Escrito hacia final del imperio de Domiciano -
año 95 d.C. leemos el siguiente texto:
Apocalipsis 13.
Vi
entonces que emergía del mar una bestia, la cual tenía diez cuernos y siete
cabezas, y sobre sus cuernos diez diademas, y sobre sus cabezas nombres de
blasfemia.Esta bestia que vi se parecía a un leopardo, con sus patas como las
de oso y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder, su trono y un
poderío grande.... Y corrió admirada la tierra entera tras la bestia, y
adoraron al dragón, porque dio el poderío a la bestia; y se postraron ante la
bestia, diciendo: ¿Quién hay semejante a la bestia y quién puede luchar contra
ella?....
Se
le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos; se le concedió
también potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos
los habitantes de la tierra,......
Es el imperio romano que encontramos aquí
retratado como “la bestia“, a la que “el
dragón“ dio poder, es “el reino de Satanás“, “Babilonia“ resucitada por sus
vicios, es Roma, capital del imperio occidental durante mil años. Su orgullo y
poder no triunfará, dice el texto. Será la iglesia de Cristo en cambio que
reinará. Así la profecía, y así también sucedía en la realidad.
El imperio romano sucumbió ante el acoso de
problemas internos y de sus enemigos externos, primero Roma, y casi mil años
después Bizancio, imperio romano oriental que fue sometido bajo dominio de los
turcos islámicos. Sin embargo, su sombra llega hasta nuestros días. Durante
otros mil años existía un imperio que reclamaba ser la continuidad del gobierno
imperial de los cesares, el Sacro Imperio romano de nación teutónica, como era
su nombre y yo, siendo un niño pasé con frecuencia por aquel edificio céntrico
de Frankfurt, llamado “Römer“ - el romano, donde fueron iniciados los sucesores
de los cesares, que ahora se llamaban “Kaiser“ del Sacrum Imperium Romanum.
“Das Heilige Römische Reich“ en alemán. Estos cesares eran alemanes que
gobernaban poco y representaban más, representaban autoridad más que
terrenal porque la compartían con Roma,
centro espiritual y real de la cristiandad. La imagen de la bestia apocalíptica
quedó olvidada hasta que Martin Lutero la resucitó en sus diatribas
antipapistas ,y esto es otra cuestión.
Pero el mito del “Reich“, del imperio,
continuaba. El estado forjado por Bismarck llevaba este nombre como la
República de Weimar para hundirse finalmente en el desastre político y moral
del Tercer “Reich“ donde realmente parecía haber renacido “la bestia“ y se
hundió en su apocalíptica agonía, que tuve la desgracia de presenciar. Ningún
país europeo está tan marcado por ese mito imperial romano como
Alemania. Tal vez por eso seamos más europeistas que nadie.
Y ahora nos preguntamos: ¿Qué puede haber de ejemplar, inclusive de modélico, digno de recordar y con peso suficiente de la
antigua Roma que valga para nuestra actualidad?
Las causas de la caida de Roma han sido
analizadas desde que lo hiciera Edward Gibbon en 1776 cuando fue publicado el libro, ya hecho un
clásico, “Decaida y Hundimiento del Imperio Romano“, y hasta el presente sus
tesis son tratadas de forma controvertida. Han sido responsables numerosos
factores cuyo peso e importancia aun se discuten.
Pero eso no es mi tema.
Sin embargo, la caida de Roma es la primera
lección que puede servir al imperio actual y que parece revivir el imperio
romano en nuestro tiempo, los EEUU.
Pero concentrémonos sobre el mensaje que Roma
nos envia a nosotros los europeos a través de los siglos:
En 1957 se firmaron los llamados “Tratados de
Roma“ básicos para que posteriormente se constituyera la CE. Los firmantes
fueron los representantes de Italia, Francia, Benelux y la entonces República
Federal, la parte occidental de la dividida Alemania. Se destacaron políticos
como De Gasperi, Schumann y Adenauer. En 1986 se constituye la CE como hoy la
conocemos como proyecto de integración de todas las naciones europeas bajo un
techo común para la política y sus economías.
Y encontramos ahí nada menos que el imperio
romano resucitado, tal como la República de Roma lo había construido y el
posterior Imperio muy poco modificaría: Desde Inlaterra a Asia Menor, de océano
a océano, dirían los romanos en su tiempo. Entre los bloques EEUU y la Unión
Soviética la CE deberá ser el poder intermedio: “ imperium“ que en latín
significa “poder“.
