lunes, 4 de junio de 2007

¿Adios al “nacionalcatolicismo“?

Comprendo que la generación postfranquista se encuentra ante el reto de tener que deshacerse de la herencia de 40 largos años de  parálisis y sofocación.
Sólo desde esta perspectiva se entiende un término como el “nacionalcatolicismo“ que en otro ambiente – el alemán p.ej. – es incomprensible. Catolicismo y nación en el caso de Alemania nunca formaron una unión. La dictatura nazi fue anticatólica  e inclusive antinacional, por su ideología racista paneuropea. La religión, en sus dos variantes de opuestas confesiones, EKD y DKD, la protestante y la católica desde la Reforma tiene vigencia social pero escasamente política. Así lo confirmaba la Paz de Westfalia de 1648 al reafirmar la paz de Augsburgo cien años antes y después de años de guerra que parecía interminable. Así Alemania durante siglos podía ofrecer asilo a minorías perseguidas por su confesión religiosa. El ejemplo más destacado es la inmigración masiva de hugonotes (protestantes) franceses a Hessen y a Prusia.


En Berlín, en el siglo XVIII formaron más de un tercio de la población. El estado como protector y no como interventor en cuestiones de la religión tiene larga tradición que el orden democrático plenamente asimiló. Solamente los regímenes totalitarios pretenden regular la vida social y religiosa de sus súbditos.
Al “nacionalcatolicismo“ del régimen autoritario pasado, muchos demócratas españoles oponen el concepto del “estado láico o laicista“ –según la tendencia. Si lo entiendo bien, significa que la religión – o las religiones – se entenderán como asuntos privados ante la abstención y estricta neutralidad de los órganos del estado.
En realidad es un concepto que corresponde a la segunda fase de la Revolución Francesa. Después de la jacobina persecución anticlerical, llegó la sabia reconciliacíón napoleónica que está vigente hasta el presente y recientemente ha sido confirmada y alabada por el presidente Sarkozy cuando se hizo presente en el entierro del cardenal Lustiger.
Sin embargo, Sarkozy enfocó un aspecto más: la vigencia social de la religión. En la Francia laíca  no funcionarían numerosos servicios sociales, desde la educación en casi todos los niveles hasta el cuidado de ancianos y enfermos sin la actividad pública de la religión.  La actividad de las religiones, la cristiana, judía y también la musulmana es constituyente para una sociedad políticamente laica como es Francia. Además Sarkozy destacó el papel fundamental del cardenal difunto en  la elaboración del discurso político y cultural después de la implicación del régimen del gobierno de Vichy francés en el crimen de Auschwitz.
Por eso, yo dudo mucho que el concepto láico de las religiones sea la respuesta única y acertada al problema de las religiones en la sociedad moderna española secularizada.
Y – como alemán – propongo fijarse en el modelo aquel:
El estado, o mejor los estados federales alemanes, se conciben como órganos seculares llamados a respetar y garantizar los derechos de los ciudadanos ( la libertad religiosa es un artículo fundamental) y al mismo tiempo a velar por las confesiones religiosas que son entidades de derecho público. Ese derecho protege la proyección social de la religión en un estado aconfesional que gobierna en una sociedad que sigue “confesionalizada“. El carácter de ser órganos públicos lo comparten hasta ahora la iglesia protestante, la católica y la judía, y actualmente se discute la ampliación hacia una iglesia musulmana. Ya estaría hecho, si los musulmanes aprendieran a usar el discurso racional y trataran ese tema desapasionadamente.
La piedra angular en este diálogo difícil es el principio de la libertad religiosa que exige la constitución alemana y que los islámicos hasta ahora no están dispuestos a aceptar.
En la práctica significa eso que los órganos estatales  permanecen neutros ante ciudadanos que no lo son, ni en privado, ni en  la proyección de su fe en la sociedad. Eso no significa que Alemania sea un país católico o protestante. Lo es mucho menos que España, Sin embargo, sigue siendo un país cristiano, aunque probablemente una mayoría de su población o no lo es oficialmente (paga el impuesto de una de las confesiones) o privadamente (práctica religiosa).
  
Señal del profundo cambio que vive la sociedad: Se han construido varios miles de mezquitas y se ha cerrado o inclusive vendido para otros usos casi un idéntico número de iglesias. Notable también, la construcción de nuevas sinagogas en todas las ciudades ante un número creciente de inmigrantes judíos, de Rusia o israelis que huyen del conflicto en el Oriente Medio. Un hecho muy extraño en una nación que es considerada  “el país del holocausto“.

Hablando como historiador me parece que todas las decisiones políticas tienen dos dimensiones :
-la primera promociona el cambio y pretende romper con una tradición;
-la segunda  respeta la continuidad.
Es un conflicto que debe romper clichés para llegar a un resultado positivo: Una sociedad moderna como producto del encuentro de ambas tendencias, porque una sociedad sin religión no goza de mayor libertad, ni la religión impuesta hace más religiosa la comunidad.
Aunque los nacionalistas así lo creen, las naciones no se inventan, sino se heredan y ciertamente hay herencias que no nos gustan. Eso mismo sucede en la forma como se hace presente la religión en la sociedad.
Por eso sugiero una actitud prudente y no combativa en el tema de la religión. No se trata sólo de combatir un régimen pasado. La herencia histórica es más extensa y lo que más importa a veces se encuentra escondido siglos atrás.
Ojalá sea posible – como lo exige Kant – emplear la razón crítica y no la política combativa para resolver el conflicto con las herencias cuando son consideradas indeseadas.


Manfred Peter, 2007

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