martes, 15 de junio de 2010

¿El misterioso caso alemán?

Rosa Sala Rose relata que el carcelero SS Friedrich Wilhelm Ruppert solía torturar a los presos en el campo de concentración de Dachau cerca de Múnich. Para hacer eso le motivaron mínimas infracciones de normas represivas impuestas a estas víctimas del régimen nazi.  Y eso corresponde a la imagen tétrica de un miembro de la organización SS bajo el signo de la calavera, organización creada por el régimen para ejecutar medidas de represión contra opositores al nazismo y  aquellas personas de las etnias que el nazismo destinaba a liquidación, como son judíos, gitanos, etc.

La autora del libro menciona a Ruppert porque causa perplejidad el hecho, que aquel monstruo sádico se destacaba como padre de familia ejemplar, amante de los animales y activo músico que tocaba el violín con cierta maestría. Parece que había gozado de una educación humanista, y todo observador esperaría de una persona así que se comportara con sensibilidad humana y no como un sádico verdugo.
¡Cierto!
La autora del libro no intenta analizar el caso como carácter sicopatológico especial. Probablemente pudo haber más casos como este, aunque durante los procesos contra carceleros nazi generalmente se encontraran gente común y corriente con un  índice intelectual y nivel cultural deficientes. El libro no hace referencia a los resultados de la investigación de Horkheimer, Adorno y Hannah Arendt que lúcidamente aclaran el origen del regímen totalitario nazi. La autora busca las huellas en la historia cultural de Alemania, manifiestas en la literatura, que  -según ella -explican esa fatal evolución hacia el nazismo. O mejor dicho: El nazismo y el comportamiento de fieles servidores como Ruppert, son el resultado del carácter singular de la historia cultural alemana. Ese concepto deja del lado las influencias que ha tenido el biologismo, el darwinismo social y el racismo colonialista, todos ellos tienen orígen fuera de Alemania.
¿Y cuáles son estas raíces alemanas?
Dando numerosos ejemplos, la autora destaca la ambigüedad del idealismo alemán vigente en la literatura alemana desde su orígen luterano y pietista. Su enfoque de soberbia purista, su admiración del elitismo clásico de los griegos, su notoria seriedad y falta de humor. ¿Pero, es por eso Lutero un embrión nazi? Sus diatribas antijudías así lo insinúan.
Y Goethe y Schiller también y todos los románticos alemanes caen bajo sospecha, porque  su idealismo destacado los aisla del resto de los mortales y de la realidad misma. Su proclama de una revolución filosófica en lugar de la real, sus personajes idealizados e inhumanamente perfectos, dispuestos a soñar antes que vivir. Y siempre listos a creer en la perfección sin perdón para lo imperfecto.  En manos de una mediocre burguesía esto se muda en el mensaje de “Kultur” o “Bildung” contra la mera civilización occidental que a falta de profundidad filosófica permanece en la superficie banal. Una posición defendida por el mismo Thomas Mann durante la Primera Guerra Mundial. ¿Cuna del imperialismo y del posterior nazismo?
¿Somos culpables los que hemos sido educados en el Gymnasium y alimentados con los clásicos?
¿Pero quiénes son estos alemanes que se alejaron del resto de los demás europeos para ser tan misteriosos?  Hay que recurrir a la historia para acercarse a esa cuestión:
No todos son luteranos y  entre ellos no todos son pietistas, el sectario grupo bajo sospecha.  Y actualmente casi la mitad de los alemanes cristianos son católicos romanos. Uno de esos: el Papa. Y es cierto que ese “Deutschland” a muchos observadores les ha parecido un “Täuscheland” ( se pronuncia casi igual) y significa “país engañador”. Esa metáfora ha sido creada por Nietzsche.
Es un país que lleva muchos nombres distintos que les han dado sus vecinos: son tedeschi, germans o allemands para unos y saxa, nemec o svabos para otros. Lo decide así la geografía y la geografía es su destino. En el fondo de todo conflicto político se encuentra este asunto principal: la geografía. Los demócratas  reunidos en Frankfurt en 1848 quisieron que Alemania sea “großdeutsch”, incluida Austria y Prusia completa con sus territorios orientales. Pero la solución de Bismarck en 1871 fue “kleindeutsch” , sin Austria. En caso contrario habría que dividir el Imperio Austrohúngaro, hecho improbable.
Es un país con numeros vecinos y con numerosas catástrofes históricas, de dimensiones que pudieron haberlo barrido del mapa. Como ocurrió en 1648, 1805, 1918 y ultimamente en 1945. Un país cambiante, sin fronteras definidas claramente. Después de cada evento así, siendo los  alemanes actores y víctimas al mismo tiempo, ha tenido que inventarse de nuevo, que es más que eliminar escombros. El totalitarismo nazi brotó de la derrota del 1918 y de más desastres circunstanciales, se apoderó de elementos de la herencia cultural humanista para pervertirlos, visible en la horrible cercanía del KZ Buchenwald y del clásico Weimar, la meca del humanismo ilustrado. Invento de una Alemania, vergüenza de los que nacieron después. Los que inventaron Alemania después de 1945 ahora son viejos o ya murieron. Lo hicieron en clara referencia a nombres y lugares emblemáticos de la historia cultural del país, cuyo riqueza se destaca e iluminará a más generaciones.
Ha sido  consecuencia de la reflexión crítica y no de imitación del pasado. Pues, la capacidad de la metamorfosis es una necesidad de supervivencia, tanto vale para los individuos como para la nación. Tal vez ha sido eso la lección que el colectivo alemán ha logrado aprender. Yo nunca hablaría de “los alemanes” como la autora Rosa Sala Rose hace.  No existimos como tales, nos inventamos siempre de nuevo.
Hay un hecho sorprendente y conmovedor: En el KZ Theresienstadt ( República checa) y en el KZ Auschwitz (Polonia) existían pequeñas orquestas filarmónicas de los presos. Profesores daban clase de latín y griego, otros  hablaron sobre temas filosóficos. Y en la lejana Múnich el carcelero SS Ruppert tocaba el violín también.
¿Qué nos dice esto? Son las personas que hacen uso de una herencia cultural y no es al revés. A algunos encerrados en Auschwitz y Theresienstadt la cultura alemana les acompañó a la muerte que alemanes les causaron. El famoso poema de Paul Celan dice: “Der Tod ist ein Meister aus Deutschland” ( La Muerte es un  Señor Alemán) Habría que agregar: viene acompañado de un violín tocando  un pasaje de Mozart o con un libro en la mano.

Manfred Peter

15/06/10

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