Una mirada atrás por F.Manfred
Peter
¿En avión, en barco o por medio de la fantasía?
Y ese último era lo mío: No recuerdo exactamente
cuándo ni cómo encontré el texto de Alexander von Humboldt que resalta la
vida nocturna en la selva del Orinoco. Es un himno a la naturaleza exuberante
del trópico. Fue un encuentro casual en una colección de textos que llevaba
como título:“Descubridores“ o algo así. La descripción de la vida en la
selva del río Orinoco me hizo más patente las carencias de mi propia
situación y me causó una impresión inolvidable:
¡Qué contraste con el ambiente que rodeaba al pequeño lector de doce o trece años que era yo entonces!
Eran los años de la postguerra en Alemania. El libro estaba impreso en papel de periódico que parecía disolverse después de varias lecturas. Pero recuerdo el calor que me entraba y los olores que parecían rodearme al penetrar en la selva tropical tras la huella del famoso descubridor del siglo XIX. Bajo la impresión deprimente y triste del ambiente que me rodeaba, estas sensaciones parecían crecer. El camino diario al instituto “Augustinerschule“ en la cercana ciudad de Friedberg estaba plagado de largas horas vacías y frías esperando a que llegara el tren, casi siempre retrasado, sobre los andenes helados y en una estación semidestruida por las bombas. Cuando finalmente llegaba, el tren arrastrando una hilera de vagones destartalados y atiborrados de pasajeros malhumorados y agresivos, el anden parecía hervir de gente. Habían salido de la ciudad cercana de Frankfurt en busca de alimento en los pueblos cercanos o eran fugitivos del Este cargados de bultos y maletas. Pues ahí había que meterse también. Menos mal que yo era pequeño y delgado. Pero había veces que no lograba entrar y tuve que viajar sobre la escalerilla de la plataforma exterior agarrándome con fuerza. Pero no dije nada de todo eso en casa, porque era peligroso y naturalmente estaba prohibido. Siempre era mejor que caminar los once kilómetros a casa. Sucedía a veces y me tocaba hacerlo. Entonces llegué tardísimo a casa y encontré a la abuela esperándome en la puerta.
Mi abuela me había hecho guantes de lana que me protegían, pero el calor real era un secreto de mi fantasía. --
¡Qué contraste con el ambiente que rodeaba al pequeño lector de doce o trece años que era yo entonces!
Eran los años de la postguerra en Alemania. El libro estaba impreso en papel de periódico que parecía disolverse después de varias lecturas. Pero recuerdo el calor que me entraba y los olores que parecían rodearme al penetrar en la selva tropical tras la huella del famoso descubridor del siglo XIX. Bajo la impresión deprimente y triste del ambiente que me rodeaba, estas sensaciones parecían crecer. El camino diario al instituto “Augustinerschule“ en la cercana ciudad de Friedberg estaba plagado de largas horas vacías y frías esperando a que llegara el tren, casi siempre retrasado, sobre los andenes helados y en una estación semidestruida por las bombas. Cuando finalmente llegaba, el tren arrastrando una hilera de vagones destartalados y atiborrados de pasajeros malhumorados y agresivos, el anden parecía hervir de gente. Habían salido de la ciudad cercana de Frankfurt en busca de alimento en los pueblos cercanos o eran fugitivos del Este cargados de bultos y maletas. Pues ahí había que meterse también. Menos mal que yo era pequeño y delgado. Pero había veces que no lograba entrar y tuve que viajar sobre la escalerilla de la plataforma exterior agarrándome con fuerza. Pero no dije nada de todo eso en casa, porque era peligroso y naturalmente estaba prohibido. Siempre era mejor que caminar los once kilómetros a casa. Sucedía a veces y me tocaba hacerlo. Entonces llegué tardísimo a casa y encontré a la abuela esperándome en la puerta.