¿Será casualidad que durante los primeros
veinte años de su existencia la CE geográficamente coincidía con las fronteras
del imperio romano - si excluimos África del norte y Asia menor y añadimos la
región alemana más allá del Rin y del Limes que formaban frontera en tiempos
romanos?
Y acercándonos a esta Europa de la CE nos damos
cuenta que la mayoría de su población habla idiomas nacidos del latín o
latinizados profundamente. Seguiremos considerando el latín madre común de
nuestros idiomas. Además, la inmensa mayoría de su gente confesan la religión
que nos dejó Roma, la cristiana.
Observamos también que, mientras más cerca del
núcleo de los fundadores, más espíritu y voluntad europeista, aunque eso se
esconda tras la desconfianza temporal hacia las instituciones burocráticas de
la unión. Y mientras más alejado de ello, menos interés en el proyecto de
Europa unida. Esto se pudo observar bien cuando la comunidad comenzaba a extenderse hacia el Sur yel Este
donde parecen renacer conflictos que conocía ya la antigua Roma.
Pero hay otros indicadores más que nos
recuerdan Roma:
¿Será casualidad que una fiesta tan popular
como el carnaval, tan romana en su orígen, se halla extendida hasta el Limes,
la antigua frontera del imperio, y paró. Sólo hay islas carnestoléndicas en el
territorio más allá. Carnaval en Berlín sería completamente ridículo mientras
en Colonia y Maguncia los gritos de “Hellau“ y “Alaaf“ hacen temblar los monumentos
romanos que quedaron.
Y no
olvidemos un hecho de gran importancia histórica, tal vez el mayor para
Alemania: la reforma - revolución de
Martín Lutero que conquistó Alemania, pero sólo hasta el Limes romano.
Más allá se establecieron islas protestantes entre una mayoría de católicos
romanos. Casualidad, se diría. ¿Y no habrá alguna herencia, algún secreto aun
no revelado?
¡Dejémoslo en su misterio y dediquémonos a la
realidad!
Dice Umberto Eco: “ A lo largo de dos mileños,
el ejemplo de Roma ha seguido teniendo mucha influencia en las posteriores
concepciones del estado“, y cita la constitución de EEUU, porque sus líneas
principales se inspiraron en el modelo de la más antigua República romana y sus
fundadores veían en Roma el ejemplo siempre actual de una democracia popular.
Y cuando leemos la prensa en estos días podemos
observar el proceso de selección de candidatos para ocupar funciones públicas
en EEUU. De una manera muy similar debemos imaginarnos las asambleas populares
en la Roma republicana dedicadas a elegir funcionarios públicos.
Pero hay que tener clara una cosa: La antigua
Roma, la de la República y la del Imperio, no era liberal, ni social
igualitaria. Durante 700 años o más, ser ciudadano romano era un privilegio
reservado a una minoría, principalmente de itálicos romanos. Millones de
esclavos elaboraban productos de altísima especialización en el marco de una
economía “globalizada“. Había auténticas fábricas: de armamentos, textiles,
alfarería y alimentos, sin mencionar su omnipresencia en la agricultura y en el
servicio doméstico y público. Y lo peor de todo, en la minería. Había hasta
policías esclavos. Sería inutil comparar su destino con el de los siervos en la
era feudal medieval. Probablemente el esclavo antiguo vivía mejor, podía ser
libre, ser soldado, inclusive ciudadano que poseía riquezas y tenía otros
esclavos.
Sigue vigente la observación de Friedrich
Engels: “Sin esclavos, Roma no habría existido“. Además, libertad no
significaba lo que nos imaginamos hoy, decidir libremente sobre los propios
asuntos. Libertad era cumplir con el orden preestablecido, ser solidario a
tradición y costumbre, jamás violar las reglas de orden público. Ninguna
persona libre podía servir libremente a otra.
De ahí el conflicto inevitable con el cristianismo.
Roma no pudo ser social ni liberal, era
fundamentalmente militar.
Más de medio millón de soldados, principalmente
estacionados en las fronteras y en otros puntos neurálgicos vigilaban la “pax
romana“. Se les pagaba con dinero recaudado con un sistema de contribución no
muy diferente del actual pago de impuestos directos e indirectos. Recuerden el
episodio de un impuesto sobre el uso de los retretes callejeros. Este dinero,
decía el que lo había inventado, “non olet“, no huele.
