( Meerfahrt mit Don Quijote)
En mayo de 1934 Thomas Mann con la familia
emprende un viaje a los Estados Unidos de América. En Alemania, un año
antes, Hitler había
sido nombrado canciller y los Mann habían fijado su residencia habitual en Küsnacht cerca de Zürich, Suiza, comenzando así
largos años de
emigración.
Thomas Mann se hará
ciudadano americano y no regresará más a Alemania, volverá a Suiza donde en el año
1955 morirá. Es
famosa esa frase suya lanzada durante la controversia con el grupo de
escritores que había
preferido permanecer en Alemania retirado a un estado de “emigración
interior“: “Dónde
estoy yo, ahí está
Alemania“.
La frase ilustra un poco la relación difícil del autor con su patria. Cinco años antes había obtenido el Premio Nobel de la literatura por su obra muy incompleta aún, pero de un fabuloso éxito editorial dentro y fuera de Alemania. Narraciones y novelas pobladas de retratos de personajes reales de su entorno, como los Buddenbrook o la Montaña Mágica.
La frase ilustra un poco la relación difícil del autor con su patria. Cinco años antes había obtenido el Premio Nobel de la literatura por su obra muy incompleta aún, pero de un fabuloso éxito editorial dentro y fuera de Alemania. Narraciones y novelas pobladas de retratos de personajes reales de su entorno, como los Buddenbrook o la Montaña Mágica.
Pero ahora viajarán a “Nueva Amsterdam“, así dice
el autor del relato refiriéndose a Nueva York, descripción de
su primera travesía del
Atlántico
y que les voy a presentar. La familia viajará en un barco de lujo holandés que
estará semi
vacío - estamos
en plena depresión
económica
mundial - y estará casi
sola en su lujosa primera clase. Llegados desde Suiza en tren suben al barco en
Boulogne sur Mer para contemplar diez días después la estatua de la
Libertad.
Es el primer viaje en barco a través del
Atlántico
de un hombre que había
nacido junto al mar - el Mar Báltico -con aguas mansas y serenas en comparación con
el imponente Atlántico.
El autor ha oido y leido de estas “ verdaderas montañas de agua“
provocadas por las frecuentes tormentas; pero es el mes de mayo que no promete
tormentas y además no
está dispuesto a dejarse impresionar por ello,
aunque sube a bordo con cierto temor.
Evoca el ejemplo del escritor ruso Gontcharov
quien durante un viaje similar había sido llamado por el capitán para
subir al puente de mando del barco y contemplar como poeta el impresionante
espectáculo
de estas montañas
aguáticas
provocadas por la tormenta. La reacción del poeta fue notoria y Thomas Mann lo cita
como lema personal suyo: Gontcharov no compartió la fascinada admiración del
capitán y
no dijo más
que, “esto
es completamente absurdo“.
Admirar cosas encierra el peligro de
reducirse a esas cosas, olvidarse que somos humanos, destinados a ser creadores
de la realidad. La simple admiración nos lo puede impedir. El acondicionamiento
de nuestro yo no deberá ser externo, sino interno y veraz.
Y esa observación nos acerca a la esencia
de este viaje. El autor lleva un ejemplar de Don Quijote en versión
alemana en su maletín.
Nunca se había
dedicado a la lectura de manera sistemática y escribe:
“Ahora
voy a hacerlo a bordo y acabar con este mar de historias, como dentro de unos
diez días
habrémos
acabado también con
el Océano
Atlántico.“
Y así comienza el texto “Meerfahrt mit Don Quijote“
traducido -según he
podido aclarar - tres veces al español. Tengo presente la traducción que
ha hecho mi amigo Albert Assa, publicado en Barranquilla Colombia en 1995, año de
la muerte del traductor, quien - a mi parecer - como pocas personas ha sabido
integrar alemán y
el español:
“19 de
mayo de 1934 Se nos ocurrió que, por de pronto, habíamos
de tomarnos un vermuth en el bar, y esto es lo que estamos haciendo ahora, en
tranquila espera de la partida. Este cuaderno y uno de los cuatro tomitos
encuadernados en tela de color naranja del “Quijote“ que
me acompaña,
los he sacado de mi maletín. Para desempacar el resto no hay tanta
prisa, pues tenemos de nueve a diez días por delante hasta llegar
a desembarcar entre los antípodas. Volverá a ser sábado
y domingo, y luego lunes y martes, antes de que esta decente aventura llegue a
su fin.“
Nos damos cuenta que no es el barco ni el mar
lo que importan, son estos cuatro libritos encuadernados de color naranja que
absorben la atención de
nuestro viajero que no se deja arrastrar
por lo que le rodea estando dispuesto a vivir su propia realidad.