Mi abuela me había hecho guantes de lana que me protegían, pero el calor real era un secreto de mi fantasía. --
--- ¡Qué lejos estaba la selva con su calor y repleta
de melodías sonoras del cante de los pájaros!----
No sé cuándo comenzaba a transformarse la imagen de la evasión romántica en aventura juvenil. Conocí a los indios americanos através de las narraciones de Cooper. Eran estos los indios del norte que vivían en bosques que - así me imaginaba - eran parecidos a los nuestros, sombrios, frondosos y fríos la mayor parte del año. Más fascinante era acompañar a Colón en la carabela y mejor todavía seguir la huella de Cortés camino de Tenohtitlan. Descubrí esa historia en el libro de William Prescott, “La Conquista de Méjico“. No recuerdo si era la biblioteca del colegio que me facilitaba estos viajes através de los tiempos. Recuerdo que en nuestro pueblo, muy cerca de la casa, había una carpintería donde nos reuníamos varios niños de mi edad para juegos con arcabuces y espadas que nos habíamos hecho de madera con los instrumentos del viejo carpintero que poseía una paciencia y tolerancia inaudita con esa pandilla de intrusos. Pero el paso definitivo fue, cuando comenzaron las clases de español en el instituto. Entonces yo ya tenía dieciseis años. Para participar había que quedarse dos tardes más en el colegio. Era una actividad adicional, extracurricular, se diría hoy. Como yo pertenecía al equipo de atletismo del instituto también y asistía a un círculo sobre literatura, con frecuencia todas las tardes de la semana me quedé en el colegio almorzando bocadillos que me había hecho la abuela.
No sé cuándo comenzaba a transformarse la imagen de la evasión romántica en aventura juvenil. Conocí a los indios americanos através de las narraciones de Cooper. Eran estos los indios del norte que vivían en bosques que - así me imaginaba - eran parecidos a los nuestros, sombrios, frondosos y fríos la mayor parte del año. Más fascinante era acompañar a Colón en la carabela y mejor todavía seguir la huella de Cortés camino de Tenohtitlan. Descubrí esa historia en el libro de William Prescott, “La Conquista de Méjico“. No recuerdo si era la biblioteca del colegio que me facilitaba estos viajes através de los tiempos. Recuerdo que en nuestro pueblo, muy cerca de la casa, había una carpintería donde nos reuníamos varios niños de mi edad para juegos con arcabuces y espadas que nos habíamos hecho de madera con los instrumentos del viejo carpintero que poseía una paciencia y tolerancia inaudita con esa pandilla de intrusos. Pero el paso definitivo fue, cuando comenzaron las clases de español en el instituto. Entonces yo ya tenía dieciseis años. Para participar había que quedarse dos tardes más en el colegio. Era una actividad adicional, extracurricular, se diría hoy. Como yo pertenecía al equipo de atletismo del instituto también y asistía a un círculo sobre literatura, con frecuencia todas las tardes de la semana me quedé en el colegio almorzando bocadillos que me había hecho la abuela.
Aprender español era una experiencia fascinante.
Recuerdo que pronunciaba las palabras de las lecciones para mí sólo en voz
alta. Me parecía esto un recital de ópera. Tanto la naturaleza como la
historia que adiviné detrás de las imágenes creadas por la lectura ahora
comenzaban a llenarse de voces, haciéndose más reales y comenzaron a
hablarme. Comprendí que no sólo era un episodio, significaba más para mí y
no me extrañaba cuando el profesor que nos había dado clases de español me
escogiera para la prueba oral del bachillerato. Era costumbre de comunicarles a
los estudientes el mismo día de la prueba, en qué asignatura serían
examinados oralmente delante del claustro de los profesores. El examen en
español fue exótico para un ambiente ajeno a estas voces y sonidos.
Así fui acercándome paulatinamente al mundo hispánico. Un paso consecuente era seguir estudiando español en la Universidad de Frankfurt junto con alemán, historia moderna y filosofía. Durante el tiempo de estudios pude viajar a España y allí me enamoré y me casé. Terminé la licenciatura y y encontré trabajo como profesor de secundaria en un instituto para la formación de adultos. Era una labor exigente que me causaba gran satisfacción, sin embargo no opté por echar raices sino por caminar sobre mis propios pies. De la misma manera, años antes, había renunciado a un puesto de trabajo en la administración de la empresa “Lurgi“ de exportaciones de maquinaria petroquímica. Tampoco había seguido el consejo de estudiar derecho lo que allí me habían sugerido cuando presenté mi renuncia a un puesto que después de pruebas y entrevistas había conseguido cuando terminé el colegio.
Así fui acercándome paulatinamente al mundo hispánico. Un paso consecuente era seguir estudiando español en la Universidad de Frankfurt junto con alemán, historia moderna y filosofía. Durante el tiempo de estudios pude viajar a España y allí me enamoré y me casé. Terminé la licenciatura y y encontré trabajo como profesor de secundaria en un instituto para la formación de adultos. Era una labor exigente que me causaba gran satisfacción, sin embargo no opté por echar raices sino por caminar sobre mis propios pies. De la misma manera, años antes, había renunciado a un puesto de trabajo en la administración de la empresa “Lurgi“ de exportaciones de maquinaria petroquímica. Tampoco había seguido el consejo de estudiar derecho lo que allí me habían sugerido cuando presenté mi renuncia a un puesto que después de pruebas y entrevistas había conseguido cuando terminé el colegio.