Todo ello principalmente para garantizar la
“pax romana“ a través del imperio que mucho se parece hoy a la “paz americana“.
Y así lo conciben muchos dirigentes americanos y así está presente en la
mentalidad de la gran mayoría de su población.
Y nada extrañaría a un ciudadano americano o
europeo del texto que ahora les leeré:
Es el resumen de una carta de Quinto Tulio
Cicerón dirigida a su hermano, el famoso orador y ambicioso político C. Marco
Tulio Cicerón:
El candidato soñado por Quinto “sólo debe
parecer fascinante, haciendo favores, prometiendo otros, no diciendo que no a
nadie, porque basta con dejar que la gente piense que una cosa se hará; la memoria de los electores es corta
y más tarde se habrá olvidado de las antiguas promesas.“
Y sigue diciendo: “¡Hay que hacer que toda tu
campaña electoral sea solemne, brillante, espléndida, pero a la vez popular!“
Y así se hacía, numerosos desfiles pasaban por las calles romanas. Los
candidatos a magisterio público solían pasear acompañados de sus clientes que
les vitoreaban regalando pequeñas donativas a los espectadores. En fin “reyes
magos de la política“.
Ya ven uds, Roma está presente sin necesidad de
resucitarla.
Por eso Rainer Hank, en la revista Merkur
alemana escribe:
“El mundo que hace dos mil años desaperció, no
es otro cualquiera, es nuestro.“
Y continúa con una observación inquietante: “Si
aquel mundo, casi sin preaviso,
ha podido sucumbir y desaparecer catapultando a
la gente a una precariedad prehistórica, entonces, también es posible que algo
así al nuestro le puede suceder.“
Sin “pax romana“ se apagaron todas las luces.
Sin fábricas, sin dinero, sin comunicación, la población descendió a la mitad -
muchos dicen a una cuarta parte.
Era como si la historia había que empezar de
nuevo.
El Imperio Romano era “globalizado“ y las
provincias jamás cuestionaban esa realidad. No se conocen rebeliones de
envergadura, no había “antiglobalizadores“.
El poder romano era tan eminente que parecía
imposible oponérsele. El concepto tan sugestivo pronunciado en el siglo XX: “La
guerra se acabó, todos han perdido“, no se puede aplicar a las guerras de Roma;
las guerras se acaban y Roma - habiendo perdido batallas - todas las ganó. Así
era hasta que llegó la hora de Adrianópolis.
Corría el año 378 y “David venció a Goliat“,
fueron derrotados los invencibles legiones por la alianza de fuerzas bárbaras
que unos decenios después acamparán sobre el foro romano.
Y la “bestia“ según la visión profética de la
Apocalipsis estaba vencida.
Sin embargo, no desapareció, porque en historia
nada desaparece definitivamente.
Siguió la fascinación que expandió Roma sobre
todos los estudiosos de su historia y que encontraban grandeza hasta en su
hundimiento como el galo Rutilio Namaciano, quien ante la decaida del imperio
admirado escribió:
“De naciones diversas has hecho una sola
patria;
Los malos, bajo tu dominación, se han
encontrado contentos con su derrota;
Ofreciendo a los vencidos compartir tus leyes,
Has hecho una ciudad de lo que, hasta entonces,
era el mundo.“
Renació en multiples formas: Una de ellas, la
teoría política.
Y otro admirador quien proyectó la imagen de
Roma a la modernidad, Niccolò Machiavelli (
Nicolás Maquiavelo) redactó en Florencia los “Comentarios sobre la
primera década de Tito Livio“( ital. “discorsi“) o también conocido bajo el título
“Sobre el Estado“. Se publicó en 1531, cuatro años después de la muerte del
autor quien era secretario de estado de Florencia y quiso fortalecer el
gobierno de su ciudad, el de los Médicis, con sabias reflexiones sobre el
imperio, el poder romano.
En el segundo capítulo del libro Maquiavelo se
pone la pregunta decisiva:
¿Qué ha sido la causa del imparable auge del
imperio romano? ¿ A qué se debe ese fabuloso éxito, a la pura suerte o a la
valentía de sus soldados?
Y Maquiavelo da una respuesta sorprendente al
contestar que ha sido “el arte del estado“, el arte de gobernar sabiamente,
arte que sabían aplicar sus primeros legisladores.
¿Qué es este arte?
