Una mirada
atrás,
Hacia los demás, Don Guillo siempre se presentó jovial y campechano. Su voz de trueno salía de un cuerpo que parecía un barril, fuerte y redondo. Dando órdenes a sus empleados, gastando bromas y risas, es cuando mejor se hallaba. Vivía siempre en la ciudad y a su finca río arriba se presentaba muy de vez en cuando. El caporal lo hacía todo y dos o tres veces al año solía llegar a la ciudad para rendir cuentas a su señor. Aquello no prosperaba. A esta conclusión había llegado Don Guillo ya hace tiempo. Siempre los desastres climáticos habían mermado las pequeñas ganancias:
- O llueve demasiado y el ganado se enferma o no cae una sola gota de agua y el ganado se muere de sed y hambre,-
Esta triste realidad de la ganadería en el trópico marcaba la desilusión del hacendado.
Pero, lo peor y lo insoportable llegó con la aparición de los traficantes de droga. Como punto final y colmo de todo se había establecido un frente de la guerrilla revolucionaria en la región.
Con los mafiosos Don Guillo había hecho sus negocios como todos los demás. Claro, se sirvió de su fiel caporal. Hasta una pista de aterrizaje para avionetas habían construido los señores narcos sobre el terreno suyo.
Nada más lejos de la realidad que esta observación. Ante sus amigos comerciantes Don Guillo gozaba de su fama de terrateniente, latifundista. Un lejano orígen europeo había sido responsable de este deseo poderoso de hacerse algún día propietario de una finca de grandes dimensiones. Allá nadie podía creer que la foto que mostraba al poderoso terrateniente montado en caballo con sombrero ancho y revolver al cinto correspondía realmente al pequeño vecino que se había ido por ahí hace años.
-¡Cuántas veces la quería haber botada ya, yo ya no soy el mismo!- Muchas cosas habían cambiado desde aquel momento feliz cuando se pudo considerar el dueño de aquel enorme pedazo de tierra que en Europa ocuparía media provincia.
- Para defenderse en esta puñetera vida no hay que ir cargado de principios! se decía a veces al recibir el fajo de billetes verdes que le entregó aquel desconocido alto bigotudo con cara de buitre. Solamente conoció a este individuo aunque se trataba de una organización.
-Estos señores narcos son muy discretos, se decía. Siempre topó con el tipo en otro lugar y siempre la bolsa de plástico era de diferente color, pero siempre contenía la misma suma de dólares. Aquel hombre nunca le hablaba.
-Pero la sonrisita con este único diente de oro que luce me choca! - Bueno, lo principal es que me paguen puntualmente!-
En realidad no quiso ni saber dónde estaba esta pista clandestina, ni le interesaban aquellas actividades que realizaron unos desconocidos sobre su terreno.
Pero Don Guillo no podía vivir esta puñetera vida, cargado de principios. Así, se cargó de dólares a través de su finca poco rentable.
Aquello también era otro problema, porque a su cuenta bancária tuvo que ingresar naturalmente pesos nacionales por las ventas de ganado ficticias. Era necesario tener otros amigos para realizar este servicio.
-Aquí en este bello país falta de todo, pero nunca faltan los amigos.-
Otra sentencia más que la vida le había enseñado. Y a esta se puede agregar:
-¡La amistad es de los negocios que más caros salen!-
Un día, ya harto e irritado, le preguntó a uno de los que vinieron a cobrar: -¿Ustedes, por qué no se lo cobran directamente a los narcos?-
-¡Aquí, todos pagan, hermano!-
- ¿Y eso, cómo es posible, con tantas que había siempre?-
- Por ahí anda un gato pardo, me parece,- dijo ella mirando hacia otro lado.
- Yo, estos gatos los conozco. ¡Son cada vez más!- contestó él.
- Señor, ya no hay chivos, ni patos tampoco en el jagüey,- dijo ella,
- y del ganado, más vale no hablarle.-
- ¡Cállate tú! ¿Qué entiendes de esto?- le gritó el esposo enfurecido.
- ¡No te metas en lo que no te importa. El ganado no lo tocan ellos, para esto estoy yo!-
-¡Pah, y tú!- con un gesto despreciativo, le contestó la mujer.
- Señor, por ahí deben andar las vacas,- haciendo una señal imprecisa hacia el monte tupido.
- ¡Hace tiempo que esto no ha visto machete!- le contestó este.
- Esta gente está en todas partes. Señor, mire aquella torre de andamios allí. Observan todo. Y No sólo se llegan ellos, los otros también. Los de la contra son peores, no vienen por plata y comida, vienen hartos y vienen a matar.-
-Aquí no vamos a durar mucho. A mi cuñado lo mataron ahí mismo, cerquita,- contestó el caporal escupiendo al suelo.