¿Qué diría el
viajero de crucero turístico
ante un proyecto así? ¿No se
asoma por ahí ya
una Triste Figura detrás de
estas líneas?
“No
puedo decir cuánto
me encanta la traducción de Tieck, vertida en ese alemán
serenamente jocundo y rico, propio del período clásico-romántico,
vale decir de nuestra lengua en su etapa más feliz.“
Observación del autor que dedica toda
su atención a
la lectura.
¿Quién era
Ludwig Tieck?
Efectivamente la obra de Cervantes había
tenido que esperar doscientos años hasta encontrar la puerta de entrada a la
cultura alemana y gracias a Tieck entró por la puerta grande. La catástrofe
secular de la guerra de los Treinta Años había borrado la cultura en Alemania del mapa
europeo. El Quijote como libro de burlas y chistes, el Quijote como educación
moral ilustrada, eso eran los mensajes de burdas traducciones que encontraron
un escaso público.
Es notable el caso de Federico II llamado el Grande, rey de Prusia: Siendo príncipe
heredero conoció el
Quijote en su versión
francesa y solía
caracterizar con la que tenía que casarse por intereses de dinastía
como “aquella
Dulcinea“criticando
así el
bajo nivel cultural de la princesa que sería la futura reina de
Prusia.
Cervantes había puesto en boca del mismo
DonQuijote esa advertencia, que la traducción de un idioma a otro se
comporta cual si se mirase los tapices de Flandes por el lado que no es, o sea
por el reverso. El Quijote verdadero aún no estaba descubierto para la cultura
alemana.
Fue en Göttingen (Gotinga) donde los
hermanos Schlegel y Ludwig Tieck comenzaron a interesarse por la literatura
española y
así nació la
versión
publicada entre 1799 - 1801 que encantó a Thomas Mann. Y era Friedrich Schiller
quien creó la
filosofía estética
del poeta sentimental ( der sentimentalische Dichter); es aquel quien como
hombre moderno vive entre la realidad y sus proyectos idealistas, y siendo poeta, esa tensión conflictiva se le vuelve
fuente de creatividad. El idealista desprecia la realidad, el realista se rie
del idealista. El escritor - Schiller
nombra la obra de Cervantes - transforma
eso en obra de arte. El efecto de esa teoría estética en su tiempo ha sido
grandísimo
e inapreciable: La cultura literaria alemana de su gran época, sus “decenios
de oro“, había
encontrado su llave maestra para la creación artística.
Pero volvamos al texto de Thomas Mann.
¿Qué ve y
qué
observa ese lector que por cierto no es filólogo y - recordémoslo
- quien no posee ni el título de bachiller porque se había
salido del colegio sin ese documento de rigor en una familia acomodada de la
burguesía
hanseática?
Dice: “Claro está que el estilo romántico-humorístico
es por supuesto un truco para presentar toda esa grande y rara historia.“
Estilo humorístico
ese de crear un coautor como la figura
del llamado Cide Hamete Benengeli y humorístico suena
esa exclamación “Bendito sea Alá“. Humorísticos
también son
los laudatorios epígrafes
resumidores de los capítulos
y la ambivalencia plena de vida de los dos caracteres principales.
Amargamente humorística también es
la introducción de
la polémica
contra esa falsa continuación del Quijote que Cervantes tuvo que soportar
de un impostor y con elegante retórica supo contestar.
Pero son los personajes principales a los que
dedica una extensa reflexión:
“Me
encanta ese hidalgo mísero y grandioso y Sancho, ese buen barrigón con
sus dichos y adagios, su chispa de malicia natural, amén de
su sentido común de
campesino.“
Son figuras llenas de humanidad, elevadas de
la esfera de la mera comicidad.