Maquiavelo opina que consiste en la combinación
de la valentía con la prudencia,
llamémoslo sabiduría política que al ser
exitosa suele ser confundida con suerte.
Su principio principal, conservar el poder, es
como una ley física: Cuando autoridad y poder de un gobernante o de un pueblo
son tan considerables que ningún vecino se atreverá tocarlos, entonces existe
imperio. Maquiavelo inventa el término nuevo:
“il stato“, el estado de este poder deberá ser
tal que la violencia no la necesite.
Por eso, dice, las guerras de los romanos
siempre iban acompañadas con proyectos de paz. El arte político era el ganar
socios antes que derrotados y humillados vencidos. “¡Pongan atención Médicis!“
eso esperaba Maquiavelo.
¿Lo habrá oido el sr. Bush? nos preguntamos
nosotros.
Maquiavelo compara Roma con Esparta y dice,
mientras Esparta mobilizaba 20 000 soldados, Roma podía colocar hasta 280 000
en una sola campaña. Esparta se aislaba en su austeridad, Roma se abría a
nuevos ciudadanos, multiplicando así sus reservas y su poderío, su peso
político imperial.
En otros términos, militarismo no rinde,
aislamiento y extremismo ideológico aun menos. Y como Roma era el único estado
al actuar de esta forma, pues Roma crecía hasta someter el universo occidental
bajo su dominio. Los socios se vieron rodeados de ciudadanos romanos y casi
aplastados por esa inmensa urbe, capital del imperio. No conocían otra
alternativa: se hacían romanos también y lo más pronto posible.
Maquiavelo recomienda aprender de los romanos,
manejar con arte la función del estado, activar su poder como garantía de paz y
bienestar. Maquiavelo cita el ejemplo de
la conquista de Latium por los romanos, que significaba el dominio sobre medio
Italia. Camillus, el conquistador triunfante, propone al senado de Roma lo
siguiente:
“¿Quereis destrozar a los que ya están
vencidos? Podeis destruir todo Latium, ¿o quereis seguir el ejemplo de los
antepasados y aumentar “rem romam“ el estado romano, dándoles el derecho de
ciudadanía a los vencidos?“ ( dijo, “victos in civitatem accipere“)
El senado decidió aplicar ambas medidas,
sancionar a unos y recibiendo a otros como nuevos ciudadanos.
Las lecciones que Maquiavelo da a sus lectores
de entonces son vigentes hasta hoy.
Mirar atrás no sólo es útil, es esencial para
sobrevivir en política, porque todo poder político suele degenerar y corroe con
el tiempo. Mirar atrás es como renacer y con ese término “renacer“ Maquiavelo
ha dado en el clavo al encontrar la fórmula mágica para su época, que se
llamará “Renacimiento“.
Observando así las reglas pragmáticas del orden
político, el Estado consigue establidad y garantiza paz y prosperidad para sus
ciudadanos. ¿Qué otra cosa se puede desear? Falta la felicidad, dirán unos. ¿Y
de la igualdad qué? preguntarán
otros. Maquiavelo habría contestado: ¿Y por qué
no dejar eso a cuenta de cada uno y a su mérito personal?
Pero,¡mantenguémonos un rato más en la antigua
Roma! Necesitamos profundizar esa reflexión.
Roma no poseía constitución escrita. Un amplio
gama de costumbres, reglamentos fundados en la tradición era constituyente para
la vida pública y la política exterior.
Una pequeña minoría de personas selectas,
varones, formaban el senado. Era un conjunto de individuos ricos e ilustres -
muchos habían sido magistrados -.
Cerca del año 300 a.C. se acordó que los
mejores por sus méritos fueran seleccionados y que no fuera por su nacimiento. Esa
función seleccionadora era oficio de los censores que eran elegidos anualmente.
Aparte de ese senado, el pueblo, los
ciudadanos, varones adultos libres, se reunían en asambleas. Estas asambleas
sólo podían ser convocados por un magistrado y sólo ese podía hablar en ellas.
Las votaciones eran públicas y los tribunos podían vetar cualquier decisión de
una asamblea popular.
Robin Fox lo describe así: “En el fondo del
sistema que practicaban se hallaba una bestia bicéfala ... los venerables
senadores y el pueblo (oficialmente) soberano“
(senatus populusque romanus).
