Todos los días, los niños de primaria, al
caminar a la escuela del pueblo pasaban donde Albert, escoba en mano, estuvo
barriendo la calle. Anduvieron con un poco de temor, porque Albert era un
hombre raro, alto, muy delgado y vestido siempre igual: chaqueta vieja, larga y
oscura, de color indefinido, demasiado ancha para su cuerpo tan flaco. Llevaba
siempre puesto un gorro deformado, típico de los labradores del campo. En su
cara ancha y mal afeitada casi no se veían los ojos.