jueves, 17 de enero de 2008

Roma como vocación - ¿Qué podemos aprender de Roma?

Escrito hacia final del imperio de Domiciano - año 95 d.C. leemos el siguiente texto:
Apocalipsis 13.
Vi entonces que emergía del mar una bestia, la cual tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre sus cuernos diez diademas, y sobre sus cabezas nombres de blasfemia.Esta bestia que vi se parecía a un leopardo, con sus patas como las de oso y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder, su trono y un poderío grande.... Y corrió admirada la tierra entera tras la bestia, y adoraron al dragón, porque dio el poderío a la bestia; y se postraron ante la bestia, diciendo: ¿Quién hay semejante a la bestia y quién puede luchar contra ella?....
Se le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos; se le concedió también potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra,......


Es el imperio romano que encontramos aquí retratado como “la bestia“, a la que  “el dragón“ dio poder, es “el reino de Satanás“, “Babilonia“ resucitada por sus vicios, es Roma, capital del imperio occidental durante mil años. Su orgullo y poder no triunfará, dice el texto. Será la iglesia de Cristo en cambio que reinará. Así la profecía, y así también sucedía en la realidad.
El imperio romano sucumbió ante el acoso de problemas internos y de sus enemigos externos, primero Roma, y casi mil años después Bizancio, imperio romano oriental que fue sometido bajo dominio de los turcos islámicos. Sin embargo, su sombra llega hasta nuestros días. Durante otros mil años existía un imperio que reclamaba ser la continuidad del gobierno imperial de los cesares, el Sacro Imperio romano de nación teutónica, como era su nombre y yo, siendo un niño pasé con frecuencia por aquel edificio céntrico de Frankfurt, llamado “Römer“ - el romano, donde fueron iniciados los sucesores de los cesares, que ahora se llamaban “Kaiser“ del Sacrum Imperium Romanum. “Das Heilige Römische Reich“ en alemán. Estos cesares eran alemanes que gobernaban poco y representaban más, representaban autoridad más que terrenal  porque la compartían con Roma, centro espiritual y real de la cristiandad. La imagen de la bestia apocalíptica quedó olvidada hasta que Martin Lutero la resucitó en sus diatribas antipapistas ,y esto es otra cuestión.
Pero el mito del “Reich“, del imperio, continuaba. El estado forjado por Bismarck llevaba este nombre como la República de Weimar para hundirse finalmente en el desastre político y moral del Tercer “Reich“ donde realmente parecía haber renacido “la bestia“ y se hundió en su apocalíptica agonía, que tuve la desgracia de presenciar. Ningún país europeo está tan marcado por ese mito imperial romano como Alemania. Tal vez por eso seamos más europeistas que nadie.

Y ahora nos preguntamos: ¿Qué puede haber de ejemplar, inclusive de modélico, digno de recordar y con peso suficiente de la antigua Roma que valga para nuestra actualidad?

