación importante, sin alcanzar jamás al público en general. Hay un criptomarxismo, aislado del mundo real, enclaustrado entre filosofía elitista y que rige eventos sociales, donde se come bien y se exhibe una rosa roja en el puño de la izquierda.
La consciencia de la multitud es alimentada por clichés tradicionales, presentes por ejemplo en los actos de venganza del Conde de Montecristo. Edmond Dantés toma venganza por lo que le han hecho sus enemigos perversos al encerrarle durante años en una prisión, sufriendo inhumanamente. Pone toda su fortuna, encontrada no ganada, al servicio de esta venganza, y triunfa. Vivir es, actuar libre y soberanamente y malos son siempre los que poseen bienes adquiridos por la explotación de otros. <¡Les riches sont des cochons!> otro lema de la Revolución se perfila como resentimiento. Y cosa curiosa, este es su libro de preferencia, admitió Fidel Castro.
¿Y quién se extraña al ver la Gauche francesa en peregrinaje a los escenarios de lucha guerrillera o en visita a la dictadura tropical? Allá han ido Regis Debray, Danielle Mitterand y tantos más que quieren ser alguien en la patria jacobina. Por eso vuelven y no se quedan en el lugar de sus sueños.

Cuarto escenario: En agosto de 1944 Charles de Gaulle a la cabeza de la columna Leclerc entró en la ciudad liberada de Paris. Los aliados le habían dado esta preferencia a la recien formada fuerza de liberación francesa. A partir de este momento y de este gesto de triunfo, la renacida Francia tuvo que luchar por  integrarse entre los vencedores. Se trató de la reafirmación de la Grande Nation ante una realidad toda distinta. Había que reinventarse como vencedora, colocarse al nivel de soviets, americanos e ingleses. Un proyecto casi imposible, porque esto significaba negar la colaboración con el ocupante nazi y pasar por alto el propio régimen fascista de Vichy, negar el hecho de miles de voluntarios franceses entre las filas de la SS. La existencia de grupos aislados de oponentes y valientes sirvió para crear el mito de la Résistance, una resistencia autóctona y decisiva en el proceso de la liberación. Ahora, de pronto, todos exhibían su conciencia patriótica, inclusive martirios reales o inventados o sus actos heróicos contra los nazi alemanes. Se desató una despiadada persecución de colaboradores, su humillación pública y el aislamiento social de hijos de parejas mixtas, dando orígen a la desgracia de miles de personas inocentes. Todo eso, señal de mala conciencia de los persecutores. de Gaulle dejó hacer, dejó pasar.
Mientras en la vencida Alemania comenzó un largo y doloroso proceso de <Metanoia>[2], reflexión autocrítica y de arrepentimiento, llamando crimen al crimen, culpa a la culpa y derrota a la derrota, La France de la postguerra se dedicó a elaborar las condiciones de una <neo – grandeur>, en el fondo fugaz y efímera. Desde sus posesiones de Indochina, Argelia, Maruecos y media África, Francia se podía considerar todavía una potencia de orden mundial. Sin embargo, todo eso no era más que una costosa e insostenible apariencia.
Fue Charles de Gaulle quien liquidó esta herencia pesada cuando ocupó la presidencia de la V República en 1958; fundó el modelo de estado vigente hasta hoy, trató de crear la geografía política europea con el centro en el Palais Matignon de la capital francesa; pero con la paz y amistad con Alemania dentro del marco de la UE. Un hecho histórico espectacular, inolvidable.
Eso funcionaba hasta la caida del muro en Berlín y la reunificación alemana. Mitterand y también Thatcher se conformaron con lo que no pudieron impedir. Desde entonces el peso en Europa se está pasando lentamente hacia el centro geográfico del continente que es Alemania.
Usando un paradigma se puede decir, Jupiter y Marte que presidieron el Olimpo europeo durante decenios se retiraron jubilados. Quien gobierna es Quirinus, el dios de la economía, y Quirinus prefiere Frankfurt o Berlín.

Y eso tiene consecuencias que se reflejan en las encuestas. La velocidad del cambio en el mundo causa vértigo. La gente se ve obligada a abandonar viejas costumbres y tradiciones que durante generaciones garantizaban bienestar y seguridad. Creo que eso da explicación a las opiniones extremistas que manifiesta la encuesta reciente. Espero que cambiará, porque la razón si tuviera nacionalidad sería francesa.

No quisiera que se leyeran mis observaciones como una crítica hacia Francia, la que respeto, aprecio y a veces admiro. El primer idioma, fuera del mío propio, el que realmente asimilé, era el francés. Soy el vecino que cuando encuentro una piedra en mi jardín se lo tiro al jardín de la vecina, que se llama Marianne, ella siempre con este gorro frigio puesto.

friedrichmanfredpeter    febrero de 2013



[1] Le Monde, 2 / 2 / 2013,
[2] El término es usado por el filósofo Peter Sloterdijk para caracterizar el proceso social y cultural en Almania después del trauma de la derrota.

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