“He
aquí una
nación“, dice Thomas Mann, “España que
eleva a la categoría de libro -standard- la melancólica
parodía de
sus cualidades clásicas, que son: la grandeza, el idealismo, la
noble cuan mal adaptada magnanimidad, la caballerosidad ajena a toda idea de
lucro, reconociéndose
a sí
misma en todo ello con serena tristeza. ¿No es eso muy singular y
digno de reparo?“
Esas reflexiones transcurren en medio de
atentas observaciones de las actividades y sucesos de la vida ordinaria a bordo
de un crucero de lujo. Parece que un solo acompañante de viaje haya
despertado el interés y
la inquietud del autor. Es un joven y rico americano que viaje en primera
clase, no se asocia con nadie y pasa todo el tiempo en la clase turística
jugando al tejo con los numerosos judíos viajeros emigrantes hacia América.
Sólo a
través de
este episodio se asoma la realidad política cruel ante el lector atento del texto.
En Alemania nazi se están
preparando las leyes de Nuremberg para expulsar toda población “no
aria“ de
la patria común de
todos los alemanes. Thomas Mann confiesa que siente celo y envidia por lo que
hace este hombre, sin embargo, tuerce la vista y escribe:
“Mi
interés va
dirigido más
bien hacia cuestiones de índole estético - psigológica,
que no a problemas de carácter social.“
En el encuentro de Don Quijote con la corte
del duque Thomas Mann manifiesta con entusiasmo este hallazgo estético:
“Todo
esto - narrado en estos episodios - es completamente nuevo, singular y único.
Que yo sepa no existe en toda la literatura universal ningún héroe
que viviera de este modo.“
Es precisamente este carácter novedoso, singular y único
que les ha llegado a los románticos alemanes como una reveladora inspiración a
través de
Don Quijote (p. ej. E.T.A. Hoffmann y otros)
Mientras tanto el barco sigue avanzando hacia
el poniente y todos los días los pasajeros son avisados a poner sus
relojes una media hora atrás. Moviéndose en sentido contrario a la rotación de
la tierra retroceden en el tiempo mientras avanzan en el espacio. Thomas Mann
llegó a
conocer a Albert Einstein y se acuerda de sus ojos de niño, redondos y brillantes.
Sin embargo, las reflexiones cosmológicas no le interesan mucho. En compañía de
Don Quijote, más
maduro y más
adulto le parece ahondar en la vida del hombre que especular sobre la vía láctea.
Incomparable es el estudio verdadero de la Humanidad porque es ahí
donde el hombre se encuentra consigo mismo. El autor dice que esta idea no la
encontró al
principio ni a través de
lecturas selectivas, va creciendo lentamente en el curso de la lectura.
Cervantes le da vida por medio de los sucesivos cuentos y episodios
construyendo así
lentamente el humanismo no como proclama sino como vivencia. La ciencia
verdadera no se aparta del hombre sino se centra en él, es ciencia centrada en
el hombre. De otro modo sería sólo tecnócrata por muy brillante que parezca.
Azotes y humillaciones que Don Quijote recibe
parecen dadas a su autor Cervantes, quien en medio de horribles sucesos,
horrores y macabros bromas ahonda este mensaje de enoblecer lo humano. La
locura de las acciones del Quijote contradice la cordura de sus palabras,
retratadas en los diálogos
con Sancho y en los discursos que dejan boquiabiertos a sus auditores.
Cervantes no para de rebajar y enaltecer a su héroe y Thomas Mann concluye:
“Humillación y
enaltecimiento constituyen una pareja de conceptos plenos de un contenido
rebosante de sentir cristiano. Don Quijote es un producto de la cultura
cristiana, de la cristiana ciencia de las almas y de la sensibilidad humana.“
Y llega a la conclusión: “Dígase
lo que se quiera, esta flor del judaismo, sigue siendo uno de las dos pilares
sobre las cuales reposa la moralidad occidental, siendo el otro pilar, la Antigüedad
mediterránea.“
Thomas Mann revela aquí que su admiración
hacia Nietzsche no es ilimitada y que
“ La héctica
lucha en contra del cristianismo, fue una excentricidad contra natura y en el fondo, siguió siendo desde siempre para mí,
motivo de perplejidad.“
Goethe, cuyo marcado paganismo es conocido,
era más
equilibrado y prudente al sentir y considerar el cristianismo un aliado suyo.