En mi caso particular- ahora lo comprendo- todo eso
sucedió contra la fuerza del medio ambiente donde no encontraba satisfacción.
Hice lo contrario de lo que se esperaba de mí, oponiéndome a un destino
familiar y colectivo. Sin embargo, nunca fui un rebelde, simplemente seguí el
camino que veía delante. Nadie trataba nunca de impedírmelo. Mis padres
siempre respetaban mis ideas y proyectos, tan contrarios a lo que ellos
conocían y apreciaban.
Así, un buen día la tierra americana me vió llegar,
a mí y a toda la familia. Eramos cuatro montados en un barco de carga.
Comenzó el viaje en Amberes, Bélgica. El barco se llamaba Buchenstein y su
destino era llegar a casi todos los puertos del Caribe a descargar. A nosotros
nos iba a descargar en Barranquilla, puerto principal de Colombia en el Caribe,
situada en la desembocadura del río Magdalena. El viaje no sólo fue demorado
sino también accidentado. Debido a una fuerte tormenta, la carga del buque se
había corrido hacia un lado, y el barco comenzó a inclinarse peligrosamente
hacia babor, como decían los marineros. Era una sensación bastante
desagradable e infundía miedo ver como inmensas olas casi cubrían el barco
que se inclinaba más de 30 grados. El susto pasó cuando la tormenta amainaba
y se estableció el equilibrio de la nave tras pasar el fuel al lado contrario.
Finalmente Barbados.
–¡Tierra!– critamos al unisono como aquel Rodrigo de Triana muchos años antes.
Barbados, tierra de negros que hablan el pidgin del Caribe, de cañaverales, playas blancas y un mar de profundo color azul. Recuerdo los árboles de nuez moscada que allí abundan y también el chofer de taxi negro que nos llevaba para conocer aquello y que no podía entrar en un bar para tomar un refresco con nosotros porque aquel bar estaba reservado para turistas americanos. No esperaba encontrarme tan pronto con una huella dejado atrás por los siglos de la trata de esclavos negros que marcaron estas islas para siempre. La esclavitud como orden social desapareció, pero hay una permanencia social, inclusive una expresión folclórica caribeña marcada por el esclavismo y existe esta sombra negra en la sicología popular que todo observador facilmente reconoce. Muchos fenómenos sociales de la zona del Caribe sólo tienen explicación si se tiene en cuenta el pasado marcado por el esclavismo. El pasado nunca pasa del todo dejando huellas imborrables, inclusive donde parece que no haya ningún recuerdo vivo de ello.
–¡Tierra!– critamos al unisono como aquel Rodrigo de Triana muchos años antes.
Barbados, tierra de negros que hablan el pidgin del Caribe, de cañaverales, playas blancas y un mar de profundo color azul. Recuerdo los árboles de nuez moscada que allí abundan y también el chofer de taxi negro que nos llevaba para conocer aquello y que no podía entrar en un bar para tomar un refresco con nosotros porque aquel bar estaba reservado para turistas americanos. No esperaba encontrarme tan pronto con una huella dejado atrás por los siglos de la trata de esclavos negros que marcaron estas islas para siempre. La esclavitud como orden social desapareció, pero hay una permanencia social, inclusive una expresión folclórica caribeña marcada por el esclavismo y existe esta sombra negra en la sicología popular que todo observador facilmente reconoce. Muchos fenómenos sociales de la zona del Caribe sólo tienen explicación si se tiene en cuenta el pasado marcado por el esclavismo. El pasado nunca pasa del todo dejando huellas imborrables, inclusive donde parece que no haya ningún recuerdo vivo de ello.
¿Cuántas sorpresas mantendrá Colombia en reserva
para nosotros?
Nos acercábamos muy poco a poco. Inclusive regresábamos a puerto ya visitado como si se nos hubiera olvidado algo, porque en todos los puertos había que descargar y nunca se cargaba.
Así parecía que nuestro barco creciera y comenzara a salir del mar elevándose más sobre la línea del agua. Después de cada visita a puerto nosotros aprovechábamos para pisar tierrra ajena y conocer los ruidos, colores y olores del continente desconocido.