-¿Por qué? ¿Qué hizo él, un pobre trabajador?-
- ¡Les dió por ahí, de pura vaina, pa ́joderle!-
Don Guillo se acordó que la asociación de ganaderos había aumentado la cuota mensual enormemente.
- ¡Por los gastos excesivos por la defensa de nuestros intereses legítimos! Ya que nos encontramos desprotegidos por el gobierno.- Así decía el texto de la carta. No se había atrevido rechazar el pago.
-¡Es por el bien común, no hay más remedio!- opinaron todos.
-¡Plata para matar¡ ¡Hijos de puta, todos!- murmuraba y dio la vuelta. Menos mal, hasta ahora los narcos no le fallaron.
-¿Qué haría yo sin esta plata?- se preguntaba. El narcotráfico es la vaca que nos alimenta a todos,pensaba y dirigiéndose al caporal:
-Ea, Pibe, ¿a usted le va bien aquí, no? Usted vive ya casi mejor que yo. Veo que están ustedes progresando, ¡un generador para producir electricidad con televisor y todo!- Don Guillo sabía que el sueldo que le pagaba no les serviría ni para comer y prefirió no indagar más en este tema.
-¡Vivimos con el miedo!- le contestó aquel, -¡Colegio para los niños todavía no hay, hace tiempo que usted patrón nos prometió hacer algo! ¡Está región está jodida como siempre!-
Don Guillo callaba y se secó el sudor: - Aquí se derrite uno.-
-Debo regresar, hay muchas cosas que hacer, me están esperando.-
- Qué engañado nos tiene el mundo este, respirando la paz y escupiendo muertes violentas. Menos mal que los billetes todavía me llegan, aunque luego los tenga que dar. Qué más da, aún teniendo la vida.
14.05.2007
por
F.Manfred Peter
Don Guillo
siempre estuvo interesado en movilizar las fuerzas ajenas. Para todo solía
tener preparada una estrategia no dejando nada a la casualidad. Además, estuvo
acostumbrado a la obediencia de los que le rodearon.
- Mientras
todos hagan lo que yo quiero, no me interesan las opiniones de la gente.-
Este
principio lo manifestó solo en la intimidad familiar.
En
realidad había sabido aprovechar bastante bien la situación. Su finca se
encontraba alejada de las pocas carreteras transitables en época de verano
seco. Durante toda la temporada de las lluvias torrenciales había que utilizar
la vía acuática. Planchones cargados de plátano y yuca para el mercado de la
ciudad llevaron también a los pocos pasajeros a esta región apartada. No
había otro medio de transporte. Sólo algunas fincas disponían de avioneta y
la de Don Guillo no dejaba para tanto.
-Sacar el
ganado de allí para la venta, es un problema gordo-, dijo Don Guillo a los
amigos que solían admirarle, -por las mil y tantas hectáreas cargadas de
carne vacuna que por ahí andan-.
La
realidad había despedezado este sueño del inmigrante. Solamente quedó
documentado en esta foto.
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Don Guillo
se refirió en estos términos a la visita de aquel muchachito amable y bien
educado, - con carita de universitario inocentón-,que le había comunicado que
volverían, él u otro, para cobrar el impuesto revolucionario que Don Guillo
seguramente no se negaría de pagar en adelante.
Así fue.
Estos nuevos amigos se llevaron algunas de las bolsas de plástico con su
contenido de billetes verdes que los otros le habían traido, -
y a Don
Guillo le quedó cada vez menos para llenar su mermada cuenta corriente.
El
muchachito se reía:
Don Guillo
hace tiempo no había viajado a la finca. Lo que había que hablar con el
caporal, lo hacía por teléfono. No era por miedo a los armados. Hasta cierto
grado se sentía protegido porque siempre les pagaba puntualmente.
-Yo ya no
soy el dueño de aquello,- tuvo que admitir pensando en todo esto durante una
noche de insomnio. Se acordó, que la última vez que había ido, la mujer del
caporal ni podía cocinarle el sancocho de gallina de costumbre.
- Ya no
hay gallinas,- le dijo con resignación.
Don Guillo
se levantó y salió de la choza. El caporal le siguió.
- Ya ve, con la sequía tan enorme que hay,
¡milagro que tantas quedaron!- Don Guillo no contestó. Parecía que el aire
ardía del calor que hacía.
-¿Y usted
qué teme?- -
Y así,
casi sin despedida, se había ido y desde entonces no había vuelto más.
Regresaba sobre el planchón que llevaba yuca y plátano a la ciudad. Viajó de
noche, como de costumbre. Tendido sobre la cubierta observó el río bajo la
luz de la luna y se acordó de sus sueños de inmigrante que había huido de
los violentos desastres en Europa. El paisaje nocturno respiraba calma y paz.
-¿Habrá
algo más bello en el mundo que este panorama nocturno? se decía.
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