Según Arnold J. Toynbee la tendencia de los
imperios de fortificar y protegerse detrás de un exorbitante desarrollo
armamentístico suele ser preludio del ocaso de su potencial económico,
político, social y cultural, lo que Toynbee llama civilización.
Un día llegará
“David“ para acabar con el petrificado “Goliath“:
Adrianópolis en 378 d de Cr. marca una
intercepción así. Después de esta batalla el mundo civilizado de Roma ya no era
el de antes. Godos, alanos y contingentes de caballería ligera de hunos habían
derrotado y arrasado a las - hasta
entonces - invencibles legiones romanas. La máquina militar potente romana se mostró impotente a
resistir el impacto de una masa bárbara, mal armada y peor entrenada pero dispuesta
a entregar la propia vida. Antes de comenzar la batalla, ningun testigo
objetivo - no existió - habría dudado que presenciaría otra victoria más de la
bien armada infantería romana sobre esa masa incoherente de intrusos que
asediaban las fronteras del mundo civilizado durante varias generaciones.
Pero - para sorpresa del supuesto testigo -no
solamente se llevó la victoria la técnica primitiva de las armas improvisadas y
rudimentarias; fue ese terror que infundieron unos guerreros actuando fuera de
todas reglas de combate sin el más elemental sentimiento humano, como son el
temor por la propia vida o la compasión por el enemigo derrotado e indefenso
que pide clemencia. Desconcertante era la fría y calculada crueldad del
proceder de esos bárbaros, los horrorosos suplicios aplicados a los indefensos:
Durante la batalla habían fingido querer
negociar sabiendo que los romanos preferirían
tratos antes que la muerte, una táctica muy habitual en los eternos
conflictos fronterizos que había garantizado estabilidad del “limes“ durante
siglos. Ahora eso se volvió en contra del poder imperial romano y la refinada
astucia guerrera sorprendió a los romanos que no conocieron a sus enemigos a
fondo. Creían que se trataba de ladrones y saqueadores, pero fue mucho más que eso:
A esos invasores que habían acampado durante
meses o años junto a la frontera no solamente les motivaron la ambición militar
o el deseo de rapiña ; fueron el odio fundamental y la desesperación, frutos de
larga humillación, menosprecio y dolor que ahora buscaron su desahogo. Esta es
la clave para entender lo que realmente pasó en Adrianópolis.
Me parece que es un mensaje importante para
comprender sucesos actuales como las migraciones masificadas y el terrorismo
que se interpretan frecuentemente como síntomas de una guerra entre
civilizaciones.
Con frecuencia en el curso de la historia se
volvió a presentar ese “David“ psicópata, que desprecia su propia vida ni le
importan las de los demás tan odiados por él.
Su heroismo es destructivo y lleva la marca de
un suicida. No sólo le motivan el fanatismo religioso o político. Es un poseido
por el resentimiento, anhela todo lo que su enemigo es o representa, y al mismo
tiempo sabe que nunca lo alcanzará. Una imagen de odio y de rabia ha crecido en
él durante generaciones y por eso decide eliminar y destruir la existencia
física del que supuestamente tiene la culpa de sus desgracias. Encuentra
autoestima en la destrucción de aquello que le causa privación. Es un creador
en el sentido negativo, su afán es eliminar lo que le oprime. Ha logrado calmar
su conciencia y sensibilidad humanas y no le perturban las escenas de terror
que sus acciones causan.
Tal vez comprenderíamos mejor la historia
universal bajo ese concepto del resentimiento en vez de dejarnos guiar tanto
por la observación de las pobrezas e injusticias que hay y que con mucha
simpleza pretendemos eliminar con gestos humanitarios y regalos de alguna
organización benefica.
Al resentimiento no se le pone remedio con
gestos pacificantes y ayudas confortantes, porque el resentido no busca la
solución de un problema sino la redención de su penosa ansiedad, necesita
liberarse de si mismo. Triunfar sobre el odiado “Goliath“, para “David“
significa encontrar su verdadera identidad; le obsesiona matar para renacer.
Así, en Adrianópolis no se hicieron prisioneros
ni se tomaron los sobrevivientes como esclavos. Los que habían quedado con vida
fueron sacrificados en una orgia de crueldad violenta. El verdadero enemigo de
ese “David“ no era “Goliath“ sino la imagen de su propia inferioridad que le
acompañaba y que ahora encontró su desahogo.
El supuesto observador habría comprendido que
para Roma había llegado el final de su poderío militar, luego del político y
finalmente de la existencia misma y durante muchos siglos la humanidad tuvo que
aguantar hasta que algo notable se errigiera detrás del hundimiento de aquella
civilización.
¡Cuidémonos mucho de menospreciar o subestimar
aquellos movimientos que en la actualidad manifiestan odio y menosprecio a la
cultura occidental porque esa sólo pone dinero y armas en un conflicto donde
ellos están dispuestos a dar sangre y vidas!
Sin embargo dudamos: ¿Será posible asimilar
lecciones de catástrofes pasadas cuando esas se repitieron tantas veces más en
la historia?
F.Manfred Peter
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