Y aprendí que había reglas que observar en el trato con desconocidos: entre otras, este prudente distanciamiento entre las personas que se manifiesta en cortesía ceremoniosa. Aprendí algo de eso en Caracas, donde no me dejaron visitar la casa natal del Libertador Simón Bolívar por no vestir chaqueta y corbata. Entonces ya no me causaba extrañeza cuando leí la inscripción junto a la estatua del Libertador en una plaza pública de Valencia (Venezuela): “Prohibido pasar delante de este monumento con bultos y maletas“. Pero observamos una iguana vestida como dios la crió recostada irrespetuosamente sobre el pie del mitificado fundador de la República y una paloma que se había puesto sobre su cabeza donde también lucían las cagadas de otras más.. Comprendí que la distancia entre dicho y hecho en América debería ser mayor que en otras partes del mundo porque la naturaleza misma desconoce todo respeto cermonial que la gente trata de imponer en sus relaciones.
Nos acercábamos muy poco a poco. Inclusive regresábamos a puerto ya visitado como si se nos hubiera olvidado algo, porque en todos los puertos había que descargar y nunca se cargaba.
Así parecía que nuestro barco creciera y comenzara a salir del mar elevándose más sobre la línea del agua. Después de cada visita a puerto nosotros aprovechábamos para pisar tierrra ajena y conocer los ruidos, colores y olores del continente desconocido.
Y aprendí que había reglas que observar en el trato con desconocidos: entre otras, este prudente distanciamiento entre las personas que se manifiesta en cortesía ceremoniosa. Aprendí algo de eso en Caracas, donde no me dejaron visitar la casa natal del Libertador Simón Bolívar por no vestir chaqueta y corbata. Entonces ya no me causaba extrañeza cuando leí la inscripción junto a la estatua del Libertador en una plaza pública de Valencia (Venezuela): “Prohibido pasar delante de este monumento con bultos y maletas“. Pero observamos una iguana vestida como dios la crió recostada irrespetuosamente sobre el pie del mitificado fundador de la República y una paloma que se había puesto sobre su cabeza donde también lucían las cagadas de otras más.. Comprendí que la distancia entre dicho y hecho en América debería ser mayor que en otras partes del mundo porque la naturaleza misma desconoce todo respeto cermonial que la gente trata de imponer en sus relaciones.
Cuando finalmente habíamos llegado a Barranquilla
mirábamos desde una altura considerable sobre los movimiento de la gente en el
muelle. Tanto se había elevado nuestro barco porque ya íba casí vacío.
Bromeando con los niños, que se habían pasado en grande este viaje, les expliqué el orígen del término en alemán para globo dirigible “Luftschiff“ (barco en el aire):
Bromeando con los niños, que se habían pasado en grande este viaje, les expliqué el orígen del término en alemán para globo dirigible “Luftschiff“ (barco en el aire):
–No sería extraño, cuando ahora bajaremos, que el
barco comenzara a volar por falta de peso.
Para entrar en
el puerto fluvial de Barraquilla hay que cruzar la desembocadura del río
Magdalena., llamada “Bocas de Ceniza“. Una entrada difícil, que en siglos
pasados se había tragado un número considerable de galeones, debido a los
bancos de arena cambiantes y el mar revuelto con presencia de olas gigantes e
impreviibles. El mar Caribe no es un mar domesticado como el Mediterráneo. En
la mitología de sus habitantes falta un aventurero como Ulises. El hombre del
Caribe vive de espaldas al mar mirando hacia tierradentro y no frente al mar,
lo que dio orígen a la cultura mediterránea.
En el Caribe no predominaba el intercambio de gente,
bienes y cultura, sino la separación y la segregación. La conquista española
unió lo que durante milenios se encontraba separado. Las culturas maya de
Centroamérica y tairona de Colombia no mantuvieron contactos. La naturaleza
había impuesto estrechas limitaciones. Otra lección más que los investigadores
frecuentemente olvidan cuando tratan de descubrir la historia precolombina de
la región.
Fueron estas complicaciones naturales que obligaron a
la administración de la colonia fundar los puertos de Cartagena y Santa Marta
para olvidarse de la desembocadura del río Magdalena que parecía ofrecer el
acceso natural hacia el interior del continente. Hasta el siglo XX la ciudad
mayor del litoral Barranquilla no tenía acceso directo al mar. Puerto
Colombia, una rudimentaria e improvisada construcción que unía Barranquilla y
su mar por la vía de un tren, casi no cuenta, porque tenía una capacidad muy
limitada. Sólo después de la construcción de tajamares, importantes diques
para encauzar la boca del río y permanente dragado de fondo, medidas que
aumentaron la corriente del caudaloso río, el puerto fluvial se convirtió en
la principal salida del país.
Pero habíamos llegado; ¿y ahora qué?
FMP 2006
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