Aquí encontramos de forma embrional lo que en
nuestros días consideramos la organización democrática estatal, y - como lo
exige Maquiavelo - deberíamos
mirar atrás para asegurarnos que está bien lo
que habitualmente practicamos. La vida pública romana se desarrollaba según
reglas eminentemente prácticas y esa esencia pragmática es la que producía el
ascenso de Roma al poder universal.
De eso se dio cuenta un observador griego,
Polibio en el año 167 a.C.; extrañas costumbres bárbaras tenían estos romanos,
tan distantes de sus ideas platónicas.
Ese pragmatismo se expresa de forma clara en el
ideario político de Marco Tullio Cicerón en su obra “Sobre la República“. Los
decretos senatoriales, dice Cicerón, deberían ser vinculantes porque al senado
corresponde ser dueño de la política. Deseaba conceder sólo una apariencia de
libertad a las asambleas populares para superar la crisis que finalmente acabó
en la Revolución y en el establecimiento del poder imperial. Los cesares
representan la autoridad que finalmente dominó el desorden institucional cuyo
raíz eran los problemas económicos y sociales.
A partir de Augusto todos los emperadores
recibían el título IMPERATOR quien vestido con
uniforme militar y corona de laurel pone fin a los desórdenes de la
República. Roma había llegado a la apoteosis de su poderío.
Y con Augusto comenzaron también a trazarse las
huellas duraderas en la geografía europea: las calzadas perdurables y
resistentes, el orígen de las lenguas latinas, los movimientos de poblaciones
sin distinción de etnias, donde galos, británicos, germanos eran ciudadanos del
Imperio donde reinaban paz y prosperidad.
Una arquitectura y una cultura comunes
unificaban las provincias desde Britania a Siria, y tal vez era Adriano de
Itálica la expresión más patente de este universalismo romano que a mi opinión
debería ser el europeismo en la actualidad.
Las provincias prosperaban, y si había enemigos
de la paz romana, estos se encontraban principalmente fuera de las fronteras.
Roma y una amplia minoría de la población gozaban de un increible lujo que
solamente después de dos mileños más tarde se conocería nuevamente. Roma había
globalizado las artes, la arquitectura, la literatura y se constituyó como la
verdadera fundadora de Europa.
Poco fiables son aquellos etnicistas,
entusiastas de su pequeña patria y discretos racistas que desde hace dos siglos
proclaman lo contrario, alabando pretenciosa y singular originalidad,
declarándose víctimas de abusos imaginados y exigiendo derechos que les
corresponde como raza o etnia selecta. Ellos sin saberlo se oponen a Roma, y no
caben en Europa. La organización pragmática de la vida pública es idónea para
la vida social aunque persista la seducción por las promesas idealistas y los
proyectos utópicos.
El estado romano, tal como Maquiavelo lo
describe, reune en síntesis la vida pública y privada creando civilización - la
Civilización. Pues no existe un plural de civilizaciones. Sólo hay una y es
universal que admite distintas expresiones culturales, lenguajes, costumbres. A
la civilización se opone la barbarie y entre ambas el diálogo no es posible.
Europa tiene necesidad de mirar atrás, no para
admirar huellas arqueológicas sino a contemplar el paradigma romano y aprender
de él. Los museos dan una falsa imagen de la realidad porque destacan como
exótico lo que nos pertenece, es nuestro porque somos los herederos de Roma
como europeos.
Estas reflexiones nos acercan a un personaje,
tal vez poco conocido en España, Hannah Arendt, conocida por su análisis de
regímenes totalitarios del siglo XX.
Arendt se opone al platonismo, a la misma
fuente que había inspirado también a la visión apocalíptica citada al
principio. El concepto platónico formula que son ideas e ideales que mueven el
mundo. Bajo la proyección de ideas imperecederas se ordenará el caos del
presente. El hombre siente la llamada del ideal y se transforma en escultor que
intenta tallar otro mundo que se parezca a su ideal o teoría.
Arendt crea el término “Tatsachenwahrheit“ que
se traducirá “verdad de los hechos reales“. Tales hechos en el sentido político
- histórico hayan sido consecuencias de intenciones y proyectos humanos. Pero,
realizados una vez, tienen carácter de verdad. Sobre tales hechos y sucesos no
se puede discutir. No podemos inventar otra realidad histórica. Así es que los
estados y su instrumentario de gobierno se heredan y no se inventan. Con este
argumento Arendt se opone a su maestro Martin Heidegger. No voy a exponer aquí
el contenido complejo de esta controversia.
Conclusión: Verdad histórica no se puede
definir filosofeando y levantando teorías.