Y por ello, Thomas Mann invita en esos
tiempos turbulentos a todos con sentido de sensatez que no revoleteen según
como sople el viento de la época, sino a retornar a las bases. Me parece
un manifiesto contra los totalitarismos del siglo XX cuando dice:
“Lo
cristiano-cultural del humano occidental, como algo que ha sido alcanzado tras
tantas luchas, jamás habrá de enajenarse.“
Durante estos días de reflexión y
lectura los pasajeros a bordo son alimentados con las noticias más
recientes a través de
una gaceta del barco. Abundan noticias como esta: “En el jardín
zoológico
del Oeste, a un tigre, durante su enfermedad, le dieron whisky como medicamento
y el animal adquirió tal adicción al brebaje, que hasta
después de
su curación no
quiere privarse de tal remedio y pide whisky todos los días.“
Lo más novedoso de la radiotelegrafía de
aquel tiempo al servicio de unas novedades de esta clase, radiadas por tierra y
mares.
“¡Ay de la humanidad!“ exclama Thomas Mann,“su
progreso espiritual y mortal no ha proseguido al mismo paso de los adelantos técnicos.“
Contemplando las primeras gaviotas que
anuncian la cercanía del
continente americano el autor de estas líneas tan sorprendentemente modernas describe
el hastío que
siente por esos mecanismos de la civilización y se pone la pregunta, si
él
también
forma parte de esta corriente actual buscando una forma de existencia que
volviere a ser más
cercana a lo primitivo, lo elemental. ¿Compartirá él también ese
deseo que abunda en todas partes de lo -irracional-? Podría ser que tuviera en sí
mismo lo que estaba combatiendo como novelista.
Confiesa que ha utilizado el mito, humanizándolo.
Los conocedores de su obra le darían plenamente la razón: Mario y el mago, muy
conocido entre los lectores españoles lo demuestra. Thomas Mann usa el mito
para destrozar su magia.
Y con eso finalmente América con la estatua de la
Libertad alzando su corona “cándido símbolo
que se ha vuelto harto extraño por los tiempos que corren“.
Durante toda la travesía el autor había
mirado hacia atrás,
hacia Europa. La lectura de Don Quijote era la lupa con la que contemplaba una
realidad que ahora comenzó a perderse entre las brumas. ¿Qué había
logrado con ello?
Me parece que ha sido la satisfacción de
encontrar un alma hermana y tal vez la confirmación que como escritor estaría en
un camino trazado por otro mayor que él , un antecesor venerable, un maestro.
¿Seguirá
Thomas Mannn por este camino? Yo creo que sí. Todavía no
había
escrito su obra magna que el escritor alemán dedicará al
tema del mítico
Fausto. “Doktor
Faustus“ se
llamará. La
redacción de
esta obra en el exilio americano cuando Alemania se hundió en la tinieblas del
nazismo casi le costará la
vida.
¿Aplicará en
esta obra las lecciones que Cervantes le había dado?
Esto es una interesante pregunta. Pero,
contestarla rompería el
margen de esta conferencia.
Pero para mí lo intentaré
leyendo nuevamente Doktor Faustus. Desde luego recomiendo la lectura de la
Travesía con
Don Quijote. Pero creo que no hay edición disponible en la actualidad. Siempre quedará leer Don Quijote.
Thomas Mann, en la última noche que pasó en
el barco, sueña con
él. Es
señal
que ya era suyo -- hablándole
en alemán,
naturalmente.
F. Manfred Peter
Diciembre de 2005
Nota bibliográfica:
Thomas Mann, Travesía con Don Quijote,
traducido por Albert Assa,
editado por el Instuto de Lenguas Modernas,
Barranquilla, Colombia, 1995;
citado bajo “Travesía“.
Travesía
p.18
Travesía p.9
Travesía
p.23
Travesía
p.38 - 39
citas
tomadas de Travesía ps. 70 -73
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