Las causas de la caida de Roma han sido analizadas desde que lo hiciera Edward Gibbon en 1776  cuando fue publicado el libro, ya hecho un clásico, “Decaida y Hundimiento del Imperio Romano“, y hasta el presente sus tesis son tratadas de forma controvertida. Han sido responsables numerosos factores cuyo peso e importancia aun se discuten.
Pero eso no es mi tema.
Sin embargo, la caida de Roma es la primera lección que puede servir al imperio actual y que parece revivir el imperio romano en nuestro tiempo, los EEUU.
Pero concentrémonos sobre el mensaje que Roma nos envia a nosotros los europeos a través de los siglos:
En 1957 se firmaron los llamados “Tratados de Roma“ básicos para que posteriormente se constituyera la CE. Los firmantes fueron los representantes de Italia, Francia, Benelux y la entonces República Federal, la parte occidental de la dividida Alemania. Se destacaron políticos como De Gasperi, Schumann y Adenauer. En 1986 se constituye la CE como hoy la conocemos como proyecto de integración de todas las naciones europeas bajo un techo común para la política y sus economías.
Y encontramos ahí nada menos que el imperio romano resucitado, tal como la República de Roma lo había construido y el posterior Imperio muy poco modificaría: Desde Inlaterra a Asia Menor, de océano a océano, dirían los romanos en su tiempo. Entre los bloques EEUU y la Unión Soviética la CE deberá ser el poder intermedio: “ imperium“ que en latín significa “poder“.
¿Será casualidad que durante los primeros veinte años de su existencia la CE geográficamente coincidía con las fronteras del imperio romano - si excluimos África del norte y Asia menor y añadimos la región alemana más allá del Rin y del Limes que formaban frontera en tiempos romanos?
Y acercándonos a esta Europa de la CE nos damos cuenta que la mayoría de su población habla idiomas nacidos del latín o latinizados profundamente. Seguiremos considerando el latín madre común de nuestros idiomas. Además, la inmensa mayoría de su gente confesan la religión que nos dejó Roma, la cristiana.
Observamos también que, mientras más cerca del núcleo de los fundadores, más espíritu y voluntad europeista, aunque eso se esconda tras la desconfianza temporal hacia las instituciones burocráticas de la unión. Y mientras más alejado de ello, menos interés en el proyecto de Europa unida. Esto se pudo observar bien cuando la comunidad  comenzaba a extenderse hacia el Sur yel Este donde parecen renacer conflictos que conocía ya la antigua Roma.
Pero hay otros indicadores más que nos recuerdan Roma:
¿Será casualidad que una fiesta tan popular como el carnaval, tan romana en su orígen, se halla extendida hasta el Limes, la antigua frontera del imperio, y paró. Sólo hay islas carnestoléndicas en el territorio más allá. Carnaval en Berlín sería completamente ridículo mientras en Colonia y Maguncia los gritos de “Hellau“ y “Alaaf“ hacen temblar los monumentos romanos que quedaron.
Y  no olvidemos un hecho de gran importancia histórica, tal vez el mayor para Alemania: la reforma - revolución de  Martín Lutero que conquistó Alemania, pero sólo hasta el Limes romano. Más allá se establecieron islas protestantes entre una mayoría de católicos romanos. Casualidad, se diría. ¿Y no habrá alguna herencia, algún secreto aun no revelado?
¡Dejémoslo en su misterio y dediquémonos a la realidad!
Dice Umberto Eco: “ A lo largo de dos mileños, el ejemplo de Roma ha seguido teniendo mucha influencia en las posteriores concepciones del estado“, y cita la constitución de EEUU, porque sus líneas principales se inspiraron en el modelo de la más antigua República romana y sus fundadores veían en Roma el ejemplo siempre actual de una democracia popular.
Y cuando leemos la prensa en estos días podemos observar el proceso de selección de candidatos para ocupar funciones públicas en EEUU. De una manera muy similar debemos imaginarnos las asambleas populares en la Roma republicana dedicadas a elegir funcionarios públicos.
Pero hay que tener clara una cosa: La antigua Roma, la de la República y la del Imperio, no era liberal, ni social igualitaria. Durante 700 años o más, ser ciudadano romano era un privilegio reservado a una minoría, principalmente de itálicos romanos. Millones de esclavos elaboraban productos de altísima especialización en el marco de una economía “globalizada“. Había auténticas fábricas: de armamentos, textiles, alfarería y alimentos, sin mencionar su omnipresencia en la agricultura y en el servicio doméstico y público. Y lo peor de todo, en la minería. Había hasta policías esclavos. Sería inutil comparar su destino con el de los siervos en la era feudal medieval. Probablemente el esclavo antiguo vivía mejor, podía ser libre, ser soldado, inclusive ciudadano que poseía riquezas y tenía otros esclavos.
Sigue vigente la observación de Friedrich Engels: “Sin esclavos, Roma no habría existido“. Además, libertad no significaba lo que nos imaginamos hoy, decidir libremente sobre los propios asuntos. Libertad era cumplir con el orden preestablecido, ser solidario a tradición y costumbre, jamás violar las reglas de orden público. Ninguna persona libre podía servir libremente a otra.
De ahí el conflicto inevitable con el cristianismo.
Roma no pudo ser social ni liberal, era fundamentalmente militar.
Más de medio millón de soldados, principalmente estacionados en las fronteras y en otros puntos neurálgicos vigilaban la “pax romana“. Se les pagaba con dinero recaudado con un sistema de contribución no muy diferente del actual pago de impuestos directos e indirectos. Recuerden el episodio de un impuesto sobre el uso de los retretes callejeros. Este dinero, decía el que lo había inventado, “non olet“, no huele.
Todo ello principalmente para garantizar la “pax romana“ a través del imperio que mucho se parece hoy a la “paz americana“. Y así lo conciben muchos dirigentes americanos y así está presente en la mentalidad de la gran mayoría de su población.
Y nada extrañaría a un ciudadano americano o europeo del texto que ahora les leeré:
Es el resumen de una carta de Quinto Tulio Cicerón dirigida a su hermano, el famoso orador y ambicioso político C. Marco Tulio Cicerón:
El candidato soñado por Quinto “sólo debe parecer fascinante, haciendo favores, prometiendo otros, no diciendo que no a nadie, porque basta con dejar que la gente piense que una cosa  se hará; la memoria de los electores es corta y más tarde se habrá olvidado de las antiguas promesas.“
Y sigue diciendo: “¡Hay que hacer que toda tu campaña electoral sea solemne, brillante, espléndida, pero a la vez popular!“
Y así se hacía, numerosos  desfiles pasaban por las calles romanas. Los candidatos a magisterio público solían pasear acompañados de sus clientes que les vitoreaban regalando pequeñas donativas a los espectadores. En fin “reyes magos de la política“.
Ya ven uds, Roma está presente sin necesidad de resucitarla.
Por eso Rainer Hank, en la revista Merkur alemana escribe:
“El mundo que hace dos mil años desaperció, no es otro cualquiera, es nuestro.“
Y continúa con una observación inquietante: “Si aquel mundo, casi sin preaviso,
ha podido sucumbir y desaparecer catapultando a la gente a una precariedad prehistórica, entonces, también es posible que algo así al nuestro le puede suceder.“
Sin “pax romana“ se apagaron todas las luces. Sin fábricas, sin dinero, sin comunicación, la población descendió a la mitad - muchos dicen a una cuarta parte.
Era como si la historia había que empezar de nuevo.
El Imperio Romano era “globalizado“ y las provincias jamás cuestionaban esa realidad. No se conocen rebeliones de envergadura, no había “antiglobalizadores“.
El poder romano era tan eminente que parecía imposible oponérsele. El concepto tan sugestivo pronunciado en el siglo XX: “La guerra se acabó, todos han perdido“, no se puede aplicar a las guerras de Roma; las guerras se acaban y Roma - habiendo perdido batallas - todas las ganó. Así era hasta que llegó la hora de Adrianópolis.
Corría el año 378 y “David venció a Goliat“, fueron derrotados los invencibles legiones por la alianza de fuerzas bárbaras que unos decenios después acamparán sobre el foro romano.
Y la “bestia“ según la visión profética de la Apocalipsis estaba vencida.
Sin embargo, no desapareció, porque en historia nada desaparece definitivamente.