Albert Einstein había dicho ya que la realidad no define nuestras teorías y son las
teorías que definen lo que tomamos por realidad. En términos más sencillos:
Vemos lo que queremos ver.
Arendt mantiene que podemos imaginarnos
cualquier cosa, sin embargo al mundo de los hechos reales corresponde verdad.
En contra de eso, todas las ideologías reclaman verdad y autoridad, pero suelen
conducir sobre falsos caminos a fines
equivocados. Es nuestra experiencia dolorosa, la experiencia vital de mi
generación: Las ideologías totalitarias del siglo XX son prueba de ello.
¡Aprendamos del pragmatismo romano!
Por último, no puedo pasar por alto otra
herencia que Roma nos ha dejado:
el derecho. En el siglo XI en Pisa -Italia - se
descubrió el código de Derecho romano
del emperador bizantino Justiniano del año 533 y toda Europa se
orientaba en él debido a la eminente influencia de la universidad de Bologna.
Por eso la UE ha podido unificar facilmente los sistemas jurídicos de sus
miembros porque ya estuvieron muy parecidos antes. Desde hace siglos los
estados europeos moldean sus códigos según el Derecho romano.
¿Cuál es la sustancia de ello?
En el mundo antiguo se consideraba que el
derecho era de orígen divino. Por eso el
hombre sabe distinguir entre lo justo y lo que no lo es. Por eso se diferencia
la ley eterna de “los dioses“ de la voluntad de un tirano como Creonte por
ejemplo, tema de la tragedia de Sófocles, Antígona.
Una anécdota que cuenta el historiador romano
Livius bien lo puede ilustrar:
Las legiones romanas habían cercado la ciudad
de Falerii. Era el año 394 a.C. y el comandante romano se llamaba Camillus. Un
día se le presentó un maestro de escuela; había salido clandestinamente de la
ciudad sitiada e iba acompañado de un numeroso grupo de niños que eran sus
alumnos.
Esperaba ser recompensado por los romanos
porque pensaba haberles entregado un valioso botín. Pues, amenazando la vida de
los niños el sitio podría haber acabado pronto con la victoria de los romanos.
Pero no sucedió así. Camillus reaccionó con disgusto y enfadado. Mandó a
devolver al maestro mañatado a su ciudad y dejó libre a los niños. Livius
atribuye a Camillus las siguientes palabras:
“No tenemos nada en común con los Faliscos.
Pero nos une la misma naturaleza, común de ambos pueblos. Ella existe y
perdurará.“
La evolución del concepto de derecho demuestra
que al hombre le está establecido
un derecho anterior - la naturaleza - y se le
considera capaz de conocerlo para distinguir entre justo e injusto. Es la base
de la convención internacional de los derechos humanos y el fundamento de toda
cultura jurídica. Si no hubiera criterios generales y distinción entre justo e
injusto cualquier caprichosa voluntad podría ser ley. Y entonces sería legítimo
que la mayoría podría tomar decisiones con carácter legal que privarían a la
minoría de sus derechos, cosa que ha sucedido y que pasa en la actualidad no
lejos de aquí. Así es real que en varias naciones europeas, entre ellas
Alemania y España, que con el argumento de su justificación por decisión
democrática se le sancione a la muerte un sinfin de seres aun no nacidos. Son
ideas o fragmentos ideológicos en los que cree una mayoría parlamentaria y
apoyada por medios y opinión generalizada hacen callar la voz de conciencia que
bien sabe distiguir entre justo e injusto.
Una pena tremenda y una razón más para
acordarnos de nuestro pasado común romano.
FMP, Enero de 2008
Notas
bibliográficas
Las siguientes obras me han servido para
preparar la conferencia:
Theodor Mommsen, Römische Geschichte, Berlín
sin año.
Günter Magiera, Die
Wiedergewinnung des Politischen, Humanities online,
Frankfurt am Main 2007.
Fustel de Coulanges,
Der antike Staat, Athenaion 1996.
Robin Lane Fox, El Mundo Clásico, Barcelona
2007.
Wolf Schön (Hrsg.), Die
schöne Mutter der Kultur, Stuttgart 1996.
Edward Gibbon, Verfall
und Untergang des römischen Reiches, Nördlingen 1987.
Niccolò Machiavelli,
Gesammelte Werke, Frankfurt am Main 2000.
Umberto Eco, A paso de cangrejo, Barcelona
2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario