Comprendo que la generación postfranquista se encuentra ante el reto de
tener que deshacerse de la herencia de 40 largos años de parálisis y sofocación.
Sólo desde esta perspectiva se entiende un término como el “nacionalcatolicismo“
que en otro ambiente – el alemán p.ej. – es incomprensible. Catolicismo y
nación en el caso de Alemania nunca formaron una unión. La dictatura nazi fue
anticatólica e inclusive antinacional,
por su ideología racista paneuropea. La religión, en sus dos variantes de
opuestas confesiones, EKD y DKD, la protestante y la católica desde la Reforma
tiene vigencia social pero escasamente política. Así lo confirmaba la Paz de
Westfalia de 1648 al reafirmar la paz de Augsburgo cien años antes y después de
años de guerra que parecía interminable. Así Alemania durante siglos podía
ofrecer asilo a minorías perseguidas por su confesión religiosa. El ejemplo más
destacado es la inmigración masiva de hugonotes (protestantes) franceses a
Hessen y a Prusia.
En Berlín, en el siglo XVIII formaron más de un tercio de la población.
El estado como protector y no como interventor en cuestiones de la religión
tiene larga tradición que el orden democrático plenamente asimiló. Solamente
los regímenes totalitarios pretenden regular la vida social y religiosa de sus
súbditos.
Al “nacionalcatolicismo“ del régimen autoritario pasado, muchos
demócratas españoles oponen el concepto del “estado láico o laicista“ –según la
tendencia. Si lo entiendo bien, significa que la religión – o las religiones –
se entenderán como asuntos privados ante la abstención y estricta neutralidad
de los órganos del estado.
En realidad es un concepto que corresponde a la segunda fase de la
Revolución Francesa. Después de la jacobina persecución anticlerical, llegó la
sabia reconciliacíón napoleónica que está vigente hasta el presente y
recientemente ha sido confirmada y alabada por el presidente Sarkozy cuando se
hizo presente en el entierro del cardenal Lustiger.
Sin embargo, Sarkozy enfocó un aspecto más: la vigencia social de la
religión. En la Francia laíca no
funcionarían numerosos servicios sociales, desde la educación en casi todos los
niveles hasta el cuidado de ancianos y enfermos sin la actividad pública de la
religión. La actividad de las religiones,
la cristiana, judía y también la musulmana es constituyente para una sociedad
políticamente laica como es Francia. Además Sarkozy destacó el papel
fundamental del cardenal difunto en la
elaboración del discurso político y cultural después de la implicación del
régimen del gobierno de Vichy francés en el crimen de Auschwitz.
Por eso, yo dudo mucho que el concepto láico de las religiones sea la
respuesta única y acertada al problema de las religiones en la sociedad moderna
española secularizada.
Y – como alemán – propongo fijarse en el modelo aquel:
El estado, o mejor los estados federales alemanes, se conciben como
órganos seculares llamados a respetar y garantizar los derechos de los
ciudadanos ( la libertad religiosa es un artículo fundamental) y al mismo
tiempo a velar por las confesiones religiosas que son entidades de derecho
público. Ese derecho protege la proyección social de la religión en un estado
aconfesional que gobierna en una sociedad que sigue “confesionalizada“. El
carácter de ser órganos públicos lo comparten hasta ahora la iglesia
protestante, la católica y la judía, y actualmente se discute la ampliación
hacia una iglesia musulmana. Ya estaría hecho, si los musulmanes aprendieran a
usar el discurso racional y trataran ese tema desapasionadamente.
La piedra angular en este diálogo difícil es el principio de la
libertad religiosa que exige la constitución alemana y que los islámicos hasta
ahora no están dispuestos a aceptar.
En la práctica significa eso que los órganos estatales permanecen neutros ante ciudadanos que no lo
son, ni en privado, ni en la proyección
de su fe en la sociedad. Eso no significa que Alemania sea un país católico o
protestante. Lo es mucho menos que España, Sin embargo, sigue siendo un país
cristiano, aunque probablemente una mayoría de su población o no lo es
oficialmente (paga el impuesto de una de las confesiones) o privadamente
(práctica religiosa).
Señal del profundo cambio que vive la sociedad: Se han construido
varios miles de mezquitas y se ha cerrado o inclusive vendido para otros usos
casi un idéntico número de iglesias. Notable también, la construcción de nuevas
sinagogas en todas las ciudades ante un número creciente de inmigrantes judíos,
de Rusia o israelis que huyen del conflicto en el Oriente Medio. Un hecho muy
extraño en una nación que es considerada
“el país del holocausto“.
Hablando como historiador me parece que todas las decisiones políticas
tienen dos dimensiones :
-la primera promociona el cambio y pretende romper con una tradición;
-la segunda respeta la
continuidad.
Es un conflicto que debe romper clichés para llegar a un resultado
positivo: Una sociedad moderna como producto del encuentro de ambas tendencias,
porque una sociedad sin religión no goza de mayor libertad, ni la religión
impuesta hace más religiosa la comunidad.
Aunque los nacionalistas así lo creen, las naciones no se inventan,
sino se heredan y ciertamente hay herencias que no nos gustan. Eso mismo sucede
en la forma como se hace presente la religión en la sociedad.
Por eso sugiero una actitud prudente y no combativa en el tema de la
religión. No se trata sólo de combatir un régimen pasado. La herencia histórica
es más extensa y lo que más importa a veces se encuentra escondido siglos
atrás.
Ojalá sea posible – como lo exige Kant – emplear la razón crítica y no
la política combativa para resolver el conflicto con las herencias cuando son
consideradas indeseadas.
Manfred Peter, 2007
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