miércoles, 19 de mayo de 2010

Adrianópolis, ¿una lección olvidada?

Según Arnold J. Toynbee la tendencia de los imperios de fortificar y protegerse detrás de un exorbitante desarrollo armamentístico suele ser preludio del ocaso de su potencial económico, político, social y cultural, lo que Toynbee llama civilización.


Un día llegará  “David“ para acabar con el petrificado “Goliath“:
Adrianópolis en 378 d de Cr. marca una intercepción así. Después de esta batalla el mundo civilizado de Roma ya no era el de antes. Godos, alanos y contingentes de caballería ligera de hunos habían derrotado y arrasado a las  - hasta entonces - invencibles legiones romanas. La máquina  militar potente romana se mostró impotente a resistir el impacto de una masa bárbara, mal armada y peor entrenada pero dispuesta a entregar la propia vida. Antes de comenzar la batalla, ningun testigo objetivo - no existió - habría dudado que presenciaría otra victoria más de la bien armada infantería romana sobre esa masa incoherente de intrusos que asediaban las fronteras del mundo civilizado durante varias generaciones.
Pero - para sorpresa del supuesto testigo -no solamente se llevó la victoria la técnica primitiva de las armas improvisadas y rudimentarias; fue ese terror que infundieron unos guerreros actuando fuera de todas reglas de combate sin el más elemental sentimiento humano, como son el temor por la propia vida o la compasión por el enemigo derrotado e indefenso que pide clemencia. Desconcertante era la fría y calculada crueldad del proceder de esos bárbaros, los horrorosos suplicios aplicados a los indefensos:
Durante la batalla habían fingido querer negociar sabiendo que los romanos preferirían  tratos antes que la muerte, una táctica muy habitual en los eternos conflictos fronterizos que había garantizado estabilidad del “limes“ durante siglos. Ahora eso se volvió en contra del poder imperial romano y la refinada astucia guerrera sorprendió a los romanos que no conocieron a sus enemigos a fondo. Creían que se trataba de ladrones y saqueadores,  pero fue mucho más que eso:
A esos invasores que habían acampado durante meses o años junto a la frontera no solamente les motivaron la ambición militar o el deseo de rapiña ; fueron el odio fundamental y la desesperación, frutos de larga humillación, menosprecio y dolor que ahora buscaron su desahogo. Esta es la clave para entender lo que realmente pasó en Adrianópolis.

Me parece que es un mensaje importante para comprender sucesos actuales como las migraciones masificadas y el terrorismo que se interpretan frecuentemente como síntomas de una guerra entre civilizaciones.
Con frecuencia en el curso de la historia se volvió a presentar ese “David“ psicópata, que desprecia su propia vida ni le importan las de los demás tan odiados por él.
Su heroismo es destructivo y lleva la marca de un suicida. No sólo le motivan el fanatismo religioso o político. Es un poseido por el resentimiento, anhela todo lo que su enemigo es o representa, y al mismo tiempo sabe que nunca lo alcanzará. Una imagen de odio y de rabia ha crecido en él durante generaciones y por eso decide eliminar y destruir la existencia física del que supuestamente tiene la culpa de sus desgracias. Encuentra autoestima en la destrucción de aquello que le causa privación. Es un creador en el sentido negativo, su afán es eliminar lo que le oprime. Ha logrado calmar su conciencia y sensibilidad humanas y no le perturban las escenas de terror que sus acciones causan.

Tal vez comprenderíamos mejor la historia universal bajo ese concepto del resentimiento en vez de dejarnos guiar tanto por la observación de las pobrezas e injusticias que hay y que con mucha simpleza pretendemos eliminar con gestos humanitarios y regalos de alguna organización benefica.
Al resentimiento no se le pone remedio con gestos pacificantes y ayudas confortantes, porque el resentido no busca la solución de un problema sino la redención de su penosa ansiedad, necesita liberarse de si mismo. Triunfar sobre el odiado “Goliath“, para “David“ significa encontrar su verdadera identidad; le obsesiona matar para renacer.

Así, en Adrianópolis no se hicieron prisioneros ni se tomaron los sobrevivientes como esclavos. Los que habían quedado con vida fueron sacrificados en una orgia de crueldad violenta. El verdadero enemigo de ese “David“ no era “Goliath“ sino la imagen de su propia inferioridad que le acompañaba y que ahora encontró su desahogo.
El supuesto observador habría comprendido que para Roma había llegado el final de su poderío militar, luego del político y finalmente de la existencia misma y durante muchos siglos la humanidad tuvo que aguantar hasta que algo notable se errigiera detrás del hundimiento de aquella civilización.

¡Cuidémonos mucho de menospreciar o subestimar aquellos movimientos que en la actualidad manifiestan odio y menosprecio a la cultura occidental porque esa sólo pone dinero y armas en un conflicto donde ellos están dispuestos a dar sangre y vidas!
Sin embargo dudamos: ¿Será posible asimilar lecciones de catástrofes pasadas cuando esas se repitieron tantas veces más en la historia?

F.Manfred Peter

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