Siguió la fascinación que expandió Roma sobre todos los estudiosos de su historia y que encontraban grandeza hasta en su hundimiento como el galo Rutilio Namaciano, quien ante la decaida del imperio admirado escribió:
“De naciones diversas has hecho una sola patria;
Los malos, bajo tu dominación, se han encontrado contentos con su derrota;
Ofreciendo a los vencidos compartir tus leyes,
Has hecho una ciudad de lo que, hasta entonces, era el mundo.“
Renació en multiples formas: Una de ellas, la teoría política.
Y otro admirador quien proyectó la imagen de Roma a la modernidad, Niccolò Machiavelli (  Nicolás Maquiavelo) redactó en Florencia los “Comentarios sobre la primera década de Tito Livio“( ital. “discorsi“) o también conocido bajo el título “Sobre el Estado“. Se publicó en 1531, cuatro años después de la muerte del autor quien era secretario de estado de Florencia y quiso fortalecer el gobierno de su ciudad, el de los Médicis, con sabias reflexiones sobre el imperio, el poder romano.
En el segundo capítulo del libro Maquiavelo se pone la pregunta decisiva:
¿Qué ha sido la causa del imparable auge del imperio romano? ¿ A qué se debe ese fabuloso éxito, a la pura suerte o a la valentía de sus soldados?
Y Maquiavelo da una respuesta sorprendente al contestar que ha sido “el arte del estado“, el arte de gobernar sabiamente, arte que sabían aplicar sus primeros legisladores.
¿Qué es este arte?
Maquiavelo opina que consiste en la combinación de la valentía con la prudencia,
llamémoslo sabiduría política que al ser exitosa suele ser confundida con suerte.
Su principio principal, conservar el poder, es como una ley física: Cuando autoridad y poder de un gobernante o de un pueblo son tan considerables que ningún vecino se atreverá tocarlos, entonces existe imperio. Maquiavelo inventa el término nuevo:
“il stato“, el estado de este poder deberá ser tal que la violencia no la necesite.
Por eso, dice, las guerras de los romanos siempre iban acompañadas con proyectos de paz. El arte político era el ganar socios antes que derrotados y humillados vencidos. “¡Pongan atención Médicis!“ eso esperaba Maquiavelo.
¿Lo habrá oido el sr. Bush? nos preguntamos nosotros.
Maquiavelo compara Roma con Esparta y dice, mientras Esparta mobilizaba 20 000 soldados, Roma podía colocar hasta 280 000 en una sola campaña. Esparta se aislaba en su austeridad, Roma se abría a nuevos ciudadanos, multiplicando así sus reservas y su poderío, su peso político imperial.
En otros términos, militarismo no rinde, aislamiento y extremismo ideológico aun menos. Y como Roma era el único estado al actuar de esta forma, pues Roma crecía hasta someter el universo occidental bajo su dominio. Los socios se vieron rodeados de ciudadanos romanos y casi aplastados por esa inmensa urbe, capital del imperio. No conocían otra alternativa: se hacían romanos también y lo más pronto posible.
Maquiavelo recomienda aprender de los romanos, manejar con arte la función del estado, activar su poder como garantía de paz y bienestar. Maquiavelo cita el ejemplo  de la conquista de Latium por los romanos, que significaba el dominio sobre medio Italia. Camillus, el conquistador triunfante, propone al senado de Roma lo siguiente:
“¿Quereis destrozar a los que ya están vencidos? Podeis destruir todo Latium, ¿o quereis seguir el ejemplo de los antepasados y aumentar “rem romam“ el estado romano, dándoles el derecho de ciudadanía a los vencidos?“ ( dijo, “victos in civitatem accipere“)
El senado decidió aplicar ambas medidas, sancionar a unos y recibiendo a otros como nuevos ciudadanos.
Las lecciones que Maquiavelo da a sus lectores de entonces son vigentes hasta hoy.
Mirar atrás no sólo es útil, es esencial para sobrevivir en política, porque todo poder político suele degenerar y corroe con el tiempo. Mirar atrás es como renacer y con ese término “renacer“ Maquiavelo ha dado en el clavo al encontrar la fórmula mágica para su época, que se llamará  “Renacimiento“.
Observando así las reglas pragmáticas del orden político, el Estado consigue establidad y garantiza paz y prosperidad para sus ciudadanos. ¿Qué otra cosa se puede desear? Falta la felicidad, dirán unos. ¿Y de la igualdad qué? preguntarán
otros. Maquiavelo habría contestado: ¿Y por qué no dejar eso a cuenta de cada uno y a su mérito personal?
Pero,¡mantenguémonos un rato más en la antigua Roma! Necesitamos profundizar esa reflexión.
Roma no poseía constitución escrita. Un amplio gama de costumbres, reglamentos fundados en la tradición era constituyente para la vida pública y la política exterior.
Una pequeña minoría de personas selectas, varones, formaban el senado. Era un conjunto de individuos ricos e ilustres - muchos habían sido magistrados -.
Cerca del año 300 a.C. se acordó que los mejores por sus méritos fueran seleccionados y que no fuera por su nacimiento. Esa función seleccionadora era oficio de los censores que eran elegidos anualmente.
Aparte de ese senado, el pueblo, los ciudadanos, varones adultos libres, se reunían en asambleas. Estas asambleas sólo podían ser convocados por un magistrado y sólo ese podía hablar en ellas. Las votaciones eran públicas y los tribunos podían vetar cualquier decisión de una asamblea popular.
Robin Fox lo describe así: “En el fondo del sistema que practicaban se hallaba una bestia bicéfala ... los venerables senadores y el pueblo (oficialmente) soberano“
(senatus populusque romanus).
Aquí encontramos de forma embrional lo que en nuestros días consideramos la organización democrática estatal, y - como lo exige Maquiavelo - deberíamos
mirar atrás para asegurarnos que está bien lo que habitualmente practicamos. La vida pública romana se desarrollaba según reglas eminentemente prácticas y esa esencia pragmática es la que producía el ascenso de Roma al poder universal.
De eso se dio cuenta un observador griego, Polibio en el año 167 a.C.; extrañas costumbres bárbaras tenían estos romanos, tan distantes de sus ideas platónicas.
Ese pragmatismo se expresa de forma clara en el ideario político de Marco Tullio Cicerón en su obra “Sobre la República“. Los decretos senatoriales, dice Cicerón, deberían ser vinculantes porque al senado corresponde ser dueño de la política. Deseaba conceder sólo una apariencia de libertad a las asambleas populares para superar la crisis que finalmente acabó en la Revolución y en el establecimiento del poder imperial. Los cesares representan la autoridad que finalmente dominó el desorden institucional cuyo raíz eran los problemas económicos y sociales.
A partir de Augusto todos los emperadores recibían el título IMPERATOR quien vestido con  uniforme militar y corona de laurel pone fin a los desórdenes de la República. Roma había llegado a la apoteosis de su poderío.
Y con Augusto comenzaron también a trazarse las huellas duraderas en la geografía europea: las calzadas perdurables y resistentes, el orígen de las lenguas latinas, los movimientos de poblaciones sin distinción de etnias, donde galos, británicos, germanos eran ciudadanos del Imperio donde reinaban paz y prosperidad.
Una arquitectura y una cultura comunes unificaban las provincias desde Britania a Siria, y tal vez era Adriano de Itálica la expresión más patente de este universalismo romano que a mi opinión debería ser el europeismo en la actualidad.
Las provincias prosperaban, y si había enemigos de la paz romana, estos se encontraban principalmente fuera de las fronteras. Roma y una amplia minoría de la población gozaban de un increible lujo que solamente después de dos mileños más tarde se conocería nuevamente. Roma había globalizado las artes, la arquitectura, la literatura y se constituyó como la verdadera fundadora de Europa.
Poco fiables son aquellos etnicistas, entusiastas de su pequeña patria y discretos racistas que desde hace dos siglos proclaman lo contrario, alabando pretenciosa y singular originalidad, declarándose víctimas de abusos imaginados y exigiendo derechos que les corresponde como raza o etnia selecta. Ellos sin saberlo se oponen a Roma, y no caben en Europa. La organización pragmática de la vida pública es idónea para la vida social aunque persista la seducción por las promesas idealistas y los proyectos utópicos.
El estado romano, tal como Maquiavelo lo describe, reune en síntesis la vida pública y privada creando civilización - la Civilización. Pues no existe un plural de civilizaciones. Sólo hay una y es universal que admite distintas expresiones culturales, lenguajes, costumbres. A la civilización se opone la barbarie y entre ambas el diálogo no es posible.
Europa tiene necesidad de mirar atrás, no para admirar huellas arqueológicas sino a contemplar el paradigma romano y aprender de él. Los museos dan una falsa imagen de la realidad porque destacan como exótico lo que nos pertenece, es nuestro porque somos los herederos de Roma como europeos.
Estas reflexiones nos acercan a un personaje, tal vez poco conocido en España, Hannah Arendt, conocida por su análisis de regímenes totalitarios del siglo XX.
Arendt se opone al platonismo, a la misma fuente que había inspirado también a la visión apocalíptica citada al principio. El concepto platónico formula que son ideas e ideales que mueven el mundo. Bajo la proyección de ideas imperecederas se ordenará el caos del presente. El hombre siente la llamada del ideal y se transforma en escultor que intenta tallar otro mundo que se parezca a su ideal o teoría.
Arendt crea el término “Tatsachenwahrheit“ que se traducirá “verdad de los hechos reales“. Tales hechos en el sentido político - histórico hayan sido consecuencias de intenciones y proyectos humanos. Pero, realizados una vez, tienen carácter de verdad. Sobre tales hechos y sucesos no se puede discutir. No podemos inventar otra realidad histórica. Así es que los estados y su instrumentario de gobierno se heredan y no se inventan. Con este argumento Arendt se opone a su maestro Martin Heidegger. No voy a exponer aquí el contenido complejo de esta controversia.
Conclusión: Verdad histórica no se puede definir filosofeando y levantando teorías.
Albert Einstein había dicho ya que la  realidad no define nuestras teorías y son las teorías que definen lo que tomamos por realidad. En términos más sencillos: Vemos lo que queremos ver.
Arendt mantiene que podemos imaginarnos cualquier cosa, sin embargo al mundo de los hechos reales corresponde verdad. En contra de eso, todas las ideologías reclaman verdad y autoridad, pero suelen conducir sobre falsos caminos a  fines equivocados. Es nuestra experiencia dolorosa, la experiencia vital de mi generación: Las ideologías totalitarias del siglo XX son prueba de ello.
¡Aprendamos del pragmatismo romano!

