“¿Y cuál es su visión de la estrategia a seguir
por occidente frente a este nuevo totalitarismo?” pregunta mi amigo A.
¡Recordemos!
Los regímenes totalitarios del siglo XX resultaron de extremas crisis: política,
económica y social. El nazismo alemán y el comunismo soviético nacieron en el
vacío que habían dejado los sistemas políticos anteriores al derrumbarse
estrepitosamente. Lo que pudo ser una oportunidad para crear la alternativa
democrática largamente esperada, se convertía en su contrario: de la autocracia
caida surgió una especie de teocracia moderna, jamás conocida antes, regímenes
que sometían al ciudadano a obediencia total – eliminando su individualidad –
desatando las furias de la destrucción masiva.
Y eso pudo pasar, porque los regímenes
totalitarios encontraron una respuesta positiva en un número elevado de la
población respectiva, hallaron su base social.
¿Por qué sucedió eso?
Muchas razones han sido dadas para explicarlo, y todos coinciden que
angustia y desorientación crearon el ambiente donde parecía que ya no había más
nada que perder. Eso permitió que lo impensable se pudo hacer.
Desapareció la tradicional jerarquía social;
desapareció la confianza en la economía real, desapareció el fundamento de la
convivencia social; desapareció el respeto por el código moral, la tradición y
el buen vivir; y toda una generación se veía entregada al pesimismo
nihilista. La Gran Guerra de 1914 a 1918
había desatado los vientos de una peste universal sobre los derrotados,
principalmente Alemania y Rusia.
Y esta nada la ocuparon las profecías redentoras
que surgían como los hongos y finalmente se concretizaron en nombres como
Hitler y Stalin que mútuamente se vigilaban y se copiaban, rivalizaban y
finalmente se autoeliminaban sobre las tumbas de millones de muertos. Su
proyecto no tenía futuro.
¿Qué estrategia siguió occidente ante este
panorama?
Vigilar, evitar el contagio, buscar alianzas,
dividir el frente enemigo, apoyar a Stalin para acabar con Hitler, para luego
rearmar a los alemanes para resistir a Stalin. En una contienda así lucían los
principios de Maquiavelo y la memoria de Charles – Maurice de Talleyrand –
Périgord, pronunciado simplemente Talrand. La política pragmática contra totalitarismo
ha tenido numerosos maestros sucesores desde Winston Churchill a DeGaulle,
Adenauer y finalmente Helmut Kohl, y no se olvide a Henry Kissinger. Muchos de
estos estrategas han sido y aun son menospreciados, pero la posterioridad les
ha dado la razón. El resultado actualmente puede lucirse: Europa de 2010 se
encuentra probablemente en su mejor fase histórica, para bien de todos.
¿Pero, qué hacer con el islamismo?
Contemplar la historia no produce recetas para el presente. No considero
útil dialogar sobre principios ideológicos. El que se cree radicalmente en
posesión de la verdad, no moverá una pizca su visión de la realidad por muy
errónea que sea. Todo fanatismo es agotador y deja a los individuos exhaustos
similar a la borrachera. Sin embargo, la reserva entre los millones de jóvenes
musulmanes sin perspectiva en el mundo, para reclutar activistas desesperados,
es inagotable. Mejorar estas condiciones de vida debería ser el primer objetivo
pacificador. Democracia, el ideal occidental, no se presta como bandera de
combate. Será vigente solamente como oferta o como modelo a seguir y asimilar.
No es la doctrina, es el ejemplo que vale. En la actualidad no veo ningun signo
positivo para una perspectiva así, porque nos desprecian y nada de imitarnos.
Eliminar estos peligros en lo posible, y abstenerse de intervenciones,
abandonar Afganistan lo más pronto posible, es lo que este don Nadie puede
sugerir. Debemos también confiar que hay un “mañana” para los problemas
complicados y no hay que querer hacerlo todo “hoy”.
Manfred Peter
noviembre de 2010
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