Rosa Sala Rose
relata que el carcelero SS Friedrich Wilhelm Ruppert solía torturar a los
presos en el campo de concentración de Dachau cerca de Múnich. Para hacer eso
le motivaron mínimas infracciones de normas represivas impuestas a estas
víctimas del régimen nazi. Y eso
corresponde a la imagen tétrica de un miembro de la organización SS bajo el
signo de la calavera, organización creada por el régimen para ejecutar medidas
de represión contra opositores al nazismo y
aquellas personas de las etnias que el nazismo destinaba a liquidación,
como son judíos, gitanos, etc.
La autora del libro menciona a Ruppert porque causa perplejidad el hecho, que aquel monstruo sádico se destacaba como padre de familia ejemplar, amante de los animales y activo músico que tocaba el violín con cierta maestría. Parece que había gozado de una educación humanista, y todo observador esperaría de una persona así que se comportara con sensibilidad humana y no como un sádico verdugo.
La autora del libro menciona a Ruppert porque causa perplejidad el hecho, que aquel monstruo sádico se destacaba como padre de familia ejemplar, amante de los animales y activo músico que tocaba el violín con cierta maestría. Parece que había gozado de una educación humanista, y todo observador esperaría de una persona así que se comportara con sensibilidad humana y no como un sádico verdugo.
¡Cierto!
La autora del
libro no intenta analizar el caso como carácter sicopatológico especial. Probablemente
pudo haber más casos como este, aunque durante los procesos contra carceleros
nazi generalmente se encontraran gente común y corriente con un índice intelectual y nivel cultural
deficientes. El libro no hace referencia a los resultados de la investigación
de Horkheimer, Adorno y Hannah Arendt que lúcidamente aclaran el origen del
regímen totalitario nazi. La autora busca las huellas en la historia cultural
de Alemania, manifiestas en la literatura, que -según ella -explican esa fatal evolución
hacia el nazismo. O mejor dicho: El nazismo y el comportamiento de fieles
servidores como Ruppert, son el resultado del carácter singular de la historia
cultural alemana. Ese concepto deja del lado las influencias que ha tenido el
biologismo, el darwinismo social y el racismo colonialista, todos ellos tienen
orígen fuera de Alemania.
¿Y cuáles son
estas raíces alemanas?
Dando
numerosos ejemplos, la autora destaca la ambigüedad del idealismo alemán
vigente en la literatura alemana desde su orígen luterano y pietista. Su
enfoque de soberbia purista, su admiración del elitismo clásico de los griegos,
su notoria seriedad y falta de humor. ¿Pero, es por eso Lutero un embrión nazi?
Sus diatribas antijudías así lo insinúan.
Y Goethe y
Schiller también y todos los románticos alemanes caen bajo sospecha,
porque su idealismo destacado los aisla
del resto de los mortales y de la realidad misma. Su proclama de una revolución
filosófica en lugar de la real, sus personajes idealizados e inhumanamente
perfectos, dispuestos a soñar antes que vivir. Y siempre listos a creer en la
perfección sin perdón para lo imperfecto. En manos de una mediocre burguesía esto se
muda en el mensaje de “Kultur” o “Bildung” contra la mera civilización
occidental que a falta de profundidad filosófica permanece en la superficie banal.
Una posición defendida por el mismo Thomas Mann durante la Primera Guerra
Mundial. ¿Cuna del imperialismo y del posterior nazismo?
¿Somos
culpables los que hemos sido educados en el Gymnasium y alimentados con los
clásicos?
¿Pero quiénes
son estos alemanes que se alejaron del resto de los demás europeos para ser tan
misteriosos? Hay que recurrir a la
historia para acercarse a esa cuestión:
No todos son
luteranos y entre ellos no todos son
pietistas, el sectario grupo bajo sospecha.
Y actualmente casi la mitad de los alemanes cristianos son católicos
romanos. Uno de esos: el Papa. Y es cierto que ese “Deutschland” a muchos
observadores les ha parecido un “Täuscheland” ( se pronuncia casi igual) y
significa “país engañador”. Esa metáfora ha sido creada por Nietzsche.
Es un país que
lleva muchos nombres distintos que les han dado sus vecinos: son tedeschi,
germans o allemands para unos y saxa, nemec o svabos para otros. Lo decide así
la geografía y la geografía es su destino. En el fondo de todo conflicto
político se encuentra este asunto principal: la geografía. Los demócratas reunidos en Frankfurt en 1848 quisieron que
Alemania sea “großdeutsch”, incluida Austria y Prusia completa con sus
territorios orientales. Pero la solución de Bismarck en 1871 fue “kleindeutsch”
, sin Austria. En caso contrario habría que dividir el Imperio Austrohúngaro,
hecho improbable.
Es un país con
numeros vecinos y con numerosas catástrofes históricas, de dimensiones que
pudieron haberlo barrido del mapa. Como ocurrió en 1648, 1805, 1918 y ultimamente
en 1945. Un país cambiante, sin fronteras definidas claramente. Después de cada
evento así, siendo los alemanes actores
y víctimas al mismo tiempo, ha tenido que inventarse de nuevo, que es más que
eliminar escombros. El totalitarismo nazi brotó de la derrota del 1918 y de más
desastres circunstanciales, se apoderó de elementos de la herencia cultural
humanista para pervertirlos, visible en la horrible cercanía del KZ Buchenwald
y del clásico Weimar, la meca del humanismo ilustrado. Invento de una Alemania,
vergüenza de los que nacieron después. Los que inventaron Alemania después de
1945 ahora son viejos o ya murieron. Lo hicieron en clara referencia a nombres
y lugares emblemáticos de la historia cultural del país, cuyo riqueza se
destaca e iluminará a más generaciones.
Ha sido consecuencia de la reflexión crítica y no de
imitación del pasado. Pues, la capacidad de la metamorfosis es una necesidad de
supervivencia, tanto vale para los individuos como para la nación. Tal vez ha
sido eso la lección que el colectivo alemán ha logrado aprender. Yo nunca
hablaría de “los alemanes” como la autora Rosa Sala Rose hace. No existimos como tales, nos inventamos
siempre de nuevo.
Hay un hecho
sorprendente y conmovedor: En el KZ Theresienstadt ( República checa) y en el
KZ Auschwitz (Polonia) existían pequeñas orquestas filarmónicas de los presos.
Profesores daban clase de latín y griego, otros
hablaron sobre temas filosóficos. Y en la lejana Múnich el carcelero SS
Ruppert tocaba el violín también.
¿Qué nos dice
esto? Son las personas que hacen uso de una herencia cultural y no es al revés.
A algunos encerrados en Auschwitz y Theresienstadt la cultura alemana les
acompañó a la muerte que alemanes les causaron. El famoso poema de Paul Celan
dice: “Der Tod ist ein Meister aus Deutschland” ( La Muerte es un Señor Alemán) Habría que agregar: viene
acompañado de un violín tocando un
pasaje de Mozart o con un libro en la mano.
Manfred Peter
15/06/10
No hay comentarios:
Publicar un comentario