Llevo bacterias en el corazón. Me cuentan en el Hospital donde está esta cama en la que yazco que un terrible virus -primos son los virus y bacterias- recorre el mundo entero y son miles los muertos, vaya…
Pero mis bacterias, la del riñón y la del corazón ¿Quién me las quitará?
El pensamiento trae hasta mí la literatura clásica germana tan leída u vuelta a leer que se me presenta, -tan claro en mi mente como este Hospital y su alrededor solitario de pandemia-, el ‘Zauberberg;aquella, La Montaña Mágica donde se refugiaran los enfermos de la burguesía europea.
Un sanatorio suizo que ofrecía el remedio contra el mal de aquellos tiempos: La pandemia de la tuberculosis. Allí en los Alpes suizos se reunieron personas que en las reglas sociales reinantes no cabrían juntos. Y no buscaban solamente salud, sino que también clamaban ‘redención’:
¿Quién los liberaría de una existencia de aburrimiento?... ¿Cómo abandonar la carga de responsabilidad con la que les cargaron sus oficios? La vida es dura para todos, el bienestar y la riqueza había sido sólo una cubierta para los pacientes con la que escondieron un enorme vacío de sentimientos. Quisieron dejar todo ese vacío en el valle y subir a la montaña buscando salud y felicidad. Cada paciente a la Montaña Mágica entrega cuerpo y alma al tratamiento. ¿Los curaría la magia?
No, no lo lograron. La magia falló. El médico bien lo sabe, con ironía y con cierta cínica distancia trata a sus pacientes; pero él bien sabe que son enfermos sociales y sabe que sus bacterias son invencibles. El lector participa el destino en ese pequeño oasis apocalíptico.
En lugar de calma, reposo, terapéuticos se vive entre pasiones y confrontación. Las ideas que residen en las valles han subido a la montaña, anticipan la violencia que vivirá el continente europea. La última escena de la novela de Thomas Mann describe la escena de Hans Castorp como soldado. El mundo real explotó.
El sanatorio del ‘Berghof’fue su refugio. Las bacterias se presentan como los jinetes apocalípticos que sancionan al mundo y le exigen cambiar. El escritor descubre esa ley de vida narra con maestría. (Igual hará en ‘El Fausto’ o ‘La Muerte en Venecia’.)
¿Pero cómo se ‘materializan’ estos efectos de la magia curativa? ¿Dónde se hallan?
En primer lugar son el paisaje y la soledad. Envueltos en sus gruesas mantas de invierno los vemos echados sobre los balcones helados de sus habitaciones; exponen los pulmones enfermos al frío purificador. Las miradas persiguen la línea ondulada de las montañas. Los paseos atraviesan senderos solitarios. Un mundo que parecía que aún no haber comenzado a vivir. ¿Se reinventaría la salud así, desde su estado embrionario? Nada de eso, la magia falló, pero deja un encanto singular, más que un saber: la certeza de haber encontrado temporalmente la consolación buscada.
La burguesía europea encontró la perfecta imagen de su decadencia Y Thomas Mann ha topado con el tema de su vida y obra literaria.
El Hospital General sevillano me ofrece tratamiento con antibióticos y diálisis. Son mecánicos estos remedios que reposan sobre un saber importante medicinal. No hay un ambiente que ‘hable’. Si hay un refugio, que no es consolador. Hay que obtener resultados y estos deben estar grabados en las analíticas. Todo se desarrolla en un ambiente seco, correcto, lineal. Mientras en el Berghof suizo domina la naturaleza, este hospital es un conjunto de elementos arquitectónicos de cemento, acero y cristal. Es la antimagia materializada. ¿Curará? … Y la pandemia mundial que invade a Sevilla, a Barranquilla y a la Conchinchina cien años después de Zauberberg, ¿obligará al mundo posmoderno a algo?
friedrichmanfred y anavictoria mayo 2020
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