Por último, no puedo pasar por alto otra herencia que Roma nos ha dejado:
el derecho. En el siglo XI en Pisa -Italia - se descubrió el código de Derecho romano  del emperador bizantino Justiniano del año 533 y toda Europa se orientaba en él debido a la eminente influencia de la universidad de Bologna. Por eso la UE ha podido unificar facilmente los sistemas jurídicos de sus miembros porque ya estuvieron muy parecidos antes. Desde hace siglos los estados europeos moldean sus códigos según el Derecho romano.
¿Cuál es la sustancia de ello?
En el mundo antiguo se consideraba que el derecho era de orígen divino.  Por eso el hombre sabe distinguir entre lo justo y lo que no lo es. Por eso se diferencia la ley eterna de “los dioses“ de la voluntad de un tirano como Creonte por ejemplo, tema de la tragedia de Sófocles, Antígona.
Una anécdota que cuenta el historiador romano Livius bien lo puede ilustrar:
Las legiones romanas habían cercado la ciudad de Falerii. Era el año 394 a.C. y el comandante romano se llamaba Camillus. Un día se le presentó un maestro de escuela; había salido clandestinamente de la ciudad sitiada e iba acompañado de un numeroso grupo de niños que eran sus alumnos.
Esperaba ser recompensado por los romanos porque pensaba haberles entregado un valioso botín. Pues, amenazando la vida de los niños el sitio podría haber acabado pronto con la victoria de los romanos. Pero no sucedió así. Camillus reaccionó con disgusto y enfadado. Mandó a devolver al maestro mañatado a su ciudad y dejó libre a los niños. Livius atribuye a Camillus las siguientes palabras:
“No tenemos nada en común con los Faliscos. Pero nos une la misma naturaleza, común de ambos pueblos. Ella existe y perdurará.“
La evolución del concepto de derecho demuestra que al hombre le está establecido
un derecho anterior - la naturaleza - y se le considera capaz de conocerlo para distinguir entre justo e injusto. Es la base de la convención internacional de los derechos humanos y el fundamento de toda cultura jurídica. Si no hubiera criterios generales y distinción entre justo e injusto cualquier caprichosa voluntad podría ser ley. Y entonces sería legítimo que la mayoría podría tomar decisiones con carácter legal que privarían a la minoría de sus derechos, cosa que ha sucedido y que pasa en la actualidad no lejos de aquí. Así es real que en varias naciones europeas, entre ellas Alemania y España, que con el argumento de su justificación por decisión democrática se le sancione a la muerte un sinfin de seres aun no nacidos. Son ideas o fragmentos ideológicos en los que cree una mayoría parlamentaria y apoyada por medios y opinión generalizada hacen callar la voz de conciencia que bien sabe distiguir entre justo e injusto.
Una pena tremenda y una razón más para acordarnos de nuestro pasado común romano.

FMP,  Enero de 2008

Notas bibliográficas

Las siguientes obras me han servido para preparar la conferencia:

Theodor Mommsen, Römische Geschichte, Berlín sin año.
Günter Magiera, Die Wiedergewinnung des Politischen, Humanities online,
Frankfurt am Main 2007.
Fustel de Coulanges, Der antike Staat, Athenaion 1996.
Robin Lane Fox, El Mundo Clásico, Barcelona 2007.
Wolf Schön (Hrsg.), Die schöne Mutter der Kultur, Stuttgart 1996.
Edward Gibbon, Verfall und Untergang des römischen Reiches, Nördlingen 1987.
Niccolò Machiavelli, Gesammelte Werke, Frankfurt am Main 2000.
Umberto Eco, A paso de cangrejo, Barcelona